Pese a que muchos viajaron desde otras provincias para verlo el día de su posesión, cualquier contacto fue misión imposible. Hasta el Tedeum fue declarado privado. “Hemos visto presidentes que llegan y se van”, dijo un comerciante del centro de Quito. Una crónica.
POR: Esteban Cárdenas
Su cabello blanco refleja los rayos del sol. Un cielo de algodón marca el inicio de un nuevo día en Carondelet, en medio de uniformes de todos los colores que corrían de un lado al otro. Cercada en cada esquina, la Plaza Grande, en Quito, esperaba la llegada de un nuevo Gobierno, uno que enciende expectativas en personas como Rosario Arévalo, de 75 años.
La mujer, pequeña y con arrugas profundas, posa detrás de las vallas que cercan el Palacio de Gobierno, mientras por la calle García Moreno desfilan los invitados al primer evento de la jornada, un ‘Tedeum’ (ceremonia religiosa) ofrecido por el presidente, Daniel Noboa, en la Catedral Metropolitana.
De fondo suenan los tacones y pasos firmes de quienes llegaban a la iglesia quiteña. Vestidos morados, verdes, blancos y trajes de gala lucían por la avenida, rodeada por curiosos, comerciantes y trabajadores del lugar. A estos se suma el paso de autoridades eclesiásticas que, ataviados en sus trajes, llegan a la cita.
“Yo vengo todos los días a la iglesia de El Sagrario. Hoy también vine, pero no me dejaron pasar y dije bueno, Dios ha de haber querido que me quede aquí orando por el nuevo Gobierno, para que al Ecuador le vaya bien”, dice Arévalo, con una sonrisa, mientras en el fondo se ve pasar a miembros del Cuerpo Diplomático Internacional con su seguridad y asesores. “Espero verle al Presidente, porque, como vienen en carros, bien cubiertos. Ya vi al resto de personas, como al señor Kronfle (el presidente de la Asamblea es una de las autoridades que llega al evento, escoltado)”.
La conversación se detiene cuando Policías y militares se apuran en la calle, frente a Carondelet. Como piezas de un tablero, se forman en fila, en una calle de honor, a un lado del Palacio. Del otro lado de la valla, donde empieza a pegar el sol, las personas murmuran y se acercan lo más posible a la entrada de la Catedral. “Ahí viene, ve. El Presidente creo ya va a venir”, se escucha junto al caminar de pequeños grupos.
A lo lejos, un carro policial rompe la escena, seguido de un ejército de vehículos con destellos rojos y azules. En medio del ‘desfile’, una carroza’ blanca rodeada por una escolta de cuatro personas levanta el ánimo de la gente, entre gritos y comentarios: “Ese es el Presidente”, “No le vamos a ver, ven más acá”.
Con una mirada expectante, Arévalo espera junto al resto de personas el ingreso de Daniel Noboa. Sus ojos, concentrados en la parte trasera del carro blanco, del que la separa unas vallas y varios metros de distancia, recuerdan los tiempos en los que acompañaba a su padre al edificio del Congreso Nacional para ver a los presidentes en eventos oficiales.
“A él le gustaba ir al edificio del Congreso y, aunque no nos dejaban pasar, el gusto era ver de lejitos cómo llegan las delegaciones. Con mi papá vi a Camilo Ponce Enríquez, Velasco Ibarra y Rodrigo Borja, de los que me acuerdo”, dice la mujer, con un tono suave.
Poco a poco, el ruido y el movimiento pasan, así como la espera de quienes estaban del otro lado de la valla para saludar al Presidente. Sigiloso, el primer mandatario entra la Catedral Metropolitana sin dar la oportunidad de que lo vean.
“Esta vez ya no pudimos ver al Presidente, pero voy a estar en oración por él desde aquí afuera”, dice Arévalo antes de despedirse de la valla, que la acompañó por varios minutos y grados de calor. El Tedeum, al que ni la prensa pudo ingresar, inicia pronto.
El día en marcha
La sinfonía de metal sale de la Catedral Metropolitana. El vibrar, junto con el eco que escapa del interior del templo, dan la señal de que la ceremonia privada está por iniciar. Por fuera de la valla que dividía la Plaza, las personas vuelven a su día a día o entran de nuevo a sus lugares de trabajo.
Uno de ellos es Hugo Escobar, de 36 años. Él es dueño de uno de los locales que se levantan bajo la Catedral; el negocio ha sido de su familia por varias generaciones. Si bien el tiempo que ha pasado aquí le ha permitido ver varias posesiones y actos políticos en la Plaza de la Independencia, éstas nunca dejan de llamar su atención.
“Aquí hemos visto presidentes que llegan y se van, sólo yo he visto como seis”, dice mientras acomoda su mandil verde para volver al trabajo.
En los alrededores, a varias cuadras de donde se celebra el Tedeum, más movimiento empieza a sentirse. Del otro lado de las vallas, cerca del lugar por donde ingresaron las autoridades (en la calle Mejía y García Moreno), pancartas cargadas por grupos de personas llegan para apoyar al presidente, Daniel Noboa.
“Yo vengo desde Sucumbíos, Shushufindi, a apoyar a nuestro presidente, Daniel Noboa. Desde la Amazonía”, dice una mujer con vestido verde selva y plumas como gemas. Ella viajó más de ocho horas para llegar aquí, con un solo objetivo: “Verle y desearle suerte al Presidente”. Ana Pillaguaje, pese a su travesía, tampoco lo logró.
Una vez más, las sirenas se encienden. Motocicletas y oficiales, todos de blanco, se forman en la calle García Moreno. Tras el fin del Tedeum, Noboa irá a su siguiente paso: la Asamblea Nacional, para su posesión. La salida es breve y, nuevamente, sin saludos ni apariciones. Allí, en medio del contraste de un ‘desfile de modas’ y de una audiencia atenta y expectante, el presidente emprende, literalmente, el camino hacia el inicio de su mandato.
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