Pese a que en la mayoría del país las minorías sexuales están más en las zonas urbanas, esta realidad cambia en la Amazonía, donde su presencia es mayor en la ruralidad. ¿A qué responde esto y qué desafíos enfrentan para vencer la discriminación?
En Ecuador, la población Lgbtiq+ recién empieza a ver estadísticas oficiales sobre su presencia en el país y su distribución a lo largo de las provincias y los cantones. El Censo de Población realizado en 2022 brindó detalles sobre la realidad de cuántas personas de la comunidad viven en las diferentes áreas y zonas del país.
Según los datos publicados este año, en el país hay alrededor de 270.000 personas Lgbtiq+, siglas que incluyen a personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, queers, entre otros. De este total, si se analizan los datos, 171.380 se encuentran en la zona urbana, mientras 99.590 están en el área rural.
Esta realidad se repite en casi todas las provincias del país; sin embargo, no en todas. Si se analizan las cifras presentadas por el INEC, las cuales sólo muestran la distribución poblacional de estas minorías en el país, se puede ver que en las provincias amazónicas, la incidencia de personas de la comunidad es mayor en el área rural que en la urbana.
Morona Santiago, Napo, Pastaza, Zamora Chinchipe, Sucumbíos y Orellana son las provincias donde se ve la diferencia de registros, siendo la ruralidad la que mayor incidencia presenta. Siguiendo la misma línea, Morona Santiago presenta un registro de 2.778 personas Lgbtiq+ en la ruralidad, frente a los 927 registros de personas en el área urbana. Lo mismo ocurre en Napo, donde la relación es de 1.066, frente a 667. En Pastaza es de 819 frente a 501, en Zamora Chinchipe es de 777 frente a 684, en Sucumbíos es de 1.737 frente a 1.198 y en Orellana es de 1.325 frente a 946.
En las zonas rurales además, se ve una mayor incidencia de personas lesbianas en todas las provincias amazónicas. A este grupo le siguen las personas gays y trans, según la provincia; por ejemplo, en Morona Santiago este grupo está en segunda posición, mientras que en Napo, Pastaza, Zamora Chinchipe, Sucumbíos y Orellana hay más personas transexuales.
Un reto
Zumak Flores es un joven de 28 años kichwa de Pastaza. Se identifica como (gay) ‘warmipangui’, palabra kichwa usada, “por su etimología, como el sinónimo que más se acerca para definir a la población Lgbtiq+” en el idioma. Lo ha sido desde que nació o así lo recuerda.
“Yo desde pequeño tenía más gusto por los hombres que por las mujeres. En la comunidad no era discriminado como lo he vivido en las ciudades, pero tampoco era del todo aceptado, por lo que no se lo dije a nadie. Por eso, yo cuando era joven tuve una relación sentimental a escondidas con otro hombre para que mis padres no se enteraran”, dice.
Sin embargo, a lo largo de los años su preferencia se vio aún más remarcada, hasta que, a los 19 años, les dijo a sus padres abiertamente que era “warmipangui” —ocupa esa palabra en todo momento para referirse a su orientación sexual y a su realidad—. Recuerda que sus padres lo apoyaron después de una conversión “complicada y difícil”. “Pero no me dejaron solo”.
Después, su preferencia se hizo pública en su comunidad, donde su realidad fue aceptada y apoyada por la gran mayoría de personas de su “familia”, aunque algunos sí lo discriminaron y lo hacen hasta ahora. “Ha sido un proceso de lucha que me ha costado cada vez menos pero que también incluyó un trabajo interno en el que tuve que aceptarme a mí mismo para poder mostrarme tal y como soy”.
Esta no es la única historia que han tenido que pasar las personas que forman parte de la comunidad, quienes han tenido que enfrentar diferentes retos, unos más graves que otros. En esta dinámica también se puede citar el caso de Marta Wisum, una mujer trans shuar de 27 años. Para ella, el camino rumbo a la exposición de su identidad y su transición fue duro.
“Yo desde pequeña recuerdo que no me sentía cómoda con mi género. Nunca me gustaron las actividades que las ponían como de hombres en mi comunidad, ni los juegos con chicos, ni me gustaban las niñas. Esto me hizo sentir siempre incómoda con mi realidad y con todo lo que mi familia esperaba de mí”, dice.
Este fue sólo el inicio de su historia: “Mientras crecía, en la escuela y el colegio fue aún más duro. No encajaba con los grupos de chicos, ni totalmente con los de chicas porque, obviamente, veían una distancia conmigo por cómo me veía en ese entonces y por cómo me relacionaba. Me molestaban mucho y realmente viví una infancia en la que sufrí depresión todos los días. Incluso intenté matarme en mi adolescencia”.
En este camino, Wisum encontró varios hombres que le llamaban la atención, pero esto también configuró un nuevo desafío para ella: “No podía acercarme en otras formas que no sea como amiga, porque obviamente ellos me veían como un hombre. Yo nunca pensé que lo que sentía estaba mal o se veía como malo, hasta que, en la escuela, intenté declararme con un niño que me gustaba mucho. Después de eso, todos empezaron a molestarme, incluso ese niño, porque lo que yo hacía, decían, no era normal”.
Estos retos se vieron también reflejados en su familia, que era religiosa. “Se convirtieron con la llegada de misioneros y con su traslado a la ciudad”. Esto hizo que ella no pudiera expresar su verdadera yo, “que estaba oculta entre las capas de ropa e imagen de hombre”. Sin embargo, esto llegó poco a poco a su fin una vez salió del colegio.
“Cuando salí del colegio ya estaba cansada. No podía seguir ahí e intenté salir de mi casa y mi comunidad. Una beca para estudiar la universidad me ayudó a viajar a Quito y cambiar mi casa, lo que también me permitió ir explorando lo que sería mi nueva realidad y mi nueva yo”, dice.
A los 20 años logró iniciar su proceso de transición para poder convertirse en la mujer “que siempre había soñado”. “Cuando empezó fue duro, porque estaba en la universidad y pensaba que las actitudes que iba a recibir eran las mismas que tuve en la escuela y en el colegio, en Macas. Pero no fue así, más allá de comentarios de unas pocas personas, recibí mucho apoyo de personas que se convirtieron en mis amigos y amigas y esto me permitió empoderarme y darme cuenta de que lo que estaba viviendo no estaba mal y que era parte de quien soy”.
Con el tiempo su transición terminó y hoy, ya con su título, ha logrado establecer una relación estable con un hombre “que me ha aceptado y amado tal y como soy”.
“La verdad, el ser indígena y ser trans ha sido duro la verdad, aunque es algo que me ha ayudado a ser resiliente con lo que me ha tocado vivir tanto en el ámbito familiar como personal. Hoy mi familia me acepta tal y como soy y en la comunidad también, pero todo esto significó una lucha en la que me tocó pararme duro y recordarle a las personas de la comunidad que históricamente los pueblos shuar no han sido discriminatorios con las orientaciones sexuales de las personas. Me ha tocado enseñarles de nuevo lo que significa el valor del ser humano y que eso va más allá de los gustos de cada uno o de su identidad”, dice.
¿Qué pasa con la discriminación?
Zumak Flores cuenta que las comunidades indígenas, en su mayoría, históricamente no han sido discriminatorias con las libertades y orientaciones sexuales. “Si analizamos por ejemplo lo que ocurría con la cultura Huancavilca, ellos tenían la figura de los ‘enchaquirados’, personas trans que eran aceptadas y podían establecer relaciones sentimentales sin problema con personas de su mismo sexo”.
“Lo mismo ocurría en las comunidades kichwa. Por eso hay palabras como warmipangui o cariwarmi, que se utilizan para identificar a personas de la comunidad Lgbtiq+; porque esta era una realidad que no era considerada anormal o una causa de discriminación en las comunidades. Sin embargo, con la llegada de la colonización y las acciones de evangelización que se llevaron a cabo por los cristianos, llegaron los paradigmas únicos de hombre-mujer a las comunidades pintándoles como que esto es lo único que está bien. Por esto la discriminación cobró fuerza, bajo la idea de que esto era un pecado”, dice.
Flores cuenta que esta realidad está cambiando, debido a que los propios jóvenes de la comunidad se han embanderado de la lucha por sus derechos y han trabajado constantemente para que “haya un proceso de desaprendizaje de lo que trajo la colonización y que la libertad sexual vuelva a reinar en nuestras comunidades, sin discriminación y miramentos”.
“Aunque no lo hemos logrado del todo, hemos visto un cambio grande en las comunidades, para el que todos hemos puesto un grano de arena”, dice.
Por esto, Flores actualmente se encuentra creando una agrupación Lgbtiq+ en la que se congreguen los miembros de las nacionalidades para continuar esta lucha por la igualdad y la liberación.
Sobre las cifras que se ven en la Amazonía y que se reflejan en el Censo, Flores asegura que estas, “más allá de las críticas que tenemos con el Censo”, demuestran este cambio que se ha logrado en las comunidades indígenas, donde la cultura de libertad y de orientación sexual se está intentando recuperar. “Igual, hay que aclarar que el Censo presenta un subregistro, por lo que los resultados no implican que hay más personas Lgbtiq+ en la zona rural, sino que allí las personas se sintieron más libres de decir que lo son”.
Lo mismo piensa Wisum, quien se convirtió en antropóloga y ha analizado estos temas: “Las comunidades históricamente no han sido discriminatorias y es necesario que esta parte de la cultura se recupere, porque la colonización occidental no hizo bien a esta dinámica”.
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