La ciudad cumple un aniversario más de haber sido declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Pero, ¿qué hay detrás de la historia de la capital y qué ha pasado con su cuidado? Te contamos.
POR: Esteban Cárdenas Verdesoto
Las piedras acaparan la luz del sol de lo que hoy es el Museo Numismático, un edificio que vivió su propia historia antes de ser lo que hoy luce en pleno centro histórico de Quito. Y es que este espacio pasó de ser una casa colonial a ser el Banco Pichincha, en 1922, para, finalmente, adscribirse al Banco Central y luego convertirse en un baúl de memorias.
Claudia Fernández, una mujer de 36 años, no conoce de la historia que antecede a esta imponente construcción ubicada en plena calle García Moreno y Sucre. Sin embargo, esta misma es parte de los recuerdos de una ciudad que hoy celebra 47 años de ser Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Y es que detrás de cada fachada, pintura y puerta existe una historia que ha convertido a Quito, y en especial a su centro histórico, en Patrimonio Cultural de la Humanidad. Hoy, te contamos qué hay detrás de estas fachadas y los retos que tiene la capital para mantener esta declaratoria, que la Unesco firmó el 8 de septiembre de 1978.
¿Descuido sistemático?
El título de Patrimonio Cultural suele recordarse como un triunfo de la población como colectivo, pero Alfonso Ortiz Crespo, historiador y excronista de la ciudad, advierte que la historia fue distinta.
“Este no es un proceso impulsado por la ciudadanía. De ninguna manera”, dice. Hasta bien entrado el siglo XX, Quito vivió bajo una lógica de modernización que derribaba casas coloniales para reemplazarlas con edificios de bancos, oficinas y escuelas.
Y ese impulso transformador dejó huellas visibles. Ortiz recuerda que en 1922 el Banco Pichincha construyó su edificio junto a la Compañía de Jesús, que luego pasó a manos del Banco Central y hoy funciona como Museo Numismático, como se explicó previamente. Pero otro ejemplo se levanta en la esquina de la Bolívar y García Moreno, donde en un edificio de la misma época opera actualmente el Museo del Pasillo, otro derrocamiento de casas coloniales.
“Hasta 1966 no había ningún interés en preservar la autenticidad de la ciudad”, destaca. El propio Municipio llegó a derribar, en 1960, una manzana entera entre la Venezuela y la Chile, con la idea de levantar una edificación moderna. La presión sobre el centro histórico era tal que, salvo las grandes iglesias y conventos, muy poco del periodo colonial se conservó.
Y es que la primera reacción formal vino en 1966, cuando la dictadura militar emitió la ley que declaró al centro histórico como un espacio a proteger. Ortiz subraya la importancia de este matiz, debido a que en estas calles se acumulan cinco siglos de historia, desde el XVI hasta el XX.
Sin embargo, la declaratoria fue más un marco simbólico que una política efectiva. El Municipio no tenía recursos para crear una oficina técnica ni para invertir en la conservación que el patrimonio requería, o eso se anunció desde el Cabildo según asegura Ortiz Crespo. “Se veía muy bien la ciudad por fuera, pero por dentro había tugurio, había sustituciones, cambios radicales”, dice. Y está dinámica se ha expandido a lo largo de los años.
Cuando Quito entró en la lista de la Unesco, en 1978, lo hizo gracias al esfuerzo de algunos profesionales que buscaban frenar la destrucción y obtener un respaldo internacional que presionara a las autoridades. Pero Ortiz insiste en que la declaratoria no ha transformado esta realidad. “El Municipio nunca reaccionó de una manera adecuada, creando los organismos técnicos y los recursos económicos para manejar esta responsabilidad”, dice.
El resultado es que la capital fue reconocida por su valor histórico acumulado, la superposición de épocas y estilos arquitectónicos, más que por una supuesta homogeneidad colonial. “Es falso de falsedad absoluta que Quito vale porque es colonial”, repite Ortiz. Ni el Teatro Sucre ni el Palacio de Gobierno ni el propio Municipio son coloniales. La mayoría de edificaciones del Centro Histórico datan del siglo XIX y XX, y en ese mestizaje de siglos radica el verdadero valor de la ciudad.
La paradoja, dice, es que hoy no queda ninguna casa auténtica del periodo colonial en Quito, salvo una: la Casa del Alabado, en la calle Cuenca, entre Bolívar y Rocafuerte. Allí se ha logrado preservar la esencia de una vivienda de la época. El resto de casas han sido alteradas con remodelaciones agresivas; pisos de porcelanato, falsos cielorrasos, patios cubiertos y almacenes que ocuparon los espacios interiores. “La esencia de la casa colonial se ha perdido”, repite.
Más grave aún es el vaciamiento humano. La planta baja de muchas edificaciones sigue activa con tiendas, pero los pisos superiores están desocupados. Para Ortiz, el futuro es desolador: “El Centro Histórico no va a tener un solo habitante después de 20 años”.
¿Qué hacer?
Hoy, casi medio siglo después de la declaratoria, el centro histórico de Quito vive entre la solemnidad de sus títulos y las tensiones de una ciudad que cambia todos los días.
Ortiz Crespo lo resume con crudeza: “Las autoridades, tanto nacionales como locales, muy poco han hecho después de esta declaratoria. Primero la de 1966 y luego la de la Unesco”.
Y es que el problema, advierte, no es sólo de fachadas. Las intervenciones improvisadas, el abandono de las viviendas y la falta de habitantes permanentes ponen en riesgo el sentido mismo de un patrimonio vivo.
Las calles, aunque tienen una apariencia de ser intactas, pueden esconder interiores convertidos en bodegas, en tugurios o simplemente espacios vacíos. Esa “pérdida de la esencia” no se resuelve únicamente con restaurar iglesias o plazas emblemáticas, sino con políticas que devuelvan vida a las casas y a sus patios.
“La Unesco reconoció a Quito no porque fuera un museo congelado, sino porque supo mantener un diálogo de épocas y estilos en un entorno natural extraordinario”, dice el experto. Sin embargo, como señala, ese paisaje también está bajo presión.
“Cada vez hay más casas subiendo por el Panecillo, el Pichincha o San Juan, alterando la relación de la ciudad con sus montañas. Recuperar la habitabilidad, frenar las remodelaciones agresivas que destruyen interiores históricos, garantizar inversión pública sostenida y revalorar la historia más allá de la etiqueta colonial son tareas que no pueden seguir aplazándose”, dice.
Quito, hoy, no es sólo una postal barroca, y tampoco puede ser solo un decorado para turistas. Es una ciudad que se construyó a lo largo de cinco siglos y que, sin políticas claras de conservación, corre el riesgo de perder lo que la hizo única ante el mundo en 1978. La pregunta es si en los próximos años se tomará en serio la tarea; porque, como advierte el experto, el tiempo juega en contra. “¿Quién sabe qué en una nueva visita la Unesco vea que no se ha protegido el Patrimonio y retire la declaratoria? Es algo que puede pasar y no se hace nada para prevenirlo”.
Ortiz Crespo asegura que es importante que los ciudadanos se apropien del espacio y sepan exigir que se proteja y mantenga para garantizar su futuro. Pero si esto no inicia desde la propia población, dice, el esfuerzo y la historia quedará en la nada.
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