La preparación lleva algo más de un mes y medio. Unos 15 voluntarios revisan que todo quede impecable y empacan los trajes que serán distribuidos para la Procesión de Jesús del Gran Poder. Conoce cómo es la producción de esta muestra católica.
POR: Karen Mantilla Ulloa
Este Viernes Santo el color morado será el predominante en las calles del centro histórico de Quito. Los preparativos están casi listos para recibir a más de 2.500 cucuruchos y verónicas que caminarán como acto de “fe y devoción”, en medio de la tradicional Procesión de Jesús del Gran Poder. Ese día olerá a sahumerio y palo santo, habrá cánticos y miles de espectadores verán pasar la gran ola morada.
Los cucuruchos y las verónicas usarán trajes planchados y con olor a limpio. Los grandes conos han sido renovados y los velos negros lucen como nuevos. Detrás de tan pulcros trajes hay un grupo de unas quince personas que se dedican a que todo quede perfecto.
Por ejemplo, hoy Hilda Leitón, de 72 años, salió de su casa, en Quitumbe, muy temprano, para llegar al Convento de San Francisco. Fue en Metro, llegó en 20 minutos y entró por la pequeña puerta café ubicada a un lado de la histórica iglesia quiteña. Caminó por el gran pasillo, llegó a la primera puerta, que conecta con más de 60 gradas de cemento, subió por otras que son de madera antigua y rechinan al pisarlas.
Abrió el pequeño cuarto, que es la bodega para los más de dos mil trajes. Al abrir la puerta, lo primero que se ve es una luz blanca que entra desde una especie de ventana.
En las perchas ya no hay muchos trajes, es Martes Santo y ya solo faltan tres días para el día de la procesión. Los trajes están siendo guardados en grandes costales de colores etiquetados por total de trajes y sus tallas.
Esta rutina, Hilda la viene haciendo por 17 años, cada Semana Santa, sin ninguna excepción. Cuenta que lo hace por fe y en muestra de agradecimiento con la imagen de Jesús del Gran Poder, pues “le ha cumplido” con todo lo que le ha pedido.
“Yo ya no trabajo, me dedico a la casa. Hace 17 años trabajaba en lo que le salía. Y Jesús del Gran Poder nunca me ha dejado sola; ni a mi familia. Por eso, desde hace diecisiete años no faltó a ningún preparativo de la Semana Santa, aquí hay mucho que hacer y, cuando se acerca el día, las manos nunca faltan”.
Hace algo más de un mes y medio, este grupo de voluntarios empezó con “las manos a la obra”. Según Hilda, como el otro año dejaron bien ordenados todos los trajes, “ya no había mucho que hacer”.
“Llegamos todos y empezamos a ver, traje por traje, una nueva revisión. En 2023 ya les dejamos listos, pero uno nunca sabe cuándo se nos puede escapar una mala costura o por la humedad (aunque no hay mucha) huelan mal”, dice Hilda, mientras observa a detalle los conos de los cucuruchos.
En la habitación hay cuatro perchas de madera forradas con una especie de papel blanco, pero más reforzado, están casi vacías porque la mayoría de los trajes ya fueron puestos en los grandes costales.
En los filos de las perchas se pueden ver las tallas: S, M, L y XL. En un día fuera de la Semana Santa, las estanterías están repletas de morado, todos están en fundas, transparentes y sólo cuando hay ‘mingas’ los trajes son sacados para que se oreen.
Normalmente, la procesión dura unas cuatro horas. Después de eso, los creyentes que se vistieron de verónicas o cucuruchos devuelven los trajes en el Colegio San Fernando; ahí los voluntarios los guardan en los mismos costales, aunque ya no doblados ni en fundas transparentes.
“Se termina el Viacrucis y los fieles van a devolver los trajes. La mayoría lo devuelve en buen estado, pero hay otros que los entregan rotos, especialmente los hombres, porque el traje tiene un bolsillo y, como que les jalan muy duro, y se rompen. Entonces, como son muchos fieles, todo se va metiendo en un solo costal para luego clasificar”, cuenta Hilda.
Lavar los trajes, suena difícil, pero no lo es
Cuando los costales llegan al cuarto, llega el conteo. Todos los voluntarios vuelven a poner los trajes en los costales, porque después van a ser llevados a la lavandería de la Maternidad Isidro Ayora. Ese hospital les presta sus lavadoras y planchas industriales, por lo que la limpieza se hace menos pesada.
“Cogemos todos los trajes, vemos que no haya ninguna basura en los bolsillos y, generalmente una semana después, los llevamos a lavar. Siempre vienen un colaborador en un carro, ponemos todos los costales en el carro hasta la Maternidad, ahí nos prestan todo. Se lava rápido, así que no es difícil, igual que la planchada”, dice Hilda.
Posterior a esto, los trajes regresan a la habitación y aquí el trabajo es más largo, pues llega la clasificación de trajes, entre los que están bien y lo que no.
Un análisis de pies a cabeza
Ya en esta etapa, parecen “hormigas trabajando”, pues, tienen sus antenas bien puestas y sus ojos alertas: analizan cada traje, ninguno debe tener imperfecciones. Los trajes deben quedar sin manchas, peor aún roturas.
“La gente que participa a veces cambia a los trajes, nos damos cuenta porque el color morado no es igual a los otros. Entonces, aquí analizamos los trajes de pies a cabeza, los forros de los conos, los chales de las verónicas, no tienen que estar rotos, peor con hilos saliéndose”, cuenta Hilda.
Cuando encuentran fallas en uno de esos trajes, son desechados. Hilda recuerda que antes había que coser los trajes; lo hacía una voluntaria que era experta en zurcir. “Teníamos una hermana que ayudaba en esto, pero ya, por su vejez, no puede hacerlo. Estamos en buca de alguien que haga la cosa igual de bien”.
El empaque de los trajes
Los trajes son doblados, colocados en fundas plásticas, uno encima de otro, lo más recto posible porque son muchos y no quieren que se caigan. Cada uno tiene capucha, túnica, bonete y cordón. “Hay que ser muy cuidadosos al ponerlos en las fundas y luego en las perchas, porque se pueden caer y sería otro trabajo más”.
En este cuarto y en todo el convento de San Francisco prevalece el silencio, no hay ruido, ni siquiera se escuchan pasos. Los trajes reposarán nuevamente hasta que lo vuelvan a sacar.
La entrega de los trajes
El Viernes Santo, desde muy temprano, el grupo pastoral de la iglesia de San Francisco se plantará en el colegio San Andrés, que conecta con el convento. Allí los trajes serán entregados y ahí mismo los fieles los entregarán, cuando finalice la Procesión.
La historia de los cucuruchos y verónicas
En Quito la tradición de la Procesión de Jesús del Gran Poder, organizada por los padres franciscanos, inició en 1961. La escultura de Jesús, elaborada en madera de palo de balsa, fue tallada en el siglo XVII, pesa 160 kilos y mide 1,75 m. En ese año, la cantidad de cucuruchos y verónicas no era la misma. Y los disfrazados eran los estudiantes de teología y filosofía de ese entonces.
Según el Fray Jorge Armijos, del Convento de San Francisco, los cucuruchos representan a los “penitentes, a los que querían hacer penitencias y arrepentirse de sus errores; por eso es que cubren su rostro, porque denota vergüenza y pudor”.
Después, con la extensión de la Procesión, los fieles empezaron a tomarse los trajes, por la propia devoción de ellos.
Sus trajes son morados, porque representan la penitencia, conversión, esfuerzo y lucha. “Incluso, cuando nosotros confesamos usamos un listón morado”, dice Armijos.
Y las verónicas en ese entonces eran las catequistas del convento. Ellas representan a la mujer, que, según la Biblia, secó la sangre y el sudor del rostro de Cristo con un velo, en el camino a su crucifixión.
Para ser cucurucho se necesita una preparación
Armijos explica que los fieles que van a caminar en la Procesión de este viernes, han tenido una preparación de tres sábados, en los que son confesados.
“Caminar en la Procesión debe tener un propósito, no es simple, tiene que ser sentido, con una finalidad, en los sábados ellos conocen más de Dios y nosotros más de ellos”, explica Armijos.
Hasta hoy había 1.500 inscritos, hasta el viernes, se esperan unos 1.000 más.