Sus vidas no sólo hablan de logros científicos, sino de sueños que desafían la gravedad y se convierten en legado. Tres historias de mujeres ecuatorianas que demuestran que ‘el cielo es de todos’ y el universo no tiene límites.
POR: Karen Mantilla Ulloa
Al levantar la vista hacia el cielo o al contemplar la inmensidad del universo bajo el manto estrellado de la noche, no se puede evitar pensar en todo lo que el universo tiene por revelar. Y estas mujeres ecuatorianas se han detenido a mirar y a dejar su huella en el mundo de la astronomía. Su pasión y determinación les ha permitido superar barreras y destacarse en este campo científico.
El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer y también es una oportunidad para recordar que en la astronomía han luchado por abrirse paso. Tres mujeres ecuatorianas cuentan cómo llegaron a explorar el universo y cómo, con el pasar de los años, el laboratorio o torres de observatorios se han convertido en su hogar, porque el cielo no es el límite.
Un telescopio de juguete despertó la pasión
Desde muy pequeña no temía a los números. Cuando otros niños jugaban a la ‘casita’, la astrónoma ecuatoriana Marcela Morillo, hoy de 39 años, miraba el cielo, el sol, las estrellas; y en la clase de los planetas solares, ella quería saber más. Aunque en un inicio su sueño era ser parte de la NASA, este se fue transformando hasta llegar a la astronomía.
“Yo salía a jugar en estos temas, de ver al cielo, de hacerme muchas, muchas preguntas. Desde muy pequeña, mis papás me dieron libros de la NASA, que yo leía, pero no entendía. Yo no quería ser tanto así como astrofísica, aunque quería entrar dentro del programa de astronautas. Pero, claro, la situación física no me permitió, porque para esos programas debes estar desde muy pequeña, y el cuerpo tampoco me dio porque necesitas una preparación previa, que es gimnasia”, cuenta Morillo mientras suspira.

La astrónoma cuenta que en todo su proceso educativo tuvo el apoyo de su familia y recuerda que ese sostén es la base para que cualquier persona pueda cumplir sus sueños. Para Morillo, a los nueve años, el amor por la ciencia se convirtió en su todo. En ese entonces, su papá le compró un telescopio que, aunque ahora, con todo el conocimiento, sabe que no veía nada, a su corta edad se imaginaba que era parte del extenso universo y estaba consciente de que, con sólo levantar su cabeza, podía ver que las estrellas eran algo más que luces brillantes.
“Aunque ahora me pongo a pensar y eso no era telescopio, era algún juguete. Qué también sabríamos ver; con mi mami subíamos al disque ver qué se podía ver; pero, claro, no se podía ver nada, no era de alto alcance, una distancia focal muy chiquita. Pero cuando una es niña significa mucho y nos va a marcar por siempre. Desde ahí fui, digamos, afianzando el proceso y, claro, también leía mucho a Carl Sagan y todo lo que es de Vera Rubin, una astrónoma estadounidense”, cuenta con emoción.

Mientras los años pasaban, ella y sus padres nunca dejaron de buscar cursos que tengan que ver con la ciencia y la astronomía, pero recuerda que en el país eran escasos. Cuenta que siempre estaba en el Observatorio. Allí tomó cursos básicos que despertaron más su amor por el espacio y la astronomía. En Ecuador sólo estuvo hasta que terminó el colegio, a los 17; y como su sueño se hacía más fuerte, aprovechó una beca para ir a Rusia.
“Un año estuve en la Politécnica Nacional, iba a seguir Geología, pero definitivamente dije: no, esto no es. Y ahí es donde conocí estos procesos del IECE (una institución financiera pública) y apliqué. Fue una aventura y cuando tenía 19 salí al otro lado a cumplir mis sueños”, asegura Morillo.
Se especializó en el mundo de la astronomía en la Universidad Estatal de San Petersburgo, Rusia y estuvo fuera de Ecuador 9 años. En el trayecto, participó en cursos, exploró diferentes ciudades. Aunque su llegada a Rusia fue desafiante, no sólo por el idioma, sino por el entorno, con esfuerzo logró integrarse, tanto que también hizo una investigación en India.
“Ser una de las pocas mujeres en ese campo en otro país fue complicado, pero cuando estás allá ya acabas la carrera y ya la quieres aplicar porque es full enganchante porque te llevaban a telescopios, te llevaban a parques de astronomía. Luego ya sólo quieres seguir estudiando galaxias, telescopios. Ya empiezas a buscar más y más de todos los procesos físicos. Entonces: física cuántica, del plasma, que no sé qué, que física nuclear. Y claro, ya ibas avanzando en eso, te ibas dando cuenta en qué te metiste y ya, pues, entonces era como ‘ten paciencia, ten paciencia, que lo puedes lograr”, enfatiza.
Luego de finalizar todas sus especializaciones entre Rusia e India, Marcela regresó a Ecuador por requerimientos burocráticos, lo que le generó dificultades para la validación de su título y su desarrollo profesional. En el país, estuvo varios años luchando para que reconocieran su grado, lo que retrasó su ingreso al ámbito laboral y la posibilidad de continuar con su doctorado en el exterior.
“Cuando parecía que todo iba bien, la Senescyt comenzó a absorber a todos los becarios extranjeros que se habían ido por el IECE. Entonces, querían como regularizar los procesos y yo ya tenía la aprobación para continuar con el doctorado, en astronomía igual, o sea, en la misma línea de trabajo, en Rusia. Pero la situación me obligó a retornar al país. Toda la situación protocolaria que me tocó enfrentar no me permitió hacer mi doctorado en ese entonces. Fue bastante complejo en Ecuador, porque no había esa línea de trabajo”, asegura Morrillo.
A pesar de estos obstáculos, encontró oportunidades como docente en colegios y universidades, aunque en un principio eran de Física en lugar de Astronomía.
A lo largo de su carrera, nunca perdió la motivación por la astrofísica y continuó su camino académico, logrando finalmente acceder a un doctorado en astrofísica extragaláctica. Aunque reconoce que en Ecuador sigue siendo un desafío desarrollarse en este campo, valora los avances en la creación de espacios como clubes de astronomía en universidades. Y hace un llamado a las nuevas generaciones, especialmente a las niñas interesadas en la astronomía, a confiar en su capacidad y no desanimarse por las dificultades, destacando que el esfuerzo y la perseverancia pueden abrir camino en cualquier disciplina.
“El hecho de estar en un país pequeño, de suponer que no hay alternativas, eso tampoco te puede detener, siempre hay alguien o algo que te pueda ayudar a mantener ese deseo de estudiar astronomía. Yo ahora me di cuenta de que puedes ir construyendo de a poquito el futuro. Normalmente cuando tú eliges una carrera dices: ‘quiero ganar tanto, quiero tanto, quiero hacer tanto, pero también es el crecimiento interno, ¿no?”, concluye la astrónoma.

El cielo nos pertenece a todos
Tiene 32 años y también es astrónoma de profesión, aunque nunca se imaginó que sería científica. Daysi Quinatoa se enamoró de la astronomía cuando estaba en la universidad. “Me enamoré de la astronomía porque crecí con la idea de que el cielo es de todos. Mi familia no es de recursos económicos altos; entonces, siempre hubo limitaciones. Pero el cielo siempre ha estado ahí. Es libre y es abierto para todos y lo puedo ver desde cualquier lugar. Entonces, esa ha sido mi principal motivación para mi amor por la astronomía”, enfatiza.
Daysi asegura que, al principio, para ella ni la carrera de física, ni ninguna carrera de ciencias, menos de tecnología ni de astronomía le llamaba la atención.
“Estas carreras, no era algo que yo pudiese ver en mi día a día. Si no fue hasta la universidad en donde pude tener contacto y yo por eso creo que es importante que las niñas puedan conocer esas carreras. Y luego, cuando ya estaba avanzando en mi carrera, ya no sólo era contemplar el cielo, sino entender qué es lo que pasa en el universo. Eso es lo que me motiva, día con día”.

Actualmente, trabaja en el Observatorio Astronómico de Quito. Lo primero que hace es revisar qué cosas han pasado en su área de investigación, que son las galaxias y asegura que aún tiene muchos sueños por cumplir.
“La Astronomía tiene mucho de programación; entonces, empiezo a hacer códigos; también tiene mucho de escritura, pero también tiene parte artística. Entonces, es una combinación de todo. A lo largo del día voy entre programando, escribiendo artículos y haciendo difusión”, dice.
“Ahora que ya soy astrónoma, quiero ser una investigadora; entonces, dedico mis días a fortalecerme para seguir investigando. A mí me encantan los radiotelescopios y mi sueño sería poder trabajar en un observatorio que tenga un radiotelescopio y yo pueda manejarlo, apuntar hacia mis galaxias y poder observarlas”, comenta la astrónoma.
Para Daysi, en el ámbito astronómico hay muchos estereotipos sobre cómo son las científicas y muchos las catalogan como un “alien”, porque piensan que no hacen más que estudiar y estar encerradas en una torre:
“Siempre que doy charlas, les digo a todos: yo no soy un alien, he decidido no ser mamá, no por la carrera, sino porque ahora mismo tengo otras motivaciones. Por ejemplo, también como cualquier humano, tengo comida favorita, que son los cheesecakes. También me encanta la naturaleza, me encanta hacer trecking. También me gusta escribir, escribo mucho, me gusta mucho el arte, pintar y en general estoy muy conectada con mi lado artístico también”.
Comenta que nunca olvidará los años que trabajó en un observatorio en el desierto de Atacama, México, en donde disfrutaba la experiencia de operar telescopios y observar el cielo estrellado. Y hace un llamado a fomentar la participación de las mujeres en carreras científicas:
“Extraño esa sensación de llegar al centro de control, rodeada de pantallas, aprendiendo y apuntando el telescopio hacia distintos rincones del universo. En mi camino en la astronomía, he notado la brecha de género en las ciencias exactas, donde las mujeres somos minoría, especialmente en niveles avanzados. Es crucial fomentar la participación femenina en estas áreas, inspirando a las niñas a confiar en sus capacidades y a explorar su curiosidad sin miedo”.

De la incertidumbre a la inspiración
Hace unos meses, Xiomara Shinguango Morales viajó al Space Center de la NASA, en Houston. A sus 16 años, entendió que venir de una comunidad de Pastaza no le impedía cumplir sus sueños, al contrario, toda la incertidumbre del “no saber qué hacer” para salir del círculo en donde las niñas son madres, la inspiró para ganarse una beca en el programa ‘She Is Astronauta’, que seleccionó a 24 niñas de tres países para visitar las instalaciones de la NASA, hablar con los científicos y motivarse aún más por seguir carreras de ciencias.

Luego del viaje, que duró una semana, Xiomara entendió que no hay ninguna barrera para llegar a donde se sueña.
“Yo nunca, nunca pensé que iba a estar en Houston, jamás creí que yo, una chica de 15 años que viene de una comunidad en la que a esa edad la mayoría se junta y son mamás, estuviese ahí. Al principio, pensé que sólo era un sueño, una imaginación mía, pero no, gracias a mis proyectos estuve en la NASA y conocí a científicos, fue una experiencia muy linda”, cuenta emocionada.
Para ella, esa experiencia no se queda ahí y, desde ya, está buscando programas y becas para seguir preparándose en el área científica, pero su principal motivación es cambiar el destino y las vidas de todas las mujeres de su comunidad. Aunque dice que es un largo camino, ya empieza a ver cómo puede ayudar y qué tipo de charlas brindará.
“A mí me inspiraron, ahora yo quiero inspirar a más mujeres, no quiero que digan que no pueden. A veces pensamos que, por ser indígenas, hablar kichwa, no tenemos oportunidades y nos limitamos; y también entra la parte económica que todos pensamos, pero está en nosotros salir de ahí. No quiero que las mujeres digan: me gradué y me quedo aquí porque no hay plata. A mí me abrieron bastante la mente, ahora yo quiero lo mismo para todas, que dejemos de pensar que no hay oportunidades, porque sí las hay”.



