El intercambio de productos no sólo se da entre comunidades indígenas, sino también entre la Costa y la Sierra. Esta es una costumbre que sobrevive a los años y a la modernidad.
POR: Alliwa Pazmiño
Marzo es la época del Sisariy Pacha, término que en kichwa significa tiempo del florecimiento, cuando todo el paisaje es verde. En los llanos, el tuktu (flor del maíz) da vida a sus plantas. Durante esta temporada, algunas familias de las comunidades kichwa de Cotacachi acostumbran a intercambiar sus productos tiernos del campo, por los cosechados en la zona costera del país.
Cotacachi pertenece a Imbabura, situada a 97 kilómetros de Quito, la capital ecuatoriana, e incrustada en medio de los Andes, a una altura de 2.418 m.s.n.m. Cuenta con 40.036 habitantes, quienes de acuerdo con la identificación étnica del país se agrupan en mestizos —que son la mayoría—, con un 53,53%, seguidos por los indígenas, con el 40,55% y 1,66% afro-ecuatorianos, según el Censo Población y Vivienda 2010.
Y La Calera es una de las comunidades de Cotacachi, bastante particular por algunas actividades y prácticas andinas ancestrales que aún conserva, como el ranti ranti. Esta es una de las formas más antiguas de intercambio de productos entre las diferentes comunidades, familias y zonas del país. Es una iniciativa en la que quienes viven en la zona andina intercambian su producción por la de Manabí, Los Ríos, Esmeraldas, y Pichincha (Puerto Quito). Canjean papa por yuca, maíz por plátano, naranjas por frijoles, entre otros. Es decir, una comunidad en la que el trueque no sólo sobrevive, sino que tiene plena vigencia.
El objetivo es complementar y variar la alimentación. Para conocer más sobre esta práctica comunitaria, conversamos con Wayra Calapi, originario de La Calera. Wayra es un hombre kichwa de 50 años, padre, músico y reconocido sabio comunitario, por su liderazgo en iniciativas para conservar tradiciones y costumbres del pueblo kichwa. Forma parte de la asociación Jatarishun, que se dedica a la producción agroecológica con base en semillas nativas y la promoción turística. Wayra lidera el intercambio de productos y ha organizado ferias comunitarias.
«Aquí sembramos para el consumo familiar —dice—. Hay quienes migran a ciudades cercanas, como Quito, Ibarra y Otavalo, para conseguir empleo; otros son obreros. Las mujeres además de los quehaceres del hogar se dedican a la agricultura, a vender su mano de obra, son artesanas. Con la pandemia del Covid-19 algunas actividades fueron interrumpidas y quienes trabajaban en las ciudades tuvieron que volver a su comunidad».
Por eso, “hay que fortalecer la agricultura y reconocer el lugar central que tiene el agricultor para producir y proveer los alimentos”, señala Cristian Echeverría, agrónomo y coordinador de Participación Social del Municipio de Cotacachi.
Asimismo, el intercambio en el que se basa el ranti ranti, y que se ha mantenido vigente entre varias familias de La Calera, ayudó a que hubiera soberanía y seguridad alimentaria, porque las personas tuvieron acceso a los alimentos que les gustan, fueron variados y los consumieron frescos.
Beneficio intercomunitario
En el ranti ranti de La Calera también participan personas de comunidades aledañas. El canje de bienes pasó de lo intracomunitario a trueques entre comunidades y distintas etnias, en una escala más amplia, que ahora incluye a pueblos de la Costa ecuatoriana, señala Wayra. Hay personas de Puerto Quito, Yaruquí, Cangahua, El Quinche, Esmeraldas, Montalvo, Manabí, que se han unido.
“Esta actividad de reciprocidad posibilita intercambiar productos sin necesidad de dinero. Se adquieren alimentos variados de las zonas frías y cálidas, constituyéndose en una alternativa de vida para las comunidades. Es así que muchas familias se unieron para ayudarse mutuamente en momentos de crisis y de confinamiento, como fue a inicios de la pandemia”, comenta Wayra.
Ranti ranti en kichwa significa reciprocidad, en correspondencia, y es uno de los principios importantes en la cosmovisión andina. Este acto no se queda sólo como un simple intercambio; culturalmente es kawsay (la vida) que se está cuidando y garantiza la soberanía alimentaria. En ese sentido, la reciprocidad vendría a ser un principio cósmico y universal de “justicia”, de un equilibrio ético, como señala Estermann, J., en el libro Filosofía Andina.
Según Rosa Murillo, agroeconomista y dinamizadora del Movimiento de Economía Social y Solidaria del Ecuador (Messe) de la zona norte, el trueque es una manifestación cultural ancestral, la cual está basada en los principios del pensamiento andino que “promueven la complementariedad, la reciprocidad, la distribución, el diálogo de saberes, la autonomía, la interculturalidad y revitalizan la cultura”. Murillo añade que, en esta práctica de intercambiar productos, saberes, y/o servicios por otros que se necesitan, el valor del dinero no es el mediador y la única relación es la necesidad.
El presidente de la comunidad La Calera, Luis Villagómez, cuenta en idioma kichwa, que el ranti ranti se practica también con otras comunidades y que la organización Jatarishun, de La Calera, desde hace años ha liderado ferias para intercambiar maíz y otros productos. En estos intercambios, las personas no fijan el precio o cantidad, el intercambio está basado en las necesidades de las familias y agrega: “desde que tengo memoria se ha practicado la reciprocidad entre las familias y los vecinos. En esta comunidad rural todos siembran, tienen sus huertos y de la cosecha, una parte es para el sustento familiar y el resto para cambiar con otros productos”.
“Si bien el ranti ranti ha estado presente en esta zona y se ha practicado a nivel familiar y local, el intercambio con otras provincias y zonas del país es una iniciativa que lidera Wayra Calapi. Nosotros, como cabildo, consideramos que es una actividad beneficiosa. Creemos que ayuda a la comunidad a fortalecer la solidaridad”, señala el presidente de La Calera.
Con relación al intercambio intercomunitario, Wayra cuenta una de sus experiencias con el pueblo kichwa Puruhua, en Alausí, Chimborazo, ubicada a 300 km de Cotacachi. Cuando él viajó a ese pueblo a dar una charla sobre identidad y economía comunitaria, como agradecimiento le entregaron gran cantidad de productos: papa, col, lechuga, zanahoria, manzanilla, ortiga…
Recuerda con emoción que no esperaba que le dieran tanta comida: «Se llenaron tres camiones con los productos agrícolas que me regalaron”, exclama aún entusiasmado. Como él tenía contactos en Sabalito, Esmeraldas y Puerto Quito, envió la comida para las familias de esos lugares. Recibió apoyo de los alcaldes de ambas localidades para el transporte. “Al llegar a Esmeraldas y entregar los alimentos, nuevamente llenaron el camión, sólo que ahora con plátano, yuca, caña, papaya, naranja, limón, mandarina, arroz y coco”, añade Wayra.
El ranti ranti es una coincidencia de necesidades y de ser recíprocos, como enfatiza Wayra. “Se comparten los alimentos con quienes los requieren. Para eso, se coordina y no es un tema de sólo cambiar, sino que todos llevan lo que necesitan”, añade. Estas acciones contribuyen, de alguna manera, a tener una alimentación variada y disminuir los niveles de desnutrición crónica infantil, que en Ecuador son alarmantes. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), 38 de cada 100 niños indígenas menores de dos años sufre desnutrición crónica.
¿Cuál es el proceso para el intercambio?
Las familias se organizan para dos ferias de intercambio al año, una en marzo, cuando existen productos tiernos; la otra, en junio, época en la que se cosecha el maíz y se intercambian granos secos.
En marzo del 2022, en Jatarishun —un espacio comunitario de La Calera— se realizó la feria de intercambio en la que participaron mujeres de varias comunidades de Cotacachi con sus alimentos de la temporada: choclo (maíz tierno), frejol tierno, calabaza, habas, papa, berro, mellocos, entre otros.
Para esta actividad existe un proceso: la organización, cosecha, envío de productos a la Costa o región fría según sea el caso, recepción de los productos e intercambio.
Antes de que se realice la feria intercomunitaria, Wayra coordinó con su red de Los Ríos, cantón Montalvo. Definieron la fecha para el envío de productos a esa zona. Luego, Wayra comunicó a las familias, la fecha y hora en que llegaría el transporte que trasladaría los productos para intercambiar con la Costa. Al día siguiente, hubo a disposición un camión que pasó por la casa de cada familia que se comprometió a enviar productos; recorrió La Calera y luego se dirigió a otras comunidades, como Cercado, Imantag, Colimbuela.
En cada una, varias familias esperaban en la calle con sus costales que contenían lo cosechado: cilantro, col, papas, calabaza; todos los productos para enviar a la Costa.
Esa mañana, mientras el camión recorría La Calera, Wayra y su esposa, Rosa Guerrero, estaban en una quebrada recogiendo berro e iban colocándolo con prisa sobre una sábana tendida en el suelo, bajo la sombra, para mantenerlo fresco.
Wayra y su esposa Rosa recolectan berro en la quebrada de San Borja, La Calera. Foto: Sinchi Producciones
Mientras recolectaban el berro comentaron que con sus hijos sólo hablan en kichwa y que mantienen su cultura. Esto lo hacen para evitar que su lengua nativa se pierda, ya que, según la Unesco, el kichwa es una lengua en peligro de desaparecer. Recogían todo apresurados, porque era un pedido especial. “En la Costa no hay este producto. Pero, en esta zona fría del Ecuador, donde el agua es cristalina, sí, y crece rápido; en dos semanas se puede cosechar nuevamente”, aseguró Rosa.
La quebrada de San Borja está cerca de La Calera, próxima a la vertiente de Jatarishun. Luego de recoger el berro, regresamos a la comunidad y nos dirigimos al terreno donde tienen sembrado maíz, fréjol, acelga, papa china, achira, alfalfa y menta. “Sembramos de todo, hasta la col morada. No nos alcanzamos”, dijo Guerrero. Él desde la calle llamaba a su esposa y a las personas que estaban en el terreno [vamos, por favor] ripashunchik. En ese momento, salieron con lo cosechado en el huerto para enviarlo a la Costa.
La recolección y el envío de los productos se efectúa en 24 horas. Dos días después retorna el mismo camión, pero cargado con los productos de la Costa y ese día del retorno se realiza la feria interna en la comunidad.
Rosario Arias, una de las mujeres que ha participado en la feria de intercambios, manifestó: “En dos ocasiones participé, fui hasta Íntag (zona cálida de Imbabura). Ellos se acercaron con caña, con plátanos, papaya (…). Nosotros llevamos granos y calabazas para intercambiar. Con eso nos hemos apoyado. Así es nuestra vida”.
Wary, es una de las jóvenes que participa en estas actividades y sigue los pasos de su padre Wayra: “Yo he crecido con el ranti ranti, ya son alrededor de 20 años en esto”.
El día que retorna el camión de la Costa, las mujeres de las comunidades se concentran en Jatarishun, donde lo primero que hacen es una feria intercomunitaria. Asisten con comida preparada y sus productos para ofrecer. Lo que llevan al intercambio lo exponen en un mantel y cada familia se acerca y lleva lo que necesita.
Unas 30 mujeres con sus hijos, sentadas sobre el césped, empiezan a intercambiar lo que han traído a la feria: colada morada (bebida que se prepara con base en harina de maíz y mora), dulce de calabaza, pan, limones, habas, lechuga, tomate riñón, ají, tomate de árbol. Algunas mujeres han sido partícipes de este proceso desde que eran niñas, como Alexandra Guerrero: “Soy de La Calera, ya son 20 años que hacemos el ranti ranti. Desde pequeña he participado, y ahora que estoy casada, sigo aquí. Hoy traje lechuga, tomate riñón. Y ya se acabó”.
Wary, es otra de las mujeres jóvenes que participa en este evento desde hace más de 20 años. Ella dice que de su comunidad acuden cerca de 39 personas; de la comunidad llamada Cercado, dos grupos; de Colimbuela, tres. Al inicio, en esta actividad intercomunitaria participaban cinco familias y luego fueron expandiéndose. Wary dice: “Hay una persona que coordina en cada comunidad y se comunican entre todas para recolectar los productos. Y yo apoyo en el registro”.
Una vez culminada la feria, el líder, Wayra, se dirige a todas las familias que se han concentrado en Jatarishun, explica lo que se ha podido recolectar durante el viaje y anuncia que se empezarán a compartir los productos. “Este ranti ranti lo hemos organizado de todo corazón”, enfatiza, mientras, en el patio se van colocando todos los productos que transportaron de la Costa y esta vez se encuentra lleno de plátanos, yuca, papaya, naranja y caña de azúcar.
Mujeres kichwa preparan, para compartir, los racimos de banano que han recibido desde la zona cálida. Foto: Sinchi Producciones
El sentido de esta feria y el cómo distribuir los productos está basado en los principios de reciprocidad y solidaridad; todo se realiza sin financiamiento económico, pero con mucho corazón, como ejemplifica Wayra: “Este compañero necesita de alimentos. Él está enfermo, aún no se mejora, y debemos darle de comer hasta que esté bien”.
Wayra se dirige a las familias que asisten a la feria de intercambio de productos, en Jatarishun. Foto: Sinchi Producciones
Todo lo recolectado en la Costa es compartido a las personas presentes en la feria; es decir, quienes enviaron sus productos para intercambiar. No existen reclamos por las cantidades enviadas o recibidas, simplemente se acepta lo que se ha recolectado y alcanza para todos.
Trueque exitoso
La comunidad de Minas Chupa, ubicada en Otavalo, también realiza el ranti ranti dos veces al año. La feria se desarrolla en la unidad educativa Saminay que, sin duda, ha intensificado esta práctica debido a la crisis y a la necesidad social basada en la sostenibilidad y la solidaridad.
Las prácticas comunitarias han ampliado su red de distribución y mercado solidario; el trueque es una forma de vida “a pesar de que ha estado invisibilizado en el país. Los pueblos indígenas lo han mantenido de generación en generación”, dice Murillo. Y añade: “En la pandemia se fortaleció y se cambió la alimentación, las comunidades de la parte baja (desde Lita) venían y decían: yo voy a ir con un grupo para cambiar los productos ¿qué tienen en su comunidad? De esa manera se dinamizó el intercambio”, opina la agroeconomista.
Conservación de las semillas y el cuidado de la Pachamama
“Las comunidades siembran sus productos sin químicos, usan técnicas agrícolas orgánicas y fomentan el cuidado del medio ambiente”, explica el agrónomo Echeverría. También se practica la conservación de semillas locales para garantizar la protección del material genético vegetal local, así como el derecho al bienestar de los pueblos y su soberanía alimentaria, indica.
Las comunidades indígenas conservan y mantienen las prácticas tradicionales para el uso sostenible de la biodiversidad. El Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), señala que: “Muchas comunidades indígenas y locales viven en territorios de enorme importancia biológica mundial. Los territorios indígenas tradicionales abarcan, según las estimaciones, hasta el 24% de la superficie terrestre mundial y contienen el 80% de los ecosistemas”.
Las mujeres que se dedican a la agricultura coinciden en que el abono que usan para la tierra es el estiércol de sus animales: cuyes y ganado. Así mismo, Luis Villagómez, presidente de la comunidad La Calera menciona: “Aquí todos sembramos 100% orgánico, sin químicos. En esta comunidad todas las familias tienen una vaca, un chancho, una oveja; el estiércol de esos animales lo aprovechamos una vez que se siembra”.
El estiércol es el fertilizante orgánico por excelencia, debido a su alto contenido de nitrógeno. Se ha utilizado desde la antigüedad para aprovechar los residuos del ganado y también para restaurar los niveles de nutrientes de los suelos agrícolas, tal como indica en un artículo sobre fertilizantes, el experto en compostaje y en abonos orgánicos Germán Tortosa.
En La Calera siembran arvejas, fréjol, calabaza, quinoa, maíz y otros. Las personas mayores cultivan maíz negro, blanco, amarillo; conservan y siembran en cada uno de los surcos, dice Villagómez.
Hay una gran variedad de plantas y semillas que se conservan porque algunas de ellas están en riesgo de desaparecer. Pero, las mujeres de las comunidades, sobre todo las mayores, son quienes conservan y cuidan las semillas. Según datos de la Unión de Organizaciones Campesinas de Cotacachi (UNORCAC), los productos que están en riesgo de desaparecer son los siguientes:
Para evitar la desaparición de los granos incluidos en la tabla anterior, han surgido ferias para el intercambio de semillas desde las comunidades y organizaciones indígenas de Cotacachi. De esa manera se pretende garantizar el cuidado y la conservación de las variedades de semillas de la localidad.
Cristian Echeverría asegura que desde el Municipio han apoyado estos temas y que la agricultura es importante para el bienestar de las familias: “Nosotros, en 2010, como Municipio, iniciamos la implementación de un proyecto en los predios de Jatarishun, comunidad La Calera. Se hizo una inversión y adecuación del espacio y mejoramiento del suelo; se establecieron parcelas de cultivo”, indica. Afirma que, hay potencial en los pueblos indígenas para producir alimentos de manera sustentable; aplicación de buenas prácticas agrícolas, producción orgánica y conservación de semillas.
Para Echeverría, “la dotación de semillas y la aplicación de la permacultura (agricultura permanente), conjuntamente con el conocimiento y sabiduría ancestral se encaminan hacia una producción orgánica. La práctica del trueque en función de los productos cultivados son procesos interesantes y evidencian un modelo económico agrario orientado a la seguridad alimentaria”, asegura.
Las comunidades y organizaciones han sido las que lideran y promueven estos espacios de intercambios de productos y semillas, pero, por supuesto, dependen de la participación de cada familia en ese intercambio.
En opinión de Echeverría, el Municipio, de alguna forma, ha participado y apoyado esas acciones comunitarias enfocadas en la alimentación, que no solo favorecen a los pueblos indígenas, sino a la ciudadanía en general. “En la pandemia pudimos fortalecer alrededor de 240 huertos familiares, espacios donde se cultivan plantas comestibles que sustentan a las personas”, indicó.
Por otro lado, la agroeconomista Rosa Murillo coincide con que estas prácticas de intercambio y conservación de semillas han sido más que todo iniciativas de las propias comunidades y organizaciones, porque son quienes producen; todo enfocado en la conservación del medio ambiente y el bienestar económico y nutricional de las personas.
En estas comunidades la base de alimentación es el maíz. De ese producto salen sus derivados, como la harina, mote (maíz cocido), y también hacen el maíz tostado y el pan. Una comunera de La Calera, Rosario Arias, quien por varios años ha participado en los intercambios de productos, comenta que clasifica el maíz dependiendo de su utilidad. Para el mote selecciona el grano grueso, y los más delgados, para la harina. Pero, para obtener semillas para cultivar, el maíz debe ser el mejor grano y el fréjol tiene que conservarlo con la cáscara. La selección y conservación se efectúa para la alimentación de todo el año y una parte para la semilla.
Rosario Arias muestra la selección del maíz para convertirlo en harina. Fotos: Sinchi Producciones
En este proceso de la recolección de los productos lo que se hace es:
Minkana/encargar: en el momento en que empieza a secarse la chakra, el maíz y el fréjol seco se cosecha. Para ello, invitan a sus familiares o vecinos, para que los ayuden con la tarea.
Tipina/cosechar la mazorca: Las personas que acompañan en la minga (trabajo comunitario voluntario), empiezan a recoger las mazorcas deshojándolas o sin deshojarlas. Mientras que el fréjol va recolectándose con la cáscara.
La cosecha del maíz en el mes de junio. Foto: Sinchi Producciones
Chakichina/secado: el secado del maíz lo realizan en los patios, exponiendo las mazorcas al sol. También las cuelgan del techo. Algunas familias acostumbran a secarlas y almacenarlas en los corredores o pasillos de las casas.
Wayunka/mazorca con las hojas: estas mazorcas son almacenadas debajo del techo de las viviendas y corredores. Se construyen soportes con troncos de árboles y ahí se dejan colgadas durante todo un año o hasta que están listas para el uso que se les dará.
Mazorcas de maíz con hojas o wayunka las conservan debajo de los techos de las casas. Foto: Sinchi Producciones
El ranti ranti o reciprocidad es una institución resiliente con profundas raíces históricas, culturales y socioeconómicas que, si se promueve seguirá viva y fomentando la soberanía y seguridad alimentaria de las comunidades que la practican. Para que no desaparezca existen iniciativas que involucran a la juventud y niñez, como es el caso de la Unidad Educativa Saminay, en la comunidad Minas Chupa. “Este año, con el objetivo de que los más jóvenes aprendieran, valoraran y empezaran a hacer suyas estas prácticas comunitarias, participaron junto con sus padres en el intercambio celebrado en abril. De esta manera es como consideramos se seguirá fortaleciendo la solidaridad y correspondencia que subyacen en el ranti ranti”, concluye Jaime Til, un joven docente de la Unidad Educativa Saminay.
Este reportaje se produjo con el apoyo de la Earth Journalism Network de Internews.