Historias Ecuador Chequea
Las primeras lluvias traen esperanza a los agricultores
octubre 1, 2024

La imagen de la sequía en zonas como Tababela y Yaruquí, en Quito, suena así en la boca de sus moradores: “Devastador, un desierto total”. Por la escasez de lluvias los campesinos dejaron de sembrar y las pérdidas son abrumadoras. Toda la esperanza está en que las lluvias vengan y se queden. 

POR: Juan Camilo Escobar

«Lo que encontré fue devastador: un desierto total, todo seco, sin una sola chacra sembrada». Así comienza su relato María Sampedro, quien regresó hace cuatro semanas desde Nebraska, Estados Unidos, hasta su hogar, en los campos agrícolas de Tababela, en el oriente de Quito. 

«Era para llorar ver así esta tierra, que siempre ha sido bendecida por Dios, dándonos todo lo que sembramos: maíz, papa, cebolla, lechugas, durazno, fréjol, frutilla, zanahoria, remolacha. Y flores, grandes flores de colores», recordó con nostalgia, con voz baja, mientras observaba el horizonte aparentemente árido, reseco bajo el sol canicular de un verano que no concluye.

A media mañana de hoy, Sampedro conversaba con los agricultores que llegaban a su tienda, la única disponible a 10 minutos de la zona poblada, en la solitaria y empedrada calle Carlos Garzón. Ellos discutían cómo ven en las primeras lluvias que comenzaron a caer la semana pasada, una esperanza para enfrentar las severas consecuencias de la sequía de este año.

Ellos contaban que han sentido el peso del desastre: la tierra, que en años anteriores floreció con abundancia, ha quedado en estos meses vacía, rota. Así, algunos opinaban que las lluvias recientes representan “una chispa de esperanza“, una promesa de que tal vez, sólo tal vez, lo peor haya pasado. 

Tababela, como tantas otras zonas agrícolas, no sólo del oriente de Quito sino de toda la Serranía del Ecuador, ha sido golpeada por una sequía sin precedentes, dejando cicatrices profundas en la tierra y en su gente. 

En un recorrido por las parroquias de Tababela y Yaruquí, Ecuador Chequea pudo constatar de primera mano lo que los números oficiales no siempre revelan: hectáreas de tierra que permanecen sin sembrar, abandonadas por la escasez de agua. Los propietarios de estas tierras, muchos de ellos con generaciones dedicadas a la agricultura, narran las cuantiosas pérdidas sufridas por sus familias, un golpe devastador no sólo para su economía, sino también para su forma de vida. 

Así, cada terreno vacío se presenta, en la práctica, como un recordatorio de la fragilidad de la tierra y de quienes dependen de ella. En este sentido, los pequeños agricultores consultados señalaron que, en medio de una creciente desesperación tras semanas de no recibir agua del canal de riego que viene desde el vecino cantón de Cayambe, decidieron ir allá a protestar hasta que se comprometieran a restituirles el servicio, al menos parcialmente, por dos días a la semana.

La pequeña agricultora María Iro relata que, finalmente, esos dos días de agua de riego resultaron insuficientes para volver a sembrar fréjol o para que crezca el que ya había sembrado. El resultado: un primer campo de fréjol que no logró crecer al volumen esperado y otro campo completamente vacío.

“Para cuidar el agua debemos amanecernos en el canal de riego. Cada propietario vela por su acceso al canal, que en ocasiones se obstruye con basura”, agrega, tras admitir los potenciales conflictos que puede generar el acceso a ese canal.

El paisaje  seco representa para María el agotamiento de una lucha que parece interminable, pues admite con resignación que no sabe cómo logrará reunir los 2.400 dólares que, a fin de año, deberá pagar por el arrendamiento de los dos terrenos.

A los 20 años, María Iro dejó atrás su hogar en el norte de Imbabura y se estableció en Tababela, atraída por la promesa de tierras fértiles y generosas. Hoy, a sus 50, narra con desazón cómo la sequía ha azotado la región por segundo año consecutivo, llevando sus campos de fréjol al borde del colapso.

Este, sin embargo, ha sido el peor año de todos. «Ni siquiera pude sembrar», dijo, con la voz apagada, mientras sus ojos recorren la tierra, arada y lista para recibir la semilla, que ha permanecido vacía e inútil por más de tres meses. Y de lo poco que logró producir y vender en el mercado Mayorista del sur de Quito, le pagaron apenas 18 dólares por quintal, 7 dólares menos de los 25 que necesita “para salir a tablas”.

“Es una pérdida total”, enfatizó tras una pausa reflexiva. Asegura que necesitaría invertir en lo que ella llama “unas llovedoras”, es decir, microsistemas de riego por goteo y aspersión para optimizar el uso del agua de riego. “Pero es un anhelo inalcanzable, porque se requiere mucho dinero, el cual no tenemos y tampoco nos dan crédito. Nadie se preocupa por nosotros. Aquí, los pequeños agricultores estamos completamente abandonados”.

“Si no hay lluvia, no hay producción. Ha caído toda la flor y no desarrolla la planta, se ha quedado chiquita y así va a salir a los tres meses y medio”, indica mientras mira sus frondosas pero pequeñas plantas de fréjoles en uno de los dos terrenos que sí pudo sembrar.

Más testimonios

En El Vergel, una de las muchas zonas de Tababela, Efraín Aguirre, un agricultor de 83 años que ha dedicado su vida a la tierra, compartió su preocupación: “No ha llovido durante tres meses, pero taita Dios nos está bendiciendo con las primeras lluvias. Ojalá continúe así, porque en este tiempo todo se ha jodido. Es la primera vez que la sequía se prolonga tanto, tres meses”.

Con mirada triste, observaba sus plantas de maíz, cuyas hojas amarillas, a medio crecer y sin frutos, revelan el sufrimiento de la tierra, En un terreno adyacente, unas diminutas plantas de fréjol rojo también luchan por sobrevivir.

“Se jodió el fréjol. Y el maíz quedó cubierto de hierba, sin choclo. Sin la lluvia, no creció nada de lo que es para nosotros. (La tierra) no da suficiente para vender” agrega.

En el barrio San José de Yaruquí, María Quishpe Anchaluisa narró su experiencia con una mezcla de resignación y esperanza. A pesar de que el agua del canal de riego proveniente de Cayambe no se ha racionado, la mayoría de los agricultores se ha visto imposibilitada para sembrar. Con una mirada distante, recuerdaba cómo la intensa radiación del sol ha secado por completo la tierra que debía servir para la segunda de sus dos siembras anuales de fréjol, dejando a la comunidad frente a la cruda realidad de una cosecha que nunca fue.

“Nos favoreció en algo que sí tenemos agua de riego, pero sin lluvia no pudimos sembrar. La semilla se queda ahí, sin poder germinar”, dijo, con tristeza. “Este es el primer año que enfrentamos una sequía así; en otros años, al menos llovió un poco y logramos sembrar cualquier cosa, como arveja o fréjol”. 

Sus palabras resuenan en el aire, impregnadas del lamento de una tierra que, por meses, clamaba por agua. “Ahora mismo, con las lluvias que comenzaron el jueves y que, gracias a Diosito, continuaron durante el fin de semana, aunque no mucho, esperamos volver a dejar la tierra lista para sembrar. Es un alivio”, indicaba, mientras señalaba sus pequeños terrenos aún vacíos. 

En dos tiendas de insumos agrícolas de Yaruquí se hablaba también sobre la gravedad de las palabras de los agricultores: las ventas han caído en picada. Una de las responsables de un primer local, con un semblante marcado por la preocupación, lamentaba que “no pueden sembrar, nadie se anima”. “Todo en general se ha dejado de vender: abonos, fertilizantes, todo”, añadía otro responsable, su tono reflejando la desesperanza. Sin embargo, ambos compartían una esperanza tenue: que las lluvias continúen, como un susurro de aliento en medio de la adversidad.

LAS PRIMERAS LLUVIAS

La semana pasada, el 26 de septiembre, las lluvias regresaron a Quito y diversas regiones de Ecuador, después de tres meses de intensa sequía, que dejaron graves secuelas como incendios forestales, racionamientos de agua potable y cortes de electricidad, de acuerdo con el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inamhi).

El organismo informó que 16 provincias experimentaron precipitaciones considerables. En Quito, se reportaron lluvias intensas, acompañadas de granizo en el Valle de los Chillos y el sur de la capital, que había sufrido una escasez de agua desde junio. 

El Inamhi destacó que las lluvias se concentraron en las provincias amazónicas, como Napo, Zamora Chinchipe y Orellana, así como en las estribaciones andinas de Chimborazo y Tungurahua. Además, la entidad meteorológica señaló que las precipitaciones continuarían por cinco días más, afectando también a Esmeraldas, Santo Domingo de los Tsáchilas, Carchi e Imbabura.

El ingreso de masas de aire húmedo desde la cuenca amazónica fue identificado como el principal factor detrás del cambio climático. Aunque estas lluvias podrían beneficiar al embalse hidroeléctrico Paute-Mazar, no se tiene certeza de que sean suficientes para mitigar la crisis energética que provocó apagones desde el 22 de septiembre.

PÉRDIDAS

Según el balance oficial de pérdidas actualizado por el Ministerio de Agricultura al 1 de octubre, en el sector agrícola un total de 13.939 hectáreas han sido parcialmente afectadas, perjudicando a más de 11.974 productores y generando pérdidas económicas superiores a 1,6 millones de dólares. Las provincias más golpeadas incluyen Cotopaxi, Galápagos, Bolívar y Azuay, con cultivos de maíz, cebada y avena, entre otros, gravemente dañados.

El sector pecuario también ha registrado importantes pérdidas, con 23.218 animales afectados, lo que representa una pérdida económica de 368.400 dólares. A estas cifras se suman los incendios forestales, que han devastado 13.353 hectáreas, con impactos severos en Loja y Cotopaxi.

Ante esta crisis, el Ministerio de Agricultura y Ganadería señala, a través del mismo balance de pérdidas, que ha implementado diversas acciones de asistencia, como la entrega de 236.295 kilogramos de material forrajero y la capacitación a los productores en el uso eficiente del agua y la conservación de suelos. Sin embargo, las necesidades continúan siendo altas, y los productores llaman a una mayor intervención del Gobierno para mitigar las consecuencias de estos desastres naturales.

El Ministerio también informa que ha atendido un total de 795 siniestros agrícolas por pérdidas en cultivos a consecuencia de la sequía, lo que representa un monto de indemnización de $97.480,46. Las provincias con el mayor número de reportes son Manabí, seguida de Loja y Guayas.

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