Sólo en 2024 se denunciaron 25.085 casos, número sustancialmente mayor que el de 2015: unas 14.600. Activar las alertas, desconfiar de todo lo que sea ‘demasiado fácil para ser verdad’ y no dejarse ganar por la impaciencia pueden ser las claves para no ser víctima.
POR: Esteban Cárdenas Verdesoto
Su voz, delicada y calmada, no refleja lo que sintió el momento en el que se dio cuenta de que fue víctima de una estafa en internet. Ese día había logrado por fin concretar la venta. Quería comprarse un nuevo teléfono; ya hasta tenía parte del dinero. Sólo le faltaba algo: vender su celular antiguo para acabar de reunir el monto que necesitaba. Todo parecía estar en orden: el comprobante de transferencia, la dirección de entrega, el pedido de espera hasta que el dinero se haga efectivo; todo concordaba con lo que el supuesto comprador le decía. Se veía confiable, sonaba confiable, escribía de forma confiable. Pero no fue así.
Fernanda Romero tiene 26 años. Aún recuerda claramente ese día, en el que después de dos semanas con el anuncio colocado en ‘Market Place’, por fin había recibido un mensaje con una propuesta que lucía seria; algo que, como ya le había pasado en varias ocasiones, no parecía una estafa clara a simple vista.
“Yo tenía un teléfono que estaba vendiendo. Lo intenté con conocidos, amigos de amigos, familia, pero nadie quería comprarme. Así que decidí publicar en redes que lo estaba vendiendo. Tanto en mis redes como en ‘Market Place’. Esperaba que ahí funcione, porque amigos me dijeron que era seguro y que habían vendido cosas ahí, así que me confíe”, dice en medio de la conversación.
Durante dos semanas, que el anuncio permaneció activo, recibió mensajes de personas que expresaban la supuesta voluntad de comprar su teléfono. Sin embargo, todas parecían sospechosas. “Me decían que me ofrecían menos, muchos otros también me ofrecían canjes por otras cosas que no me servían o que yo sabía que no valían lo mismo que el teléfono y, al final, uno hasta me pidió que si podía cobrarle con cheque, pero tampoco se veía confiable”, continúa con la historia.
Pero un día le llegó un mensaje con el nombre de una persona que le ofrecía comprar su celular. Esta le ofrecía pagarle el monto de venta, sin ningún cambio. Además, le daba la seguridad de hacer el pago en efectivo, por transferencia, antes de la entrega. “Fue el único que me convenció y decidí aceptar la venta”.
El trato era sencillo. El hombre, del que hoy dice no recordar el nombre, le transferiría el dinero directamente a su cuenta; le enviaría el comprobante para que ella revise que se haya hecho efectivo y, para terminar, él enviaría un Uber a donde ella le dijera para recoger el teléfono, “me dijo que prefería eso porque estaba trabajando por la Carolina pero que no le dejaban salir”.
“No sé si fue ya el cansancio de que no se concretara ninguna venta, pero me pareció un trato transparente y confiable. Si hoy regreso a ver atrás, quizá no lo habría hecho. Pero lo hice y así coordinamos la entrega”, se repite a sí misma.
Una vez concretado todo, Romero recibió un mensaje con la captura de un comprobante de transferencia con el valor pactado, “eran maś de 500 dólares”. Todo parecía normal y legal, la imagen era tal cual como las que se envían desde el banco, tenía las marcas de agua, contaba con el valor pactado y estaba con su número de cuenta. Sin embargo, al entrar a su banca, no vio reflejada la transferencia.
“El dinero no me llegaba. Pero en el comprobante había un anuncio, que sí me ha pasado que suele salir, que decía que la transferencia tardaría unos 20 minutos en llegar, creo que era ese tiempo. Así que no desconfíe y le dije que podía mandar el Uber hasta que llegue el dinero”, dice.
El motorizado llegó a unas cuadras de su casa, ella le entregó el teléfono y, en teoría, la compra por fin estaba concretada. Pero Romero no se esperaba que al volver a su casa, y más por protocolo que por desconfianza, al revisar su cuenta nuevamente, vería que el dinero no se había acreditado.
“Inmediatamente le volví a escribir y llamar. Me contestó por mensaje y le dije que el dinero todavía no llegaba. Me tranquilizó diciendo que si en unos 30 minutos no llegaba él se comunicaría con el banco, que no me preocupe. Decidí confiar una vez más, más que nada porque no quería pensar que había sido tan tonta que me había dejado estafar. Pero el dinero no llegó. Pasó la media hora y le volví a escribir. Pero ya no me contestaba, no le llegaban los mensajes y no me salía su foto de perfil. Le llamaba y mandaba al buzón directamente. Me había bloqueado y, supongo, ya había recibido el celular”, cuenta mientras su voz se va acelerando.
En ese momento, toda esperanza por una nueva compra o por ganar algo de su celular, usado por apenas unos cuantos meses, se fueron al piso. Había sido estafada, había perdido su teléfono, el único que tenía en ese entonces, y sus planes se tendrían que cancelar.
“Yo me quería comprar el nuevo celular por trabajo, pero con la estafa tuve que comprar otro con mis ahorros que no tenía todo lo que necesitaba, pero al menos servía para lo básico. Perdí ese dinero y nunca pude hacer nada. Quise denunciar, pero sabía que no iba a ayudar de mucho así que ni eso hice. Ya todo quedó ahí”, se lamenta tal como el día en el que pasó. Incluso su voz cambió.
Hoy, Romero es apenas una de las miles de víctimas de este tipo de estafas digitales que, con el tiempo, se han vuelto cada vez más comunes, tanto en Quito como en todo el país. Pero, ¿Cómo identificarlas y no ser una víctima más de estas modalidades?, y ¿cuáles son las más comunes?. Aquí te contamos.
Cifras
En el país, las cifras de estafas han presentado un crecimiento constante en los últimos años. Si se analizan los últimos diez, de hecho, se puede ver que el aumento ha sido cada vez más consistente desde 2021.
Según datos oficiales de la Fiscalía General, en los últimos nueve años, desde 2015 hasta 2025, el incremento de estos delitos ha sido del 71,5%. Esto, en su desglose, demuestra que en 2015, las denuncias de estafas fueron un total de 14.628. Años más adelante, el primer gran pico se alcanzó en 2021, cuando estos delitos reportaron un total de 23.912. Asimismo, en 2022 las estafas fueron 22.705, demostrando una leve reducción, aunque esto duró poco, pues en 2023 el dato fue de 25.199 mientras que en 2024 fue de 25.085.
De igual manera, en lo que va de 2025 las denuncias de estafas digitales han alcanzado los 7.940 casos, algo que es ligeramente más bajo que los reportes del 2024 en el mismo periodo, aunque más que el mismo lapso de 2023.
De igual manera, las cifras arrojan que la provincia que más concentra este tipo de estafas es Pichincha, donde en los últimos 10 años se han reportado 60.327 de casos. A esta le sigue Guayas, con 44.116 casos; Manabí, con 12.048 casos; Azuay, con 10.569 casos; El Oro, con 7.863 y Loja con 6.025 casos.
De igual manera, la ciudad que más de estos casos presenta en el país es Quito, donde en 2024 se reportaron 7.869 estafas de este tipo; esto, frente a las 3.551 reportadas en 2015. Esto, detectando un aumento del 121,6% de los casos en este periodo.
Así, se puede ver cómo el país ha presentado un despunte de estas estafas; pero no sólo eso, sino que ciudades como Quito pueden ver un crecimiento exponencial de este tipo de casos.
Estafas más comunes
Germán López, experto en seguridad digital, asegura que este tipo de delitos va a seguir aumentando en el país. Esto, debido a que la tecnología facilita cada vez más su proliferación. “Y esto se junta con la Inteligencia Artificial, que puede ser usada para facilitar el cometimiento de estos delitos en algunas modalidades”.
Con voz pausada y un tono pedagógico que parece evitar el alarmismo, explica que el caso de Romero no es aislado. «Lo más preocupante es que estas modalidades están diseñadas para no parecer estafas. No hay violencia, no hay amenazas, y por eso mismo muchas veces la víctima ni siquiera se da cuenta a tiempo de que lo fue», dice.
Según López, entre las estafas más frecuentes en Ecuador se encuentran aquellas que se realizan a través de redes sociales y plataformas de compraventa como Facebook Market Place o Instagram. «Son canales donde el control es mínimo y la sensación de cercanía o familiaridad genera una falsa percepción de seguridad. Cuando alguien parece amable, escribe bien, ofrece condiciones atractivas, bajamos la guardia», explica.
Una de las estrategias más comunes en estas plataformas es el envío de comprobantes bancarios falsos. «El estafador simula haber hecho una transferencia, envía una captura editada o un archivo que parece auténtico, y pide a la víctima que entregue el bien, asegurando que el dinero está en tránsito. Esas imágenes son diseñadas para replicar al milímetro los comprobantes de los bancos locales, y muchos no tienen cómo validar enseguida si son reales».
Pero esa no es la única estrategia usada por los delincuentes. Según Andrea Valverde, igual experta en seguridad digital, el vishing, una combinación de llamadas telefónicas y manipulación emocional, ha crecido de forma alarmante. «Reciben una llamada de alguien que dice ser del banco, les pide datos de validación por seguridad, y una vez los obtiene, accede a las cuentas. La mayoría de veces, la persona entrega los datos porque cree que está en medio de un proceso de verificación».
También están los mensajes que llegan por WhatsApp con supuestas ofertas de empleo, bonos gubernamentales o herencias inesperadas. «Los criminales no se enfocan en una sola modalidad. Prueban todas al mismo tiempo. Y, como muchas de estas campañas se automatizan con inteligencia artificial, pueden alcanzar a cientos o miles de personas en minutos», añade la experta.
Otra forma cada vez más sofisticada es la estafa mediante enlaces de pago. «Te dicen que para concretar una compra o recibir dinero debes validar un enlace. Pero ese enlace redirige a una página falsa que recolecta tus datos bancarios o clona tu sesión», explica.
Incluso hay casos de códigos QR manipulados, conocidos como quishing, donde un simple escaneo basta para comprometer un dispositivo. «La estafa digital ya no es un delito improvisado. Hay estructuras organizadas detrás de muchas de estas operaciones, incluso transnacionales. El problema es que la ley aún no alcanza la velocidad con la que estas técnicas evolucionan», concluye la experta.
A estas se suman otras estrategias como el phishing, con el que los delincuentes fingen ser personas conocidas o artistas para estafar; las estafas piramidales que ofrecen grandes beneficios con inversiones bajas y hasta el uso de la compra y venta de criptomonedas como una forma de quitar el dinero a las personas. Ante estos escenarios, los expertos concuerdan con que es necesario que la población esté preparada para no caer en estos engaños.
Consejos
Aunque las cifras muestran una tendencia creciente en los delitos digitales, los expertos coinciden en que aún es posible prevenirlos si se toman ciertas precauciones. Andrea Valverde explica que el primer paso es asumir que cualquier persona, sin importar edad, experiencia o nivel educativo, puede ser víctima. «El error más común es creer que a uno no le va a pasar. Pero basta un momento de distracción, una necesidad económica o una buena oferta para caer en la trampa», dice.
Para ella, la clave está en desconfiar de lo que parece ‘demasiado bueno para ser verdad’. «Cuando algo ofrece más de lo que normalmente se consigue en el mercado, o cuando una persona se muestra demasiado insistente o apresurada en cerrar un trato, hay que activar las alertas. El apuro siempre es un síntoma de engaño», sostiene.
López coincide: «Una técnica que usan frecuentemente los estafadores es generar urgencia. Te dicen que es ‘la última unidad’, que hay otra persona interesada o que el dinero sólo estará disponible unos minutos. Ese apremio es un gancho psicológico que empuja a las personas a actuar sin pensar».
Ambos expertos recomiendan verificar la información por múltiples vías. «Nunca aceptes un comprobante de pago como prueba definitiva de una transferencia. Siempre revisa tu banca en línea y asegúrate de que el dinero esté acreditado antes de entregar cualquier producto. Si la persona se niega a esperar, eso ya es motivo de sospecha».
Otra señal de alerta es cuando te contactan desde números desconocidos y se identifican como funcionarios bancarios, agentes de plataformas digitales o representantes de instituciones públicas. «Jamás entregues tu número de tarjeta, códigos de seguridad, contraseñas ni claves temporales. Ninguna entidad te va a pedir eso por teléfono o por mensaje», agrega López.
Para evitar caer en este tipo de fraudes, recomiendan las siguientes acciones:
- Activar la verificación en dos pasos en correos, redes sociales y bancos.
- Revisar los enlaces antes de hacer clic, especialmente si llegan por WhatsApp, SMS o correos sospechosos.
- Evitar conectarse a redes Wi-Fi públicas cuando se realizan transacciones o accesos bancarios.
- Actualizar el sistema operativo y el antivirus del teléfono y la computadora.
- No escanear códigos QR en espacios públicos o sin saber su origen.
- No compartir capturas de pantalla de tus cuentas, cédula o documentos personales.
Valverde añade que muchas veces las personas no reportan las estafas por vergüenza o por la creencia de que no servirá de nada. «Es importante denunciar. No sólo para dejar constancia, sino porque ayuda a detectar patrones, rastrear redes y prevenir nuevos casos».
Por último, López enfatiza que la mejor defensa es la información. «Entre más personas conozcan cómo operan estas estafas, menos efectivas serán. Hablar de esto en casa, en el trabajo, con amigos, puede hacer la diferencia».
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