Sin discursos ni saludos, sin pompas ni festejos. La calle de honor que hicieron sus ministros para aplaudirlo fue su única despedida del Palacio de Carondelet. Se atrasó cuarto de hora a la Asamblea, entregó la banda presidencial y se fue.
POR: Juan Camilo Escobar
Con apenas 8 minutos de anticipación a la hora señalada para la ceremonia de investidura presidencial de su sucesor, el presidente saliente, Guillermo Lasso, salió del Palacio de Gobierno. Lo hizo con paso lento y, por momentos, entrecortado, sobre la alfombra roja tendida según el protocolo para un cambio de gobierno, con una misma fila de honor de los Granaderos de Tarqui, para despedirlo y dar la bienvenida al nuevo presidente, Daniel Noboa.
Como ha sido una característica en los 30 meses de su mandato, cortado a medio camino por su decisión de disolver la Asamblea y adelantar las elecciones, Lasso caminó de la mano de su esposa, con quien participó en su último acto público como primer mandatario.
Se trató de la entrega de 1.500 becas de maestría otorgadas por la Senescyt, por un costo global anunciado de 6 millones de dólares, organizado en la planta baja del palacio.
De manera simbólica, dos jóvenes beneficiarios recibieron dichas becas y brindaron breves palabras de agradecimiento, que fueron secundadas por la titular de la Senescyt, hasta el punto de decirle que «marcó un hito en la historia del país» al entregar más de 30.000 becas por casi 50 millones de dólares.
Lasso dio un breve discurso para destacar que trabajó hasta el último día de Gobierno y que «sale por la puerta grande». Lo dijo con serenidad, alejado de las lágrimas presentes en su video autopromocional o de las acusaciones contra sus adversarios, plasmadas en un libro autopromocional presentado la víspera.
Tras esa breve intervención, de un par de minutos, la última bajo los reflectores y cámaras de la Secretaría de Comunicación, Lasso se retiró a su despacho para despedirse personalmente, uno a uno, de sus principales colaboradores. Algunos, como los ministros de Energía y de Obras Públicas, salieron cargados de cajones de cartón con documentos.
Mientras los Granaderos de Tarqui formaban una fila de honor, Lasso continuaba haciéndose esperar. La banda musical de la Casa Militar entonaba himnos, aumentando la expectativa de los medios que transmitían en directo «el último día de Lasso».
Y en medio de esta espera, pasó por el frente y el costado del Palacio de Gobierno la caravana de vehículos de seguridad en la que el presidente entrante, Daniel Noboa, se dirigía a la Asamblea Nacional, para el acto formal de su investidura como el presidente décimo sexto, y el más jóven desde el retorno a la democracia.
Esto, tras asisitir a una misa católica que se celebró en la Catedral Metropolitana de Quito, con la presencia de altos funcionarios designados para la nueva administración así como invitados especiales. Ellos pasaban a pie, caminando sin prisa, por el frente del Palacio Presidencial y se dirigían hacia el parqueadero municipal donde dejaron sus vehículos, para de ahí dirigirse hacia la Asamblea.
Lasso salió finalmente por la puerta principal, tras una larga espera para los Granaderos de Tarqui, que permanecían firmemente formados en la fila de honor, a la final de la cual le esperaban sus excolaboradores, extendiendo dicha fila. Hasta aquí se cumplió al pie de la letra el estricto protocolo de la Presidencia de la República, cuyo personal también se sumó a las improvisadas sesiones de autofotos y de abrazos de los exfuncionarios.
Lasso ingresó a un vehículo todoterreno blindado, sin placas y vidrios polarizados, bajo la protección de dos miembros de la escolta presidencial, que lo cubrían con dos pesadas mantas antibalas.
Desde el interior del vehículo y antes de partir, Lasso alzó tres veces su mano en un intento de saludar a los simpatizantes de Noboa concentrados en la Plaza de la Independencia, frente al Palacio. Sin embargo, este intento pasó literalmente desapercibid en este grupo, que seguía lanzando gritos de respaldo al presidente entrante.
Así fueron los últimos minutos de Lasso en la sede del poder político ecuatoriano, sin salir al balcón ni dar discursos ante las masas. Detrás de la barrera metálica de acceso al Palacio, algunos funcionarios de protocolo, responsables en última instancia de los actos para la salida de Lasso y la llegada de Noboa, observaban cómo empezaba a alejarse la caravana de los tres vehículos de seguridad con Lasso a bordo, en dirección a la Asamblea.
«Es un buen tipo», «veamos cómo nos va con el próximo», decían estos funcionarios al conversar entre ellos sobre la inminente llegada del nuevo presidente, de la cual estaban pendientes a través de sus redes sociales y de medios que transmitían en directo la ceremonia en la Asamblea Nacional.
Lasso llegó a la Asamblea con 15 minutos de retraso, escuchó el discurso del presidente de la Asamblea en el que hubo varios alusiones en su contra (“El valor de la palabra debe recuperarse”, le dijo el presidente de la Asamblea, Henry Kronfle); vio el juramento de su sucesor, Daniel Noboa; le entregó la banda presidencial y se fue, junto a su esposa, con el mismo paso lento con el que salió de Carondelet.
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