Las bases del movimiento oficialista ADN esperaron más de una hora bajo el sol de la Plaza Grande para escuchar a Daniel Noboa. Gritaron de todo, hasta “fuera, Correa, fuera”. En menos de tres minutos, el presidente reelecto dijo que se respira “un aire de libertad”.
POR: Juan Camilo Escobar
«¡El pueblo se quema; salga, Presidente!». El grito se alzó una y otra vez, en coro, desde la multitud que resistía bajo el sol inclemente del mediodía, en el centro de Quito. La espera se alargaba. Había una alerta por niveles extremos de radiación ultravioleta, pero eso no detuvo a los simpatizantes de Daniel Noboa que, desafiando el calor y el cansancio, llevaban más de una hora aguardando frente al Palacio de Carondelet.
Querían ver al presidente reelecto. Querían que saliera al balcón. Era su primer acto público desde el domingo, cuando ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. La expectativa era alta. La impaciencia también.
Entre pancartas y botellas de agua medio vacías, una consigna alternaba con la inicial: «¡Luisa, Luisa, te dimos la paliza!». El cántico, repetido con entusiasmo por los seguidores del movimiento oficialista, hacía referencia a los más de 11 puntos de ventaja con los que Noboa superó a la candidata correísta, Luisa González. Un triunfo que contrastó con la ajustada primera vuelta.
La escena condensaba el clima político del momento. Eran las 12:37 cuando, con 37 minutos de retraso, Noboa cruzó el umbral del balcón presidencial y se asomó ante la Plaza Grande. Lo hizo con paso firme.
La ceremonia de cambio de mando de los Granaderos de Tarqui —que fue el espacio para este acto—, sobria y coreografiada al milímetro, es más que un ritual militar: es una puesta en escena del poder. En ese escenario de muros coloniales, donde se entrelazan pasado y presente, el Palacio de Carondelet volvía a recordarle al país —y al presidente— que allí se ejerce la jefatura del Estado.
Apenas apareció el mandatario, estalló la ovación. Gritos, aplausos, brazos en alto. Pero no todo fue celebración. Entre la euforia, emergió también la voz cruda del antagonismo político. Desde distintos puntos de la plaza, retumbó la consigna que ha marcado más de una década de polarización: “¡Fuera Correa, fuera!”
Noboa se presentó acompañado por su esposa, Lavinia Valbonesi, y sus dos hijos, Álvaro y Furio. Lo esperaban varios ministros de Estado y la vicepresidenta electa, María José Pinto.
Con la llegada del presidente, el jefe de Protocolo de Carondelet anunció, con tono formal y solemne, el inicio del cambio de guardia. La ceremonia, marcada por marchas y formaciones militares, se extendió hasta las 12:59, momento en que dio paso al breve discurso presidencial.
“Se respira un aire diferente. Un aire de libertad, un aire de justicia, un aire de tranquilidad también”, dijo Noboa al iniciar su intervención, que duró menos de tres minutos.
Aseguró que su nuevo mandato será un tiempo de continuidad en la lucha contra la inseguridad y el crimen organizado: “Ya podemos estar tranquilos de que, durante los próximos cuatro años, vamos a estar aquí, sirviéndolos y luchando día a día contra la criminalidad, la inseguridad, dando opciones dignas a nuestros jóvenes y brindando el trato que se merece la familia ecuatoriana y toda la sociedad”.
También dijo que él y su equipo están comprometidos con el país: “Ese compromiso, tengan la total seguridad, siempre estará en mi corazón. Ha sido una lucha muy fuerte, pero el bien venció al mal, la justicia venció a la impunidad y la libertad venció a la opresión”.
También aprovechó para agradecer a María José Pinto y a su equipo de trabajo y a quienes —según sus palabras— “han entregado su tiempo, recursos e incluso su propia seguridad por trabajar por este joven candidato y ahora presidente, de nuevo”.
“Gracias, Ecuador, por darme el honor, una vez más, de ser tu presidente”, dijo Daniel Noboa al cerrar su discurso. La multitud que lo acompañó durante la ceremonia comenzaba a dispersarse, aunque algunos permanecían aún en la Plaza Grande, entre fotografías, abrazos y conversaciones sobre el inminente regreso a sus provincias: Guayas, Tungurahua, El Oro, entre otras.
Daniel Cevallos, un agricultor de 67 años que viajó desde Mulaló, en Cotopaxi, no tenía prisa en retirarse. Su presencia en el acto no pasó desapercibida: no solo coreaba sin pausa vivas al mandatario; antes de que él saliera al balcón, Cevallos evocaba con precisión las últimas palabras del expresidente Jaime Roldós en la ceremonia del 24 de mayo de 1981, poco antes de morir en un accidente aéreo.
Con voz firme, repetía su mensaje, replicando incluso las pausas dramáticas del original, pero con una breve variación al final: A la emblemática frase final de Roldós, viva “¡Viva la patria!”, Cevallos agregaba “¡Viva Noboa!”, provocando más vivas entre los asistentes. Y nuevos pedidos de que vuelva a declamar el discurso de Roldós.
“Vine porque en verdad necesitamos que el presidente combata la inseguridad. De ser necesario, volveré otras veces, con tal de que no se pierda la dolarización”, afirmó, mientras se preparaba para emprender el viaje de regreso.
Mientras tanto, a pocos metros de la escena, el bullicio también se sentía en los negocios del centro histórico. Alicia Guevara, dueña de una cafetería que opera desde hace décadas en el atrio de la Catedral Metropolitana, observaba el ir y venir con mirada entrenada. Su madre y su tía fundaron el local hace 78 años y ella lo maneja desde hace 35.
“He visto de todo en este tiempo. Tiempos buenos, tiempos difíciles. Hoy ha sido un buen día. Vino más gente, hubo más movimiento. Pero cuando cierran la plaza por protestas o contramarchas, no entra nadie”. Lo decía con resignación y experiencia, como quien ha aprendido a leer la política también desde el negocio familiar.
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