Los apagones se acaban este jueves, pero las historias no paran ¿Te has preguntado quiénes son los te cortan la luz? ¿Cómo es el lugar desde donde actúa el ‘verdugo’? ¿Usa un botón, una pantalla, una herramienta? En esta crónica te revelamos el secreto mejor guardado.
POR: Gabriela Verdezoto Landívar
«Yo me imagino que es un panel tipo el de Homero Simpsons, con una gran pantalla y un pajarito que prende y apaga el botón de la luz. O un diablito como el de Derbez».
Mario.
«No me he puesto a pensar, pero creo que debe ser una sala enorme con un mapa virtual de Quito, dividido en barrios, frente a algunos escritorios en los que, con botones, van quitando y poniendo la luz».
Giovanna.
«Lo primero que se me viene a la mente son unos breakers enormes en una pared con una palanca que se baja para quitar la luz y se sube para prenderla. Creo que es una idea muy vieja ¿verdad? Capaz solo son computadores».
Fabián.
La actual crisis de apagones llega a su fin esta semana, y esto no sólo aliviará a comerciantes, estudiantes, empresarios, empleados, transeúntes… sino también a sus verdugos. Aquellos que durante estas 12 semanas y media han tenido en sus manos la potestad de dejar al resto sin luz.
Entre sus funciones han estado planificar los horarios de cortes, los barrios que se quedan a oscuras, las fechas. ¿Cómo se corta la luz? ¿Un botón? ¿Un panel? ¿Un monitor de computadora? ¿Cómo es el trabajo de aquellos ejecutores del apagón?
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El lugar es luminoso.
El centro de operaciones de la Empresa Eléctrica Quito (EEQ) es un edificio de dos pisos de un blanco impecable con filos azules, rodeado de jardines bien cuidados y unas piscinas vacías de baldosas azules, dentro de un valle seco y silencioso que se parece, por momentos, al desierto de las películas de narcos.
El complejo está al pie de una carretera secundaria donde no pasa nada. Quien mira este terreno al lado del camino no se imagina que aquí, cada día, se decide una parte del destino de las casi tres millones de personas que viven en Quito. Porque, hay que decirlo, la luz, o la falta de ésta, tiene la capacidad de cambiar la vida de todas las maneras.
Nadie podría pensar que en esta especie de barco varado se corta y se reconecta la electricidad de todo el Distrito Metropolitano.
Son las ocho de la mañana, hay un silencio calmo. Un jardinero está internado en la ornamentación de este gran jardín. Hay once sillas de escritorio negras, alineadas, recibiendo sol a la entrada del edificio.
De la puerta sale un hombre con un caminar seco, correcto, con pantalón jean y camisa de cuadros rojos y blancos debajo de una chompa azul deportiva. William Cisneros es uno de los encargados del centro de control. Trabaja más de diez años en la Empresa. Tiene recelo de ser entrevistado. En este edificio todos quienes salen y entran parecen cargar con una culpa.
Lo primero que aclara Cisneros es que todo tiene un principio y un fin. Así son los circuitos eléctricos —dice—, líneas por donde va la corriente del punto ‘A’ al punto ‘B’, para luego repartirse en otros puntos, y luego en otros, y así hasta formar una red inimaginable de distribución de energía que llegará a una casa, a una lámpara, a un interruptor.
Quito recibe energía eléctrica de puntos de generación fuerte, como Paute y Coca Codo Sinclair.
―¿Ha visto esas torres grandes, esas torres metálicas en las montañas? ―pregunta Willian Ciesneros con un tono docente―. Esas torres tienen unos circuitos, o los cables que ustedes ven. Esas se llaman líneas de transmisión que traen la energía desde los puntos de generación hasta las subestaciones de distribución.
En Quito existen 60 subestaciones de distribución. De las subestaciones la energía se vuelve a derivar por kilómetros de cables que están debajo de las calles o entre los postes, hasta los llamados alimentadores primarios.
―Y de ahí existen los transformadores. Es decir, hay una red de un nivel más abajo de las primarias que se llama red de bajo voltaje. Y finalmente están las acometidas: lo que va desde el poste hasta el medidor de cada casa ―susurra Cisneros, como para no desconcentrar a sus compañeros de la sala de al lado, que en una hora tienen que conectar y desconectar la luz en algunos barrios de Quito.
―Como digo, la energía tiene un inicio desde la subestación y tiene un fin hasta, digamos, el último barrio ―insiste Cisneros.
Cada subestación tiene entre 4 y 8 alimentadores primarios; es decir los puntos en que se vuelve a dividir la energía. Estos se nombran por letras: A, B,C,D,E,F,G,H. En total, Quito se divide en 213.
Cisneros habla con un interés genuino, como contando un cuento.
Todo este sistema eléctrico se mantiene funcional con el trabajo de campo de cuadrillas o grupos de técnicos que van en camionetas por todo Quito atendiendo los problemas de los clientes como medidores dañados o transformadores averiados.
—También tenemos grupos denominados de mantenimiento de red aérea. Son un grupo más numeroso. Ellos son los que se encargan de hacer actividades más complejas como, por ejemplo, un poste chocado. En este caso es el grupo de red aérea el que tiene que ir a cambiar el poste, a remover el que está defectuoso, dañado. Quizás hacer un nuevo agujero. Para eso, ellos tienen una grúa.
En la zona urbana tienen, en promedio 40 reparaciones por día, y en las zonas rurales 60. Hay tres turnos de trabajo por día. Seis personas por turno.
―Trabajamos las 24 horas del día, los 7 días a la semana, los 365 días. O sea, siempre hay gente aquí —dice—.
Sin embargo, desde el 23 de septiembre todo el equipo tuvo un trabajo adicional: organizar los cortes de luz en todos los barrios de Quito conforme lo van pidiendo el Ministerio de Energía y el Centro Nacional de Control de Energía (Cenace). Entonces, se acabaron los días de descanso.
―A veces cuando las cuadrillas vamos por las calles en los autos de la EEQ suelen gritarnos, vagos o nos hacen dedo ―dirán, luego, otros compañeros de Cisneros.
No tenemos privilegios
El ingeniero Cisneros encuentra en otra sala a Freddy Yánez, jefe de operaciones y mantenimiento rural; Alejandro Trejo, técnico analista; y Carolina Gualotuña, del departamento de comunicación.
La sala es grande, oscura, aunque no por los apagones.
―¿Y no les pasa que a veces ustedes van a su casa y no hay luz?
Todos ríen, con la misma indignación de los clientes porque ellos se autoflagelan.
(Es viernes 15 de noviembre. Luego sabremos que este mes fue el que tuvo los cortes más largos por día, llegando a 14 horas).
―O sea, yo salgo de la casa sin luz y llego a la casa sin luz ―dice Alejandro Trejo, con un aire de resignación―. Yo estoy en un bloque en el que se desconecta la electricidad a las seis de la mañana y regresa al mediodía. Luego vuelven a cortar desde las tres de la tarde hasta las nueve de la noche. Entonces, yo salgo de la oficina a las tres de la tarde, llego a mi casa y no tengo luz y, como estamos en emergencia, desde la casa debo seguir trabajando y no puedo; entonces, suelo quedarme aquí. Incluso hasta para llegar a la casa más tarde y esperar menos tiempo hasta a que regrese el servicio.
Se hace una bulla, todos cuentan sus experiencias a la vez. Carolina y Alejandro dicen que ellos fueron de los “suertudos” que estaban en una zona en la que había un punto crítico y no cortaban la luz. Ellos llaman punto crítico a los lugares en los que no se puede desconectar la electricidad, como los hospitales y centros de salud públicos.
―Yo era de los beneficiados, no me cortaban ―dice Trejo, con algo de picardía entre la solemne oficina―. Claro, yo decía «por mí, pueden cortar donde sea, a mí no me cortan», hasta que, por este tema de las cargas críticas, tuvieron que hacer un cambio en la topología en mi barrio y ahora ya me cortan
―A mí también me pasó lo mismo― dice Carolina.
A partir de la sequía extrema que vivió el país desde julio, las centrales hidroeléctricas ―que cubren el 70% de la demanda de energía del país― comenzaron a secarse hasta el inminente anuncio de que se debía racionar el servicio de electricidad, que inició en septiembre.
Con análisis diarios, el Ministerio de Energía emite un informe a cada central de distribución con el número de kilovatios de potencia horaria que deben “ahorrar”.
Por dar un ejemplo, el Ministerio y el Cenace piden a los técnicos de la EEQ que desconecten 100 megavatios entre la medianoche y las seis de la mañana. Entonces, en una especie de cálculo rápido, deben sumar esa cantidad de energía de entre las 213 subestaciones primarias y así armar un bloque de corte, que se va ajustando lo más posible a las demandas del Cenace.
―Es compleja esta situación, porque la potencia de cada uno de estos alimentadores primarios no es constante. No es que a las cero horas, a la una, a las dos de la mañana se va a tener siempre 100 megavatios en todo momento. Eso va variando por el consumo diario ―dice Freddy Yánez―. Entonces, hay periodos más inestables como en la demanda punta que llamamos, o demanda máxima, que empieza alrededor de las seis de la tarde hasta las diez de la noche.
―A veces el Cenace pide una potencia considerable para desconectar, y en algunas ocasiones ha sido imposible cubrir ― explica Cisneros―. Por eso hubo la necesidad de aislar estas cargas críticas; digamos, hacerles un cambio topológico.
Esto se traduce en que, si en una subestación primaria existe un hospital público, las cuadrillas aéreas van separando la línea de distribución de energía de las casas alrededor del hospital, para juntarlos a los cortes de otra subestación y dejar, de ser posible, solamente el hospital fuera de la zona de cortes eléctricos. Por eso, al inicio hubo barrios donde no se iba la luz y que, con el pasar de las semanas, ya sufrieron el racionamiento. Si no se cumple lo que está programado según el Cenace, hay sanciones para las empresas.
―¿Y han recibido solicitudes de familiares que les han dicho ‘no me cortes la luz’?
Se hace un suspiro general.
―No sólo familiares y amigos, sino entidades públicas, empresas privadas, hasta alcaldes ―enumera Trejo.
Y siempre la explicación que dan es la misma: «no depende de nosotros, son disposiciones del Ministerio de Energía».
―Yo tengo algunos amigos que piensan que por el hecho de trabajar en la Empresa Eléctrica uno puede hablar con algún jefe y decir: «vean, por favor acá no desconectarán». Obviamente, es por desconocimiento —concluye Trejo.
―Justo hoy en la mañana recibí un comentario de mi hija ―comparte con confidencia Freddy Yánez―. Viene y me dice: «¿sabías que ahora eres más como nuestro ‘roomate’?». Me dejó pensando.
― ¿Y qué edad tiene?
― 11 años.
― O sea, ¿ya le reclama?
― Ya nos reclaman porque no estamos pasando tiempo con nuestras familias.
Entonces, ¿cómo cortan la luz?
La sala de control está al fondo del edificio, en la planta baja. Tiene ventanales del piso al techo. La luz del sol entra potente. Hay tanta luz pero no distrae a dos personas que están sentadas —cada una en un escritorio semi redondo— con cuatro pantallas de computadoras, un teléfono de oficina y una radio como de las del servicio de taxis. Frente a ellos tienen una gran pantalla a contraluz, en un muro que da la espalda a los ventanales con sol.
Faltan diez minutos para las diez de la mañana y se viene un nuevo horario de cortes. En la pantalla gigante hay una cuadro como de excel pero con fondo negro que dice «BLOQUES DE DESCONEXIÓN». La misma imagen aparece en las pantallas de las computadoras.
El proceso es el siguiente: luego de que se coordinan los cortes por bloques, el Ministerio de Energía, aprueba. Inmediatamente, se imprimen esas hojas y se les da a cada una de las personas encargadas de cortar la luz de manera remota. Ellas comienzan a avisar a las cuadrillas que están por cortar la electricidad de manera manual en los nuevos lugares de corte y se cercioran que todos los equipos confirmen que están lejos de los postes para evitar que sean víctimas de una descarga eléctrica. Cuando llega la hora del corte, en las pantallas personales se ve una especie de mapa eléctrico con cuadrados amarillos en un fondo negro y, de uno en uno, con el mouse, las personas hacen clic en esos cuadros: cuando cambia de amarillo a rojo, significa que esa zona se quedó sin luz. Van llenando el papel de vistos.
Eso es todo. No hay breakers, no hay botones, ni Homero Simpson ni Derbez.
Así se corta la luz en la mayoría de zonas de Quito, pero no en todas. Las nuevas subzonas no están conectadas al sistema informático y tienen que ser desconectadas manualmente por el personal de las cuadrillas de campo.
―A las 12:00 hay un corte manual en la parte de la Universidad Central ¿Se ubica el redondel de Miraflores? Bueno de allí, unos metros más abajo hay un poste con una caja. No se va a perder. Antes del mediodía estará una cuadrilla para cortar la luz en la parte alta de San Juan―.
Carolina también se despide. ¿Cuál fue la parte más complicada de esta crisis para el departamento de Comunicación? La necesidad de los usuarios por saber con suficiente tiempo los horarios de los cortes. Pero no es tan fácil —explica Carolina— porque hay que esperar que el Ministerio apruebe o haga los cambios, y sólo entonces se podía armar el PDF con los logos y los horarios que todo el mundo estaba esperando.
***
Desde los cortes de energía, el tráfico en Quito va el doble de lento entre avenidas con los semáforos apagados y el desorden de conductores desesperados por cruzar las transversales. Faltan tres minutos para el mediodía y al otro lado del parterre, hay una camioneta azul de la EEQ, con una escalera de metal que termina en lo alto de un poste junto a una caja y tres hombres vestidos de con jeans azules, chalecos naranjas y cascos blancos. En segundos el hombre baja de la escalera; la suben de inmediato a la camioneta y levantan los conos naranjas de precaución.
―Ya nos vamos ―dice, apurado, Rafael Criollo, porque tiene que ir a otras zonas a conectar y desconectar y luego a hacer reparaciones. Ahorita acabo de cortar la luz del barrio de mi prima. Eso da pena, pero ¿qué puedo hacer, si es mi trabajo? ―dice Criollo—.
A las cinco y treinta de la tarde la camioneta azul se estaciona junto a un poste. Dentro de la camioneta se escucha una cumbia. Rafael Criollo y otros dos hombres están a poco más de una hora de acabar su jornada. A las siete dejarán las camionetas en el centro de control y volverán a sus casas para empezar el sábado a las siete de la mañana el recorrido que les asignen para reparaciones y cortes.
Rafael trabaja en la EEQ hace 34 años, ha pasado los cortes de luz de los años noventa incluida la ‘hora sixtina’ (entre noviembre de 1992 y febrero de 1993, por otra sequía que afectó la central hidroeléctrica Paute, el presidente Sixto Durán Ballén decidió que el país adelante el reloj una hora)
―Pero nada ha sido tan terrible como esto ―dice Rafael. No deja de sonar su radio― Vea, si por nosotros fuera, no cortaríamos la luz. Nuestro trabajo más bien se trata de que el cliente tenga el servicio y de reparar lo más pronto posible daños en las acometidas o en los medidores.
Los dos compañeros comienzan a salir del auto y a desarmar la escalera.
―Uno se siente mal de dejar a los clientes sin servicio. Hay lugares donde se sabe que viven personas de la tercera edad, solas.
La conversación es interrumpida porque Rafael reconoce entre tantas voces que salen de la radio, una que lo llama a él: «Ingeniero, buenas tardes. Al momento nos estamos ubicando en la 811 para la operación», dice Rafael a la radio.
Por la crisis energética los horarios de trabajo de los técnicos de campo se han extendido a 12 horas diarias. Trabajan por turnos. Cada 4 semanas pueden tener uno o dos días de descanso, para luego pasar a otro horario de 8 horas de trabajo, que va de siete de la mañana a las tres de la tarde; y luego vuelven al turno de once de la noche hasta las siete de la mañana del siguiente día.
―A veces, los clientes nos insultan fuerte. Por educación, no puedo repetirle las palabras, pero, por ejemplo, en este barrio, suelen salir unos señores enojados ―dice Rafael y luego silba.
Faltan dos minutos para las seis de la tarde. El compañero de Rafael está listo con el arnés. Comienza a trepar la escalera. Se queda en el octavo peldaño. Envuelve la otra parte del arnés en el poste. Se asegura. La camioneta está con las luces de parqueo. El hombre sobre la escalera silba una canción, parece alegre. «Buenas tardes, tenga la bondad, estamos listos en el 811», dice Rafael. «Gracias, gracias», le responde por la radio la persona que está de turno en la oficina con ventanales.
«Desconecte», dice Rafael.
El hombre de la escalera ha subido un peldaño más, tiene la pierna izquierda sobre el metal y la derecha asentada en el poste. Abre la caja. Dentro hay una especie de botones azules. El hombre regresa a ver.
«Desconecte», repite Rafael.
El hombre hace una maniobra con la mano izquierda dentro de la caja. Algo suena duro.
«Desconectado».