En el norte de Quito, los comerciantes consultados sobre las consecuencias de los apagones dan cuenta de una sensación de incertidumbre, de la que no se salvan incluso con plantas generadoras. Sus hábitos de compras para abastecer su negocio han cambiado y sus ventas han disminuido.
POR: Juan Camilo Escobar
Raúl Estupiñán, dueño de un restaurante especializado en platos típicos de Esmeraldas y Manabí en la calle Lizardo García del barrio de Cotocollao, en el norte de Quito, enfrenta la difícil decisión de cerrar su negocio temporal o definitivamente debido a los apagones prolongados. La clientela ha disminuido notablemente, ya que muchos evitan entrar al local cuando la electricidad se corta, dejando el comedor en penumbra.
Para Estupiñán y su esposa, oriundos de la Costa, el impacto de estos apagones ha sido incluso más severo que el que experimentaron durante la pandemia de Covid-19, cuando a pesar de las restricciones, lograron mantener más mesas ocupadas en al menos el 60%, pero hoy no llega ni a la mitad. Solo tres de las ocho mesas se ocupan con luz natural, mientras el resto del lugar permanece vacío, sumido en la penumbra.
Después de seis semanas consecutivas de cortes eléctricos continuos, Estupiñán decidió cerrar el restaurante el domingo pasado, tras confiar en vano en que los cortes se reducirían a seis horas diarias, tal como lo había prometido el presidente, Daniel Noboa, el 18 de octubre anterior. Sin embargo, los apagones en lugar de reducirse se extendieron hasta por 14 horas diarias.
Este lunes, Raúl Estupiñán reconsideró su decisión y optó por abrir una semana más, esperanzado en el anuncio de la ministra de Energía (e), Inés Manzano, quien aseguró que un aumento en la producción de la central hidroeléctrica Mazar, ubicada en Napo, ayudaría a reducir los cortes, tras las fuertes lluvias en la Amazonía.
Mantener el restaurante abierto bajo estas condiciones representa mayores gastos y menores ingresos para Estupiñán y su esposa, quienes ahora deben comprar ingredientes diariamente en lugar de abastecerse para varios días. Esta mayor carga de trabajo reduce el tiempo que antes dedicaban a atender a los clientes y a preparar con esmero el menú del día, con especial atención al encebollado, el plato más solicitado por su clientela, sazonado con el toque manabita de ella y el sabor esmeraldeño de él.
“Ahora hago compras todos los días en pequeñas cantidades”, explica, calculando que dedica al menos 30 minutos diarios sólo para ir al mercado y a donde sus proveedores de confianza de pescado y carnes frescas.
La situación es similar para otros comerciantes en Cotocollao. Francisco Jaque, quiteño de 24 años, administra el negocio de pollos “Camilita” en la calle Marcelino Navarrete, en el mismo sector de Cotocollao. Jaque ha decidido mantener el local abierto a pesar de la baja en ventas. Esto debido a la necesidad de costear su último semestre de estudios en Gastronomía y, posteriormente, desarrollar una gran trayectoria como chef. Y para ello, asegura, está dispuesto a utilizar sus ahorros para evitar el cierre de su negocio y con él todas sus aspiraciones profesionales.
“A diferencia de hace cuatro años, cuando cerré por la pandemia y tuve que postergar mis estudios durante dos años, ahora siento que no puedo darme por vencido”, dice Francisco con voz firme, pero con un atisbo de resignación. Su rostro, surcado por las preocupaciones del día a día, revela una lucha constante.
Cada mañana, Francisco enfrenta el reto de mantener a salvo a sus pollos. Para ello, ha limitado drásticamente la compra diaria a su proveedor, consciente de que cada decisión cuenta. “Cuando se va la luz, coloco los pollos en la parte inferior del frigorífico-mostrador, donde el frío se conserva por un par de horas más”, explica con pragmatismo que refleja su experiencia.
Al finalizar la jornada, se dirige a su hogar en Calderón, donde coloca los pollos en su refrigerador doméstico.
Lucía, responsable de una panadería en la avenida La Prensa, también en Cotocollao, dice que tener una planta generadora propia no la libra de la incertidumbre, ya que los cortes de luz suelen darse sin previo aviso, interrumpiendo su producción. “La masa se pierde mientras activamos la planta y el horno eléctrico vuelve a encenderse”, comenta. La masa del pan “se pierde”, dice con tristeza extraña.
A diferencia de otros negocios en la zona, que cierran antes de las seis de la tarde para evitar problemas de inseguridad cuando el barrio queda a oscuras, ella sigue trabajando con la planta, pero solo atiende a través de la ventana, con la puerta enrollable cerrada. Sus clientes suelen enviarle mensajes de texto con pedidos anticipados de pan y leche para evitar demoras.
Cuenta que la mayoría de los locales cercanos cierran antes de las seis de la tarde para evitar la inseguridad en el barrio sumido en la oscuridad. Sin embargo, ella sigue atendiendo, aunque únicamente por la pequeña ventana de la puerta enrollable. Sus clientes, en su mayoría, ahora le envían mensajes para anticipar los pedidos y exponerse la menor cantidad de tiempo a andar a oscuras
Diana Landeta, quien administra un asadero de pollos en la misma avenida, empieza su jornada antes del amanecer para asar los pollos y tenerlos listos antes del corte de las 07:00. A pesar de perder un 40% de sus clientes habituales, su factura de electricidad ha aumentado de 25 a 27 dólares mensuales.
«Con el riesgo de que el refrigerador se dañe cuando vuelve la luz, no puedo dejarlo desconectado al salir para que el pollo fresco no se eche a perder», expresa con preocupación.
Con una deuda de 22.000 dólares por la franquicia del asadero y la obligación de pagar el arriendo y las facturas mensuales a proveedores, Diana Landeta enfrenta cada apagón como un golpe a su futuro. La comerciante estima que su clientela ha disminuido en al menos un 60% debido a los cortes de luz, lo que ha reducido considerablemente sus ingresos mientras los costos fijos siguen acumulándose.
En la misma avenida, Bryan Rodríguez, encargado de una vulcanizadora y taller de alineación y balanceo de vehículos, ha intentado atraer clientes con un letrero que anuncia su planta de electricidad propia, acompañado de música. Sin embargo, pocos conductores se detienen, probablemente asumiendo que el local también está afectado por los apagones en el barrio. Rodríguez ha recurrido a promocionar el taller en TikTok y mediante mensajes directos a sus clientes.
Además, indica que, aunque dispone de una planta generadora, esta no lo ha librado de la incertidumbre de los apagones irregulares. Explica que los sistemas que operan su equipo, incluido un elevador de vehículos de alta capacidad, tardan al menos 15 minutos en reiniciar tras cada corte. Calcula que sus ventas han disminuido en un 70%.
Estos testimonios reflejan el impacto de los apagones en pequeños negocios de Quito, cuyos propietarios se ven forzados a adaptarse o afrontar pérdidas considerables, en medio de promesas de mejoras que aún no se concretan. La última de estas, por ejemplo, que el Gobierno de Daniel Noboa gestiona con su homólogo de Colombia, Gustavo Petro, para comprar energía eléctrica directamente a las empresas del sector privado.
Esto, «es prácticamente inviable en este momento», coincidieron Hugo Arcos y Fernando Salinas, expertos en Energía consultados, señalaron que, aunque existe un acuerdo entre ambos gobiernos para la comercialización de excedentes de electricidad de empresas privadas, Colombia aún no ha finalizado la normativa interna necesaria para implementar el convenio y Ecuador lo hizo este mismo año.
Debido a la falta de esta “sintonización regulativa”, hace dos años ya fracasó un primer intento de este tipo de compra de energía a Colombia, recordó Arcos. Se trata de un gran vacío que impide a Ecuador a realizar compras en mejores condiciones que el actual mecanismo vigente entre ambos países, que se sustenta en la oferta de excedentes disponibles.
“Ha habido esa intención porque nos conviene no estar siempre sujetos al mercado ‘spot’, sino suscribir un contrato con un proveedor colombiano. Se congelarían precios de acuerdo con un contrato, que nos dé garantía de estabilidad. Pero hay que decirlo, con toda la claridad, el organismo regulador colombiano no ha dado paso y tampoco existe una intención clara y directa”, agregó Arcos.
Fernando Salinas también recordó que están en plena vigencia acuerdos de un mercado común no solo entre Ecuador y Colombia, sino también con Perú, Chile y Bolívia para la comercialización de energía. Los países acordaron en mayo anterior que hasta el año 2026 regularán y harán operativo este nuevo mercado regional andino de intercambio de energía.
“Ecuador ya realizó esta tarea y por eso fue a Colombia para pedir que realice lo mismo en el menor tiempo posible y así habilitar el marco regulatorio de intercambio con empresas privadas”, añadió Salinas.
Hasta el cierre de esta nota el Ministerio de Energía no respondió un pedido de información sobre los resultados de las gestiones realizadas por su titular encargada Inés Manzano, en Colombia para concretar esta alternativa de compra, luego de que el Gobierno de Gustavo Petro negara la posibilidad directa de venta de sus excedentes de electricidad.
Te puede interesar:
. Inseguridad, la crisis que se ha visto opacada por los apagones
. En redes sociales promueven paro nacional contra Noboa
. Lista la Comisión para analizar la presencia de bases militares extranjeras