Los efectos de esta situación pueden asemejarse a los que se ocasionaron en la pandemia. El estrés, según expertos, puede abrir paso a la violencia. Conozca qué hacer y cómo afrontarlo:
POR: Esteban Cárdenas Verdesoto
Viviana Carvajal, de 43 años, camina con los hombros caídos y sin mucho ánimo o energía. Con ropa oscura, sus pies recorren lentamente, pero de un lado al otro, el pequeño pasillo que separa el mostrador de la estancia en la que trabaja todos los días: un pequeño micromercado ubicado en Cumbayá.
Su mirada luce inquieta, como buscando algo que hacer o un lugar seguro. Espera “pacientemente” a que llegue el siguiente cliente, mientras sus manos buscan mantenerse ocupadas, acomodando algunos productos o perchando otros. Su vaivén está acompañado por las penumbras. La oscuridad total, que se rompe únicamente por los rayos de sol que logran entrar al espacio y que le permite leer algunas etiquetas o hacer números en una calculadora de mano. Espera, también “pacientemente”, a que regrese la luz.
Cada paso o cada entrada a su local la levanta del letargo. Presta, pone una sonrisa en el rostro, esperando una compra o al menos algo de interacción. “¿Cómo le ayudo, veci?”, es una frase que se ha empezado a repetir como una forma de desconexión, un momento para olvidar lo duro del último mes mientras se gana el diario. Ella es dueña de este local, su ‘bebé’, como lo llama, que con tanto esfuerzo logró levantar desde hace unos tres años.
Con la pandemia, Carvajal perdió su trabajo en un albergue para adultos mayores. La situación económica que causó este golpe en el país le impidió poder conseguir otro trabajo fácilmente. Sin embargo, con el dinero que logró ahorrar en todos los años en los que trabajó y con un préstamo, tomó la decisión de abrir este local, un espacio con el que buscó salir adelante ella y su familia.
“Por la pandemia mismo decidí tener mi propio negocio. Fue duro pero aproveché que aquí no habían estas opciones y me puse este local. Fue difícil, porque al principio tuve que adaptarme mucho, pero poco a poco pude hacer crecer el negocio y al final logré que sea rentable. Pero ahora la cosa se ha complicado mucho nuevamente”, dice.
Los cortes de luz que vive Ecuador desde hace un mes, los que han variado de entre 10, 4, 8 y ahora 14 horas han golpeado fuertemente a su negocio. Cada vez son menos las ventas y ha tenido pérdidas por productos congelados y los que necesitan refrigeración. Esto le ha causado un estrés constante, “porque tengo que hacer cuentas y llegar a fin de mes para pagar todo, el arriendo, los proveedores. Todo se ha puesto muy complicado”.
Cuenta que va más de una semana en la que no puede dormir bien, porque los números rondan su cabeza por las noches. Le agobia alcanzar a cubrir todo lo que necesita para mantener vivo su negocio y poder aportar a la casa.
“Mi marido está igual. Él trabaja en la construcción y la cosa ha estado dura también. Es vendedor de productos, pero como hay menos luz hay menos proyectos y menos compradores. Así que el mismo problema llevamos los dos a la casa y eso también ha complicado nuestra relación. La última semana han habido algunas peleas porque los dos estamos irritables, la situación está muy difícil. Y ninguno puede pegar el ojo”, cuenta.
Esto le ha complicado cada vez más su día a día. Y es que el estrés y la ansiedad diaria se siente, sobre todo por las noches o en los momentos de penumbra, donde el ruido de las distracciones que podría traer el internet o la música desaparecen. “Yo no sé si vamos a volvernos locos, pero parece que esta cosa no mejora. Y no sé si mi local vaya a sobrevivir”.
Esta misma situación se repite en otros ambientes. Daniel Cabezas, de 32 años, cuenta que en su casa la situación con sus pequeños es cada vez más complicada. Él, con los nuevos horarios, ha tenido que mover su rutina y empezar todo cada vez más temprano. Mientras antes se despertaba a las 06:30, hoy debe hacerlo a las 04:30 para poder alistar a sus hijos para el colegio y poder alistarse para su trabajo. Esto le ha quitado horas de sueño y cuando llega a la casa tampoco hay luz, algo que le complica también para ayudar a sus hijos con las tareas o revisarles lo realizado durante el día.
“Mi esposa se queda en la casa porque no ha encontrado trabajo, pero aún así es complicado. Se va la luz y los guaguas son insoportables, porque no se distraen y mi esposa no se avanza. Cuando llego, intento apoyar pero sin luz es difícil. Ya el estrés no me ayuda”, afirma.
Es también esta una situación que se repite en todas las edades. Juan Gómez, de 23 años, cuenta que en las noches ha tenido que pasar por procesos depresivos por la desconexión que le genera no poder tener acceso a internet y no poder ver videos, hablar con sus amigos, “pero tampoco me deja hacer deberes”.
Él estudia en la universidad. Y aunque ahí el acceso a la luz o al internet es mejor, por las noches cuenta que ha tenido que lidiar con varios de sus pensamientos, algo que está complicando su relación con el mundo y consigo mismo. “Ya no puedo más y siento que esto de los cortes me desconectan cada vez más de todo”.
Madres y padres de familia, niños, adolescentes y trabajadores viven todos los días estas mismas situaciones en el país. Y es que los cortes de luz no sólo han afectado a la productividad y a la economía de las personas, sino también a su salud mental.
Un golpe más
Para el psicólogo Andrés Sánchez, la llegada de los cortes de luz ha sido un golpe más para la sociedad ecuatoriana. El experto explica que esto llega después de una pandemia de la que socialmente el país no ha logrado recuperarse del todo.
“La situación energética del país es un problema que afecta a todos por igual, aunque con algunos matices de acuerdo a las posibilidades económicas de las personas o las empresas”, dice.
Para explicar esto, pone un ejemplo: “Cuando menciono que afecta a todos por igual, lo afirmo porque, por ejemplo, cuando nos trasladamos de un lugar a otro, todos estamos inmersos en el problema. La falta de luz implica la ausencia de semáforos, lo que provoca un caos difícil de afrontar y tolerar. Este es un caso común en el que todos afrontamos las consecuencias de la falta de electricidad, en una época en que la mayoría de los trabajos y estudios dependen del funcionamiento de equipos eléctricos”.
Sánchez explica que este tipo de situaciones elevan los niveles de estrés. Y esto se ve aún más potencializado cuando se tiene problemas económicos, laborales y familiares.
“Por ejemplo, cuando estamos en un semáforo apagado y no podemos avanzar, se activa nuestra respuesta de lucha-huida; esta reacción del cerebro genera cortisol, que es la hormona del estrés. Al llegar a nuestro destino, la respuesta se mantiene activa, lo que significa que nuestro sistema nervioso central sigue en estado de alerta. Esto dificulta que nuestras respuestas emocionales se regulen de forma consciente, provocando reacciones basadas en la acumulación de estrés. Esta situación podría generar problemas interpersonales en los lugares de trabajo, especialmente entre jefes y empleados, particularmente en el caso de quienes no disponen de un generador. A nivel familiar, también puede tener consecuencias, ya que si llego a casa muy estresado, mi reacción hacia mi esposa e hijos podría ser negativa. Al estar sobrecargado de estrés, actúo sin regular mis respuestas, lo cual aumenta la impulsividad y puede llevar a respuestas violentas. Esto también puede elevar los casos de violencia familiar”, detalla.
Por esto, el experto asegura que se puede ver en estas crisis los mismos efectos que tienen eventos traumáticos para la sociedad como la pandemia. Estos, cabe aclarar, no sólo afectan a nivel personal, sino que el ambiente se generaliza y se tiene una sensación de pesadez, hastío, cansancio y otras emociones en las personas que forman parte de esta. Y esto también sesga la interacción entre las personas. Pero esta es solo una de las aristas.
Graciela Ramírez, psicóloga clínica, asegura que también puede venir de una sensación generalizada de confianza que se tiene en un Estado. “Los apagones no son sólo los apagones. El miedo a la oscuridad, el miedo a perder el empleo, sino que la ausencia de un Estado ya genera angustia y genera profunda preocupación. Los pacientes en las consultas no están solo hablando de los problemas personales, sino también de los problemas psicosociales. No se puede hablar solo de cómo vamos a controlar los síntomas de angustia, depresión o cualquier trastorno, si no se tiene la barriga llena”.
“Hoy la gente habla mucho en las consultas muchísimo de la pérdida del empleo, de la desconfianza de la Ley. No sé si tú te has fijado de que cuando se va la luz en el semáforo, no solo la gente se pasa el semáforo, sino que comienzan a ir en contravía, se suben a las veredas. Es como entrar en un estado de barbarie. El shock que está viviendo la gente es como bueno, si las leyes no funcionan que no funcionen. Esto se interiorizan y psíquicamente tiene un efecto”, enfatiza.
Para la experta, el país está a las puertas, “no solo porque vaya a haber manifestaciones justas, porque la gente está indignada”, sino que esto se va a reflejado en los hogares y en las familias. “Y los más vulnerables serán ciertos grupos. Los niños, en primer lugar, están limitados en su psicopedagogía. Yo leía un post de la Ministra que pedía que los profesores no manden deberes o no hagan utilizar el internet, pero son medidas perjudiciales. No es posible que en este país les estemos pidiendo a los niños desconectarse del mundo. Es una romantización de tenernos en la edad de las cavernas. Mientras otros niños del mundo aprenden a usar IA (inteligencia artificial) aquí les tenemos pegando cromos. Las etapas de desarrollo se van a truncar”.
Por otro lado, Ramírez aclara que los efectos también se reflejarán en las familias y en la realidad diaria de las mujeres. “Vamos a ver cómo se reproduce la violencia intrafamiliar. Hay mucha angustia, hay pérdida de empleo. Las temáticas psicosociales van a generar diagnósticos ansiosos, quizá también aumentar el consumo de sustancias”.
Y los problemas, asegura, se ven aún más complicados cuando la salud mental no es una prioridad. Esto, detalla, se da debido a que en un panorama de este tipo, la salud mental y estos temas son vistos como un tema poco prioritario. “Se limitan espacios de salud mental y esto es extremadamente perjudicial”.
¿Qué hacer?
Ambos expertos fueron consultados sobre qué hacer en estos panoramas y cómo evitar caer en vacíos profundos. Ambos concuerdan en que es necesario buscar ayuda profesional en casos en los que se sienta difícil sobrellevar la crisis. Sin embargo, Ramírez asegura que es necesario no permitir la naturalización de esta situación que vive el país, “que es una situación violenta, el negarle un servicio básico a una población”.
Para esto, asegura que es necesario crear espacios seguros de interacción y conversación, “espacios familiares, sociales o comunitarios en los que se pueda expresar los sentimientos y poder compartirlos para conectar más con otras personas. Que esta falta de luz no nos termine por aislar. Todos estos espacios serán una base para la salud mental”.
Esta red de apoyo es elemental. Una vez con esto, recomienda que los miembros puedan proponer aportes para apoyarse en conjunto. Asegura que esto es elemental, dadas las dificultades que se tiene sobre el acceso a la salud mental, tanto en el sector público como los costos del sector privado.
“Este es un apoyo que puede funcionar mucho cuando no hay un acceso posible, que siempre será preferible, pero si antes era difícil acceder a salud mental en el sector público ahora será peor por la demanda. Se debe exigir al Estado que esto se tenga y que sea de libre acceso, pero estos espacios ayudan a contribuir en la situación”, comenta.
Asimismo, Sánchez da algunos consejos para sobrellevar el estrés diario, al que los cortes de luz han expuesto en mayor medida a la población.
“Existen formas de regular los niveles de estrés, como la práctica del mindfulness, una actividad que busca que las personas se centren en el momento presente. Este estado mental se asocia al bienestar psicológico, caracterizado por una sensación de paz y plenitud. Cabe destacar que el entrenamiento en mindfulness incrementa la capacidad para manejar situaciones estresantes. Practicar mindfulness activa el sistema nervioso parasimpático, lo que permite que los niveles de cortisol disminuyan, reduciendo así el estrés”, dice.
Para esto, propone un ejercicio: “Encuentra un lugar tranquilo donde puedas sentarte o recostarte cómodamente. Coloca una mano en tu pecho y la otra en tu abdomen. Cierra los ojos y respira profundamente. Céntrate en el momento presente. Intenta no pensar en nada más que las sensaciones corporales, es decir en tu respiración. Inhala lenta y profundamente por la nariz. Exhala lentamente por la boca. Céntrate en la respiración. Siente cómo tu abdomen se expande, permitiendo que tus pulmones se llenen de aire. Observa cómo tu mente divaga y crea pensamientos. Cuando lo identifiques, vuelve a centrarte en tu respiración. Sé consciente de cómo tu mente divaga y vuelve a centrarte en la respiración. La idea es que seas consciente de cómo tu mente genera pensamientos (muchas veces de situaciones que generan estrés) para que puedas acallar tu mente y centrarse nuevamente en la respiración. Repite este ejercicio durante uno o dos minutos. Con la intención de sentir calma y serenidad. Disfrutando del momento presente. Esto te va a permitir regular mejor tus pensamientos y reducir tus niveles de estrés”.
Otro de sus consejos es aumentar las rutinas de ejercicio cotidiano, una actividad que también permite reducir los niveles de estrés.
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