Las cifras de femicidios y de violencia muestran una realidad latente: este es aún un país hostil para las mujeres. Sin embargo, las historias de millones de ellas inspiran a seguir luchando por alcanzar la igualdad. Aquí una muestra de esas historias.
POR: Arutam Antunish Cárdenas
Cada 8 de marzo, las calles se tiñen de un humo morado que inunda la ciudad. Esa estela morada acompaña a las mujeres en la lucha por sus derechos. En medio de este escenario, es imposible e irresponsable no mencionar también esa estela roja que nos dejó el 2022. Es decir, las cifras de violencia contra la mujer. Esos números muestran que la sociedad y el Estado todavía son cómplices de estos actos, pero también es imperativo conmemorar y destacar el trabajo de millones de mujeres que en muchas ocasiones es invisibilizado.
El 2022 no fue un buen año para las mujeres, fue uno de los más violentos. Según datos de la Asociación Latinoamericana para el Desarrollo Alternativo (Aldea), en el 2022 se cometieron 332 femicidios en Ecuador, mientras que en 2021, existió un registro de 197. Estas estadísticas indican un aumento de 135 casos, es decir, un 68%.
El año anterior, cada 26 horas una mujer fue víctima de femicidio. “Eso significa, más o menos, que cada día una mujer ha sido asesinada. Se trata de las cifras más altas y alarmantes registradas desde 2014. En 2021 y 2022, las condiciones y características en las que se perpetraron los femicidios tienen mayor peligrosidad, formas misóginas y exacerbadas contra la vida de las mujeres”, dijo en enero Geraldine Guerra, presidenta de Aldea.
Sonia Romero, socia fundadora de la organizacion civil Akila Dignidad, sostiene que esa cifra da muestra de que el Estado todavía tiene pendiente eliminar toda forma de violencia contra las mujeres, especialmente los femicidios.
Pero, explica que la violencia es progresiva; es decir, no parte del asesinato de una mujer, sino de la violencia psicológica, patrimonial y otras formas que no han sido atendidas y llevan a estos resultados.
Por otro lado, pese a los avances que se han logrado, Romero considera que hay una deuda grande en los espacios políticos y de participación.
La activista explica que la participación de las mujeres en estos espacios permitiría que se amplíen las políticas económicas, laborales, educativas y de salud, pensadas desde la mirada de las mujeres y no sólo con enfoques en lo masculino.
Según Romero, la participación de las mujeres va más allá de las reformas que se hicieron al Código de la Democracia, que buscaban una paridad. Los cambios deberían incluir la creación de espacios de formación política donde las mujeres tengan un mismo nivel de representatividad, explica.
En cuanto a temas de derechos sexuales y reproductivos, la activista considera que en el país todavía se generan leyes, políticas y normativas que parten de la mirada y relación de poder entre hombres y mujeres. “No nos permite tener el control de nuestros cuerpos. Por ejemplo, en el tema del aborto por violación, se cuestiona que las mujeres tengan la capacidad de decidir sobre su cuerpo”, explica.
Las cifras del anterior año nos recuerdan que, pese a todos los avances que han existido, la sociedad todavía debe educarse y cambiar. Pero, después de todo, cada 8 de marzo se deberían conmemorar los logros que han alcanzado las mujeres a través de las luchas históricas y, por supuesto, reflexionar sobre aquello que todavía falta alcanzar y mejorar.
Por eso, también es necesario visibilizar el trabajo que cada día realizan millones de mujeres en diferentes campos en todo el país, porque, contrario a lo que una sociedad machista espera de las mujeres, ellas, como el resto de personas, son el motor que mueven a la nación.
HISTORIAS QUE IMPORTAN
Patricia Hidalgo:
‘Se puede ser madre y profesional, se pueden cumplir los sueños’
Patricia Hidalgo es directora de la Escuela de Comunicación de la Universidad Internacional del Ecuador. Tiene el grado de PhD en Ciencias Sociales y Ciencias Políticas. Por más de 30 años, ha trabajado en medios de comunicación e instituciones de educación superior, como la Universidad Santo Tomás, la Universidad de las Américas y en la que labora actualmente.
Hidalgo escribió el libro ‘Claros y oscuros de la democracia participativa’, en el que aborda los mecanismos de participación ciudadana.
También ha escrito y publicado algunos artículos académicos relacionados con la planificación estratégica, participación ciudadana, medio ambiente, comunicación organizacional, mercadológica y política.
Actualmente, integra una investigación conjunta entre profesionales de Brasil, Ecuador e Inglaterra, sobre la desigualdad en la salud.
Hidalgo está consciente de la posición que ocupa dentro de la academia, por ello recalca que esa no es la realidad que atraviesan todas las mujeres. “Tenemos la responsabilidad, ya que ocupamos puestos directivos, de abrir caminos a nuevas generaciones”, indica.
Si bien considera que, actualmente no se vive lo que atravesaron sus abuelas, su realidad y la de muchas otras mujeres que ocupan cargos directivos no es la realidad de la gran mayoría de las mujeres.
En su camino, asegura, ha tenido que enfrentarse y educar a personas con comportamientos machistas. Hidalgo explica que una muestra clara de que su realidad no es la de todas es la poca cantidad de mujeres que ocupan cargos directivos o de toma de decisiones. “Debemos abrir caminos para que el resto de mujeres sepan que se puede ser madre, se puede ser profesional, se pueden cumplir los sueños”, finaliza Hidalgo.
Serafina Cerda:
‘Yo he sido madre y padre a la vez’
Serafina Cerda es una mujer kichwa, vive en la parroquia Muyuna, en Napo. Ella fundó y lidera el emprendimiento Napu Manka Warmi, un taller de cerámica ancestral donde produce ollas y otras líneas de productos con base en este material.
Cerda practica el arte de la cerámica ancestral desde hace 28 años. Este oficio lo aprendió de su madre. Ahora transmite esos conocimientos, especialmente, a sus hijos, pero también a niños, jóvenes y mujeres de su provincia.
Serafina recuerda que en Napo hace tres décadas el arte de la cerámica estaba desapareciendo, pero su emprendimiento cambió este rumbo. “Estoy orgullosa de que las mujeres en la provincia hayamos empezado a elaborar piezas de cerámica”, dice.
Aunque, eso sí, recuerda que este ha sido un largo caminar y no ha sido nada fácil, pero la valentía por ser la jefa de la familia le llevó a trabajar muy duro, acompañada de sus hijos.
“Yo he sido madre y padre a la vez. Yo tuve esa fuerza y valentía para seguir adelante con todos mis hijos”, declara.
El trabajo y liderazgo de Serafina ha sido tal que ha logrado que la alfarería en Napo, utilizando técnicas y materiales ancestrales sea reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de Ecuador: “Pese al machismo que ha existido siempre, yo no quise quedarme ahí, sino quise salir con más fuerza y enseñarles a las mujeres kichwas de la provincia que nosotros sí podemos trabajar y sobresalir de muchas formas, aprovechando nuestra identidad cultural”.
Andrea Samaniego:
‘En el ámbito artesanal encontramos espacios de equidad, empatía y sororidad entre mujeres’
Andrea Samaniego se dedica, por una parte, al oficio de la producción e investigación de textiles. Pero también hace poesía. De hecho, en un par de días lanzará su libro ‘Tensado’, donde aborda las posibilidades poéticas que tienen los oficios artesanales.
En la actualidad integra el proyecto Nina Folk, una marca de artesanía que nació de la mano de su abuela y su mamá, hace más de 30 años.
Samaniego explica que, dentro del taller artesanal, tiene varias líneas de producción. Una de ellas son las muñecas con trajes típicos de Ecuador.
Otra línea tiene que ver con la producción de accesorios textiles, entre el arte textil y la artesanía.
El trabajo de Samaniego ha sido reconocido en diferentes ocasiones. En el 2016 ganó el concurso de moda Scala Project. En el 2021 recibió el reconocimiento a la Innovación Artesanal del Centro Interamericano para la Artesanía y el Arte Popular.
Esto, cuenta Samaniego, les llenó de satisfacción y, a partir de ello, crearon un collar grande, este participó en Argentina, en el Salón Internacional de Joyería Textil y obtuvo el tercer lugar. “Siento que en la artesanía hay una memoria histórica, por eso se vuelve importante tratar de preservarlo”, explica Samaniego.
Desde hace un año también integra un proyecto con mujeres en la comunidad indígena Simiatug Llakta (Bolívar). En esta iniciativa participan mujeres de escasos recursos que se dedican a bordar para mejorar su calidad de vida.
El objetivo del proyecto es producir el primer libro bordado del país, entre 18 personas.
Samaniego comenta que dentro del sector de la producción de artesanías, la mayoría de personas que conoce son mujeres. En ese sentido, ella ha podido encontrar más equidad y empatía en ese espacio.
Pero, a la vez, piensa que la producción de las artesanías es precisamente subvalorada porque lo hacen mayoritariamente las mujeres y, por eso, tal vez se ve este trabajo como algo simple, sencillo y de poco valor. “Está en nuestras manos artesanas la responsabilidad de seguir construyendo memoria”, dice.
Verónica Barragán:
‘Yo estaba embarazada antes de defender mi tesis de pregrado y el mundo se me cayó completamente’
Verónica Barragán es profesora e investigadora del Colegio de Ciencias Biológicas de la Universidad San Francisco de Quito. Es investigadora del Instituto de Microbiología.
Barragán es Licenciada en Ciencias Biológicas por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, tiene una maestría en Microbiología por la Universidad San Francisco de Quito y un Doctorado en Biología por la Universidad del Norte de Arizona.
El camino para llegar a este punto, explica Barragán, no fue nada fácil. Cuenta que ella estaba embarazada antes de defender su tesis de pregrado. “Me dije: ya no voy a poder hacer más, ya no voy a poder avanzar, mis sueños se truncaron”.
“La gente de mi alrededor me decía que ya había truncado mi carrera. Un hijo no te va a permitir hacer absolutamente nada, estás recién empezando, me decían”, relata Barragán. “No fue así, la persistencia, la lucha y el querer superarme me permitió llegar a donde estoy”.
Barragán realizó su tesis mientras estaba embarazada y, finalmente, se graduó. Asimismo, comenta que cuando su hijo tenía 4 años empezó a hacer su maestría.
Ella sabía que le gustaba la docencia, por lo que quería estar vinculada a la investigación. Así, estudió la maestría. Recuerda que le interesaba tener contacto con la gente, pero en ese programa no tuvo esa oportunidad porque se enfocó en el análisis de muestras de suelo, pero, a la vez, eso le abrió las puertas y le permitió soñar.
Cuando estaba a punto de culminar su doctorado, como parte de su trabajo de titulación empezó a trabajar en comunidades rurales de Manabí. Actualmente, también trabaja en una comunidad de esa provincia. Allí investiga cómo evitar enfermedades zoonóticas y hace trabajo de laboratorio.
Barragán comenta que algo que le gusta es combinar la docencia con la investigación. “No serviría de nada todo lo que hago si es que yo no puedo compartir todo esto con mis estudiantes”, comenta.
Durante su extensa carrera, cuenta, ha tenido que lidiar con el síndrome del impostor. “Hace no mucho logré superar. Logré creer en mí, ser más segura de mí misma”, dice.
También cuenta que siempre hay personas que se cruzan en el camino. “Al inicio lo permití, hasta que entendí que era yo quien podía parar eso. Eso me permitió avanzar”, explica.
Por último, Barragán enfatiza en que las mujeres jóvenes empiecen a enfrentarse a este síndrome y a estos obstáculos, porque puede detenerlas muchos años hasta que logren empoderarse.
“Si no nos empoderamos como mujeres, no vamos a poder salir. Todavía somos un bajo porcentaje de mujeres las que estamos, en todas las áreas, pero específicamente en la ciencia. Todavía somos un porcentaje menor que los varones. Si no empoderamos a estas niñas, esto va a continuar así”, finaliza.
Francisca Luengo:
‘El 8 de marzo debemos conmemorar las luchas importantes’
Francisca Luengo es directora académica de la carrera de Periodismo en la Universidad de las Américas. Ha sido docente de las carreras de Comunicación y Periodismo en universidades del Ecuador durante 13 años.
Fue Directora de dos maestrías en Comunicación en la institución que actualmente labora. Dentro de su trayectoria profesional su mayor posibilidad de aportar ha sido, explica, el vínculo que puede lograr con los estudiantes dentro del aula.
También ha realizado investigaciones relacionadas con el género, los medios de comunicación y las representaciones mediáticas.
Pese a que asegura que en su carrera no ha sentido obstáculos explícitos, Luengo cree que dentro de una sociedad machista donde se esperan ciertas cosas de las mujeres y hombres, las mujeres tienen una carga mayor porque existen expectativas con las que la sociedad cree que deben cumplir.
Luengo cuenta que decidió ser mamá hace cinco años. “No es un obstáculo, pero plantea mayores desafíos, sobre todo análisis constantes que las mujeres tienen respecto al desarrollo de sus vidas y a lo que la sociedad espera de las mujeres”, indica.
Por otro lado, explica que a lo largo de los años se ha invisibilizado el aporte de muchas mujeres en la academia y la ciencia. “Hoy esto está en debate. Debemos evidenciar el lugar que merecen las mujeres en la academia y la sociedad”, declara.
Pero, enfatiza en que hay que hacer una lectura integral del problema. También se han invisibilizado a mujeres negras e indígenas. “También hay que pensar en las diversidades de mujeres”, señala.
“Creería que es algo en lo que debemos trabajar. Empezar a incluir a autoras mujeres para avanzar en esta lucha que como sociedad todavía tenemos”, dice Luengo.
La académica finaliza enfatizando en que todavía hay personas que celebran el 8 de marzo. Ese día, explica, “la sociedad debe conmemorar las luchas importantes que a lo largo de la historia las mujeres han tenido en diferentes espacios para lograr derechos. Pero también es un espacio para reflexionar lo que falta por alcanzar como mujeres y como sociedad”.
EN PRIMERA PERSONA:
‘Igualdad salarial para la igualdad real’
Por: María José Gómez, directora de la Fundación Forge
La situación laboral y de autonomía de las mujeres hoy en el mundo es el resultado, en primer lugar, de las sufragistas, que al haber participado en el movimiento antiesclavistas aprendieron algunas estrategias de incidencia que pusieron en práctica en el movimiento de liberación de la mujer para hoy tengamos, entre otros, el derecho a trabajar. En segundo lugar, le debemos a todos los movimientos de mujeres que las sucedieron que las condiciones de ese trabajo fueran algo más dignas. Fueron logrando leyes en la región que facilitaron el acceso al empleo y eliminando la discriminación, pero, como sabemos que las leyes no lo pueden todo, aún hay que seguir trabajando para eliminar esta brecha, y pensar juntas la mejor forma de lograrlo.
Entre octubre del 2020 y el 2021, los hombres ecuatorianos incrementaron en USD 23,9 su salario promedio; las mujeres, en cambio, un USD 2,2, reflejando no solamente cómo las crisis reducen las oportunidades de las mujeres, sino lo lejos que estamos de negociar en las relaciones familiares la distribución del trabajo doméstico en reciprocidad. Conocer cuánto más gana un hombre que una mujer por realizar el mismo trabajo con el mismo valor es importante porque nos permite cuantificar todas las desigualdades que no se miden de forma cuantitativa; y ya sabemos que, lo que no se mide, no existe. Conocer la cruda realidad nos interpela a intervenir en ella.
De acuerdo con el Gender Index Gap, Ecuador está por detrás de otros países latinoamericanos, como Argentina, México, Nicaragua, Barbados o Perú; pero en relación a las ‘Oportunidades de participación económica’ cae al puesto 72, donde hay un item que, en particular, es preocupante: la igualdad salarial, donde la brecha por cerrar hace caer al país al número 106 del ranking de igualdad de género.
Este 8 de marzo hay que salir a reivindicar, con cifras en la mano, la igualdad en todas las dimensiones humanas, y tiene que pasar necesariamente por que la autonomía económica de las mujeres sea equivalente a la de los hombres. Al ganar menos, lo que ya supone una declaración de intenciones a nivel global, va a ser el salario que se sacrifique cuando la familia requiera atención y cuidados. Esta situación deja a muchas mujeres en el mundo desprovistas de tomar sus propias decisiones. Si, además, son víctimas de violencia por parte de sus parejas hombres, lograr salir de esa situación sin recursos económicos se hace inviable. Que las mujeres pidan la mitad de todo, ni siquiera es un acto reivindicativo, es una acto de justicia. Tenemos que saber cuánto tenemos de cada dimensión humana para saber dónde debemos reivindicar nuestro pedazo de pastel. De momento, arranquemos con lo económico, con las posibilidades que da la autonomía, mientras vamos transformando los patrones personales e íntimos en los que las mujeres terminan, en ocasiones, desprovistas de la posibilidad de desarrollar sus propios proyectos de vida.