Ecuador vive un fortalecimiento de expresiones culturales provenientes del crimen organizado Las principales víctimas indirectas de esto pueden ser niños y jóvenes, que se convierten en presas fáciles por el riesgo de romantizar el delito. ¿Qué hacer?
Una tonada pegadiza suena por los pequeños altavoces de un celular. Su sonido marca una reacción inmediata en las manos que sostienen el dispositivo, llevando a los dedos a deslizarse por la pantalla para cambiar, pocos segundos después, el audio que parece salir de un video de TikTok o alguna otra red social. Otro día y en otra hora, la misma canción suena también en un vehículo, que transita por una de las calles de Quito. Su volumen retumba levemente las bocinas, llevándose la vista de varias de las personas que caminan por el lugar.
La música lleva notas fuertes, que cada vez son más comunes en el día a día de Ecuador. En redes sociales, videos se viralizan exponiendo, hasta desde el humor, diferentes tonos que hoy se han convertido en la firma de una o varias organizaciones criminales; “terroristas”, como las ha catalogado oficialmente el presidente, Daniel Noboa, y otras autoridades estatales.
La cultura criminal o ‘narcocultura’ empieza a cobrar fuerza en el país; un síntoma de algo más profundo, donde se puede identificar el olvido de zonas marginales y el afianzamiento de organizaciones delictivas en el territorio. Pero estas expresiones no sólo se restringen a la música, que incluso se ha divulgado desde el interior de las cárceles. Tatuajes, grafitti, ropa, señales, lenguaje y otro tipo de expresiones se han visto ‘bañadas’ de los tintes y colores de organizaciones delincuenciales en el país. Una nueva cultura.
¿Cómo ver y analizar este fenómeno? ¿Cuáles son sus riesgos y cómo enfrentarlos?, algunas preguntas que surgen al ver su avance.
Una cultura ‘marginal’
Para empezar a comprender este fenómeno, se debe primero entender el significado de lo que es cultura. Este concepto, según expertos, compila todo el conjunto de conocimientos y formas de expresión que adquiere una persona a lo largo de su vida, a partir de la cual se construye su forma de ser, su forma de ver el mundo y su forma de presentarse hacia el exterior. Este término, en la práctica, se convierte en una base fundamental de cómo se construyen las sociedades, en pequeña o gran escala, sus pensamientos, sus opiniones y perspectivas.
Con esto en mente, cabe destacar que la narcocultura o cultura criminal, implica, a su vez, varios elementos que constituyen el día a día de grupos criminales y quienes forman parte de las organizaciones: su lenguaje, su vestimenta, sus tatuajes, sus expresiones, saludos, opiniones, valores y todo lo que pueda generar en ellos algún sentido de pertenencia.
Este fenómeno, si bien ha cobrado fuerza en Ecuador, no conoce fronteras. Natalia Sierra, socióloga, explica que las diferentes expresiones culturales que vienen desde el crimen, que poco a poco cobraron fuerza y mayor presupuesto, aparecieron al público y pegaron por primera vez en México, con el crecimiento de carteles y organizaciones criminales. En este caso, los corridos y canciones vinculadas a bandas criminales se han convertido en sus principales exponentes, pero el fenómeno tampoco se ha limitado al país centroamericano.
“Con la popularización de este tipo de elementos culturales, después comenzaron a aparecer en toda Latinoamérica, en algunos países con más fuerza que otros y no sólo con canciones. La narcocultura se ha visto reforzada cada vez más en plataformas fuertes de streaming, por ejemplo, con series consolidadas en Netflix, que romantizan la vida de los grandes capos”, dice.
Este fortalecimiento de la industria criminal a través de la cultura se tradujo, posteriormente, en expresiones más locales que también han cobrado fuerza en territorios controlados por las bandas, como en Ecuador.
Para la experta, este tipo de contenido ha establecido ideas y conceptos en la población, que no necesariamente plasman la realidad del narcotráfico. Esto, a su vez, explica, puede crear en la población una errada concepción de lo que implica este tipo crimen, “cayendo incluso en la romantización”.
Fernando Sánchez Cobo, sociólogo experto en políticas públicas de rehabilitación social, continúa la idea. “Este es un proceso que se viene viviendo en América Latina desde hace 20 años o más”, dice. Estas dinámicas, explica, se han empezado a reproducir en Ecuador en diferentes escalas, potenciadas por redes sociales y entornos digitales, que brindan nuevos espacios para que los grupos criminales expongan su contenido.
“En el caso de Ecuador, hay varias líneas, mecanismos y vehículos de transmisión de contenidos. Estos muestran canciones, grafitti, tatuajes, la ropa; todo lo que puede identificar o generar sentido de pertenencia en miembros de las bandas”, detalla. “Hay una serie de elementos que van conformando lo que se podría llamar una narcocultura”.
El experto explica que estos elementos se van convirtiendo, según se fortalecen las organizaciones criminales, en parte de la identidad de los grupos. Estos, al difundirse en entornos digitales, sin embargo, no limitan su público a las bandas delincuenciales, sino a toda la población. De esta manera, la cultura criminal va permeando y generando sentidos de pertenencia. Según Sánchez Cobo, los principales grupos que terminan convirtiéndose en seguidores o creando afiliaciones hacia estas formas de expresión son “personas que viven en entornos marginales”.
“Hay que analizar que esta reproducción de valores da cuenta de una expresión de exclusión y un deseo de inclusión específico de estos grupos, un sentido de pertenencia, un ser tomado en cuenta, un ser reconocido en un grupo”, dice. “También es importante ver y anotar el tema de este sentido de pertenencia, toda vez que la familia está en crisis, hay una descomposición, hay una salida de los padres. Hay que analizar cuáles son las causales de esta reinserción en otro tipo de cultura”.
En otras palabras, la falta de inclusión de quienes viven en zonas donde la pobreza es elevada y la falta de oportunidades, según Sánchez Cobo, favorece al ingreso y fortalecimiento de organizaciones criminales. Sin embargo, este no sólo se limita al uso de la fuerza o la inseguridad, sino también al establecimiento de una cultura del crimen, que va asimilándose por los miembros de la sociedad.
Por esto, es cada vez más común que los niños y jóvenes consuman en TikTok, Instagram y otras redes sociales, contenido relacionado con la cultura de las bandas criminales: “canciones, significados de palabras o señales, tatuajes, etc”.
“La marginación y exclusión de ciertos sectores de la población termina por generar una paracultura, una cultura paralela, que vaya de la mano con lo que las personas tomen como parte de su identidad”, dice.
El experto da un ejemplo. Para esto, explica que si un niño crece toda su vida rodeado con miembros de bandas, con familiares que, por falta de oportunidades, han tenido que formar parte de agrupaciones o donde los amigos con los que crece son miembros de grupos; pues esto hace que el niño o la persona, en general, se apropie aún más de este tipo de entornos y, en un futuro, los llegue a “interiorizar o normalizar”. “Para ellos, esto es parte de lo que les construye”.
Siguiendo la misma línea, Ernesto López Portillo, miembro del programa de Seguridad Ciudadana de la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México, asegura que, al final, este tipo de culturas que se terminan asimilando desde los sectores marginales, “son igual representaciones sociales, muchas veces profundas y muchas veces son las únicas formas en las que se logran expresar las culturas a las que llamamos marginales”.
López Portillo explica que el avance o fortalecimiento de la narcocultura, en la práctica, termina siendo un “síntoma” de algo más grande, “de formas de ver el mundo diferentes”.
«Las expresiones culturales son manifestaciones de los significados de las sociedades, a través de múltiples formas y expresiones. Este tipo de cultura termina estando fuera de los códigos hegemónicos en los que nos basamos para comprender lo bueno y lo malo, por ejemplo. Por esto, estas culturas marginales pueden comprenderse como malas per se, pero realmente son una muestra de los problemas sociales que se viven en los territorios donde estas cobran fuerza”, dice.
“No se puede comprender la narcocultura sin antes comprender los problemas sociales que vive una zona y la falta del Estado, que han dado paso a que las personas se identifiquen con estos grupos que, en muchos casos, están más presentes que el propio Gobierno”, explica.
Los riesgos
Para Sánchez Cobo existe una preocupación considerable sobre el avance de la narcocultura en Ecuador y esta, sobre todo, está enfocada en los niños y jóvenes, y la vulnerabilidad en la que pueden verse sumidos gracias a estas expresiones.
“Un tema que preocupa es que los niños tienen cada vez mayor acceso a redes sociales y espacios donde se expone libremente este tipo de contenido; esto los expone mucho a construir sus identidades a partir de estos elementos, más aún si se encuentran en espacios rodeados por ambientes criminales. Además, cada vez son menores los jóvenes e incluso niños que se incorporan a este tipo de organizaciones y son cooptados por las bandas criminales”, dice. “Claro, eso también promovido por el interés de los grupos criminales porque los adolescentes son tratados de manera distinta en caso de ser detenidos, por lo que se corre menos riesgos a la estructura criminal”.
Para él, la normalización de términos, conceptos y expresiones criminales en entornos vulnerables, desde edades tempranas, hacen a los niños y adolescentes más propensos a no ver “el mal” en este tipo de estructuras y a querer formar parte de estas.
Para Sierra, esto, además, se junta con las condiciones económicas familiares y sociales de estos espacios vulnerables. “Este tipo de contenido, donde no sólo se muestra música sino estilos de vida ostentosos, pueden generar deseos, expectativas y sueños en los menores. Y puede llegar a hacer una torsión de valores”.
Esto, además, se liga con una “promesa, que ya está en sociedad, y tiene que ver con el acceso a dinero”. “El mundo capitalista es un mundo de la promesa del dinero. Claro que se entiende que es dinero legal, pero hay una promesa del dinero y toda la gente aspira a eso, a tener dinero. Y lo que te muestran en estas series, canciones, videos, etc; es que estos grupos tienen acceso rápido al dinero, al poder de forma fácil”.
¿Cómo enfrentarlo?
“Un elemento clave es que esto sucede ante la desinversión de políticas de juventud, de políticas de adolescencia, de políticas que enfrenten el trabajo infantil”, explica el experto en sociología. “El MIES atiende a 12.500 chicos que se encuentran en trabajo infantil, cuando hay 186.000 en todo el país. Entonces, esas brechas de desatención, esa ausencia del Estado en los sectores sociales es también un importante elemento a tomar en cuenta en este proceso, por el que prácticamente el país está perdiendo una generación”, dice.
Sánchez Cobo es enfático al afirmar que los jóvenes y niños son el grupo más vulnerable ante el avance de estas actividades. Aclara que el país no puede ignorar que el 52% de los presos son jóvenes entre 18 y 29 años.
“Estamos perdiendo una generación”, repite nuevamente. “Las principales causas de detención de estos jóvenes son, un 46%, por tráfico de drogas y delito a la propiedad. Es decir, por falta de empleo y pobreza”. Por esto, las principales formas de enfrentar el avance de estas expresiones culturales estarían, para el experto, en las políticas públicas y sociales que puedan tomarse desde el Gobierno, “incluir a los grupos vulnerables para que no sean propensos a ser coptados por el crimen”.
Todo esto ha llevado a promover la idea de que la prohibición de estas expresiones culturales pueden ser una salida. Sin embargo, López Portillo rebate esta idea con un claro “no”. Para él, la prohibición nunca puede ser una solución en estos casos, pues esta sólo llega con una mala comprensión del fenómeno social. “Normalmente la prohibición de las expresiones culturales genera clandestinidad”.
Para él, el camino que debe seguir Ecuador es uno de comprensión de las dinámicas sociales de forma cercana con la gente a través de investigaciones y acercamientos en campo. De este modo, se puede conocer las condiciones que llevan a las personas a formar parte de estas formas de cultura y querer pertenecer a las organizaciones.
“Si sólo se busca atacar el problema de forma directa no se va a solucionar nada”, dice.
Por otro lado, asegura que existe una corresponsabilidad en los generadores de discurso público para que este tipo de actividades no sean informadas desde el romanticismo, sino desde la cruda realidad en saldos de muerte y violencia que genera el narcotráfico. Para él, aquí entran generadores de opinión y medios de comunicación.
De este modo, se puede comprender que el establecimiento de una narcocultura es sólo un síntoma más de la crisis que vive el país, que debe ser tratada de forma integral y con el “poder completo del Estado”.
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