A profundidad
La historia de las ciudades es la historia de la migración
agosto 28, 2024

Ruido, roces, gritos, bocinas, pasos, canciones. Todos son sonidos que se escuchan a diario en una ciudad. El movimiento es normal en medio de toda esta sinfonía, algo cotidiano. De la casa al trabajo, del trabajo a la casa, del parque al trabajo o del cine a la casa; nada para en el vaivén de historias y vidas que deambulan, dando vida a las puertas, ventanas, edificios, carros, bicicletas, motos. En fin, así es la ciudad, un fluir constante de aquí para allá. 

En medio de las conversaciones de quienes habitan estos espacios, sin embargo, también es normal encontrar diversidad. El movimiento no se limita y trasciende fronteras, no sólo físicas, sino también culturales y sociales. 

“No, marico. Eso no funciona así”, se escucha al caminar un día normal en ciudades como Quito, un espacio donde ni estas palabras, ni estos acentos son cotidianos o nativos. Sin embargo, están ahí. “Parce”, “causa”, “ñaño”, todas son palabras que se mezclan en la ciudad, dando cuenta de lo diverso y fluido de este espacio que, aunque se muestra tan pequeño, puede englobar países, ciudades, historias y culturas de otras fronteras y otros tiempos. 

Y es que el fluir de las ciudades también habla de la migración y su historia. Esa misma que se cuenta desde personas como Diana Picón, una mujer de 23 que llegó al país desde Venezuela hace ya más de cinco años, junto a su familia, buscando mejores oportunidades, tanto para trabajar como para estudiar. 

Para ella la migración se ha convertido en algo de vida o muerte, o así lo fue también para su familia: “Si nosotros no salíamos, no podríamos haber llegado muy lejos. Mis papás consiguieron trabajo aquí, cosa que no había en Venezuela, y así también pudimos establecernos para que yo termine los estudios y pueda ayudarlos con dinero y trabajo en la cas”. 

Estas historias también se cuentan en otros rostros, como los de Guido Reyes, de 43, quien llegó desde Colombia hace alrededor de 20 años junto a su familia luego de haber tenido que salir de su país por el avance de la guerrilla en la zona en la que vivía y el aumento de la inseguridad en su país natal. 

“Llegar al país como refugiados nos ayudó a establecernos como familia y poder salir adelante. Es complicado porque dejamos mucha gente atrás y tengo familia que todavía sigue en Colombia a la que hoy ya podemos ir a visitar con mayor tranquilidad. Ha sido un camino duro, pero hemos sabido mantener una vida decente y mejor en este país, que hoy también es mi país”, dice. 

Las fronteras se ven difusas en estos rostros, que no sólo relatan la migración, sino también la historia detrás de las ciudades y su conformación. Y es que, aunque hoy la migración se pueda ver como una cuestión temporal o reciente, lo cierto es que ha sido una constante en toda la historia de la humanidad; en toda la historia de las ciudades. Pero no solo hablamos de una migración internacional o extranjera. 

Luis Taco, de 35 años, es el resultado de un movimiento de Cotopaxi, específicamente de Pujilí, a Quito. Una historia en la que su familia tuvo que migrar a la gran ciudad por trabajo y en búsqueda de nuevas oportunidades para que su hijo, o sea él, pueda estudiar el colegio y la universidad, un privilegio que para la época era imposible en espacios tan alejados del centro burocrático. Y estas historias se repiten una y otra vez al caminar por la sinfonía que constituyen espacios como Quito, una ciudad que se ha construido y se ha levantado por la migración desde sus inicios. 

La migración y la humanidad

Desde los inicios de la historia, los seres humanos han tenido que mantenerse en movimiento por supervivencia. En la época antigua, las sociedades se construyeron como nómadas, grupos de personas que se movían de aquí para allá buscando los recursos necesarios para poder sacar adelante a las poblaciones. 

En los primeros registros de las sociedades, el ser humano era recolector y cazador. Esto lo obligaba a buscar espacios con los recursos necesarios. Pero, después de un tiempo, estos se terminaban, obligándolos a buscar nuevos espacios. De este modo, las civilizaciones lograron mantenerse y las sociedades pudieron salir a flote poco a poco. 

Pero todo cambió con la llegada del forrajeo, o así lo explica Fernando Muñoz, sociólogo e historiador quiteño. Para él, “los seres humanos, por naturaleza, están en constante movimiento. Los registros de las primeras civilizaciones denotan la cualidad nómada de la naturaleza humana y la historia demuestra cómo con la llegada del forrajeo, que en otras palabras define la etapa de la historia de la humanidad en la que las sociedades empezaron a complejizarse porque accedieron a recursos desde la posición de productores y a no sólo recolectores”. 

En otras palabras, esta faceta de la historia humana se destacó por el establecimiento de pequeños asentamientos en los que las sociedades empezaron a tener espacios de producción, ya sea desde la proto agricultura o desde la crianza de animales. Esto permitió que se empezaran a crear civilizaciones y espacios donde las personas pudieron desarrollar vidas más largas, estables y fijas. Pero Muñoz explica que, incluso ahí, la migración no terminó.

“El crecimiento de las poblaciones en estos espacios creados después del forrajeo puso a prueba a los ecosistemas, los que dejaban de ser sostenibles en cierto punto en el que no podían llegar a abastecer a grandes números poblacionales. De este modo, las personas y, sobre todo, las nuevas generaciones estaban obligadas a continuar su camino y encontrar nuevos lugares donde establecerse y continuar con su vida”, dice.

Esta es la historia de la generación y establecimiento de ciudades en el mundo y en la sociedad. La repetición de estos mismos procesos no paró hasta abarcar todo el globo terráqueo, creando culturas, sociedades, poblaciones fluidas y líquidas que se movían y compartían entre sí.

Por esto, para otros expertos como Alfonso Ortiz Crespo, historiador y excronista de Quito, “la migración es inherente a la existencia humana, a la construcción de sociedades y para la historia misma”. Él lo define cómo “trashumancia”. 

Pero estos procesos se fueron complejizando y yendo más allá. Con la llegada de nuevas tecnologías, las cuales en la historia pasaron desde las herramientas de trabajo, el aparecimiento de nuevas formas de Gobierno, la creación de imperios, la expansión de las sociedades, el surgimiento de las letras, la ilustración, la revolución industrial, el desarrollo de la computación y otras nuevas olas; la migración aún continuó presente. 

Hoy, las ciudades continúan viviéndola y, de hecho, en la época moderna, esta misma fue un factor clave para su crecimiento y constitución, tanto económica como cultural.

“Si no, cómo explicamos el boom del conocimiento griego en Europa, o la llegada de la cultura asiática a Occidente, o la expansión de lo europeo y occidental a Latinoamérica. Sí, muchos de estos procesos llegaron también por conquistas, pero también responden a formas de migración por diferentes motivos. En ese caso, de sociedades que buscaban expandirse para ampliar su gama de recursos que permitan hacer sostenible su existencia y su crecimiento. Si nos damos cuenta, esto no es tan distinto de lo que se vivió al inicio de las sociedades nómadas”, dice Muñoz. “Claro, sin menospreciar los procesos violentos que te presentaron esos momentos históricos, pero es sólo un ejemplo de cómo la migración se ha mantenido siempre presente, aunque con diferentes caras y con diferentes nombres”. 

Ciudades y la migración

Pero, para comprender cómo la migración ha construido las ciudades contemporáneas tenemos que adelantar el tiempo, trasladarnos a un espacio en el que los países se consolidaron y las disputas revolucionarias y de conquista quedaron atrás. Así, sin ir muy lejos, podemos reconocer cómo la migración ha podido construir los espacios que nos rodean. Para entender esto, Muñoz pone ejemplos, como los que se han vivido en ciudades como Quito y Guayaquil, donde la migración también ha sido una constante que, hasta hoy, se mantiene viva. 

Muñoz cita un momento histórico clave para Quito, “para dar un ejemplo conciso”. Y es que en 1908, el ferrocarril llegaba a la ciudad. La primera locomotora arribó conducida por Arturo Munizaga, trayendo consigo la promesa de conectar a las ciudades, al comercio, a la cultura, rompiendo una barrera que en la capital estaba muy marcada por los días de camino que significaba viajar a otros espacios para conseguir productos o para encontrar personas.

“En ese entonces podría tardar días llegar de la Sierra a la Costa, por ejemplo, limitando mucho el comercio, pero también el movimiento de personas entre las ciudades y los espacios donde, para ese entonces, se podía encontrar lo que llamaban desarrollo. Porque hay que recordar que para esa época Quito ya tenía educación, cultura y otros beneficios que no podían ser accesibles para todos, no sólo por las clases y posiciones económicas, sino también por la distancia que conllevaba llegar a la gran ciudad”, dice. 

La llegada del ferrocarril significó también un antes y un después para la ciudad. De este momento histórico nacieron barrios de migrantes internos que llegaban a la ciudad para establecerse como obreros, vendedores, comerciantes o simplemente de personas que vieron en esta nueva máquina una forma de llegar a donde nunca pensaron ir: a la gran ciudad.

“El ferrocarril permitió en Quito que la mancha urbana se expandiera, por los barrios obreros. No hay que ir muy lejos. En este caso, Chimbacalle empieza a constituirse como un barrio obrero de personas que llegan a la ciudad gracias al tren y cuyas actividades económicas son las que permiten el desarrollo industrial de la ciudad. Son personas que llegaron para reforzar la economía de la ciudad y que se van ampliando”, destaca. 

Por otro lado, Ortiz, quien se conoce la historia de la ciudad casi de memoria por su trabajo como cronista, cuenta cómo, en las primeras décadas, la llegada del tren permitió acercar a la ciudad a sectores tanto populares como clase media e incluso a los sectores más favorecidos de la capital. Todos, “atraídos por su modernización y acceso a servicios cómo agua, educación, entretenimiento, teatro, diversión y trabajo”.  

Todo esto llevó a qué la ciudad creciera más allá de lo que era en la antigüedad, donde los espacios habitados se restringían a lo que hoy se conoce como Centro Histórico. Cómo ya vimos antes, barrios cómo Chimbacalle crecieron poco a poco, convirtiéndose en lo que hoy se conoce como el sur de Quito, por donde el tren continuaba su recorrido hacia otras provincias antes de llegar a la Costa del país. 

Ortiz explica que las provincias y los migrantes que llegaban desde estas a la ciudad aportaron por largas décadas cientos de miles de personas que se quedaron en Quito y que para mediados del siglo XX lograron multiplicar la población de la capital, “al menos, por 10”. 

Pero los ‘boom’ migratorios que recibió la ciudad no quedaron ahí. “Con la llegada del petróleo llegó una nueva migración a la ciudad. En este caso, esta se vio protagonizada por sectores campesinos de la Sierra que veían a la ciudad con el sueño de encontrar un trabajo y formar parte del desarrollo del país”, ese desarrollo que se vendió hasta por la televisión con un desfile realizado en honor al primer barril de petróleo que salió del país, convertido en la promesa de un mejor futuro para toda la población, en 1972. 

“Esta migración llegó a la ciudad a ocupar trabajos paupérrimos y a engrosar la mano de obra barata, permitiendo también el crecimiento económico de la ciudad, pero trayendo nuevos problemas, como la marcada desigualdad que se vio reafirmando. Está migración llega también porque la abolición del huasipungo en el país no logró el resultado vendido a todas las familias, no todas tuvieron un mejor futuro con este proceso y se vieron obligadas a buscar nuevas oportunidades y trabajos que les permita alcanzar su subsistencia. Pero esto no se cumplió, porque no todas estás poblaciones pudieron adaptarse a los estilos de vida de la ciudad y a los sectores productivos, viéndose obligados a dedicarse a la venta de baratijas, mano de obra barata para cargar ladrillos en las nuevas construcciones o a la comercialización de productos que venían y traían del campo”, dice. 

Para Ortiz, estos fenómenos son los que explican que a inicios de siglo XX la población de la ciudad haya sido de alrededor de 50 mil personas, mientras que para finales de siglo está rodeaba las 2 millones: “Este crecimiento no fue orgánico, sino que fue producto de la gran migración interna que vivió la ciudad y sobre la cual se fueron construyendo sus pilares”. 

Pero la cosa no acaba ahí. Muñoz cita otros ejemplos resultantes de la migración europea hacia Ecuador y hacia Quito, que llega con la explosión de la Segunda Guerra Mundial: “Hay que destacar que hubo familias enteras que decidieron migrar a Latinoamérica y escogieron Ecuador y Quito para desarrollar el resto de su vida. Para esto, hay que destacar que ellos en cambio trajeron nuevas formas de ver el mundo, la cultura y la arquitectura a Quito. De ahí nacen familias de arquitectos afamados, escritores, pintores. Todos ellos también son un legado de la migración en la ciudad”. 

“Es que Quito es un caso muy interesante. ¿Existen quiteños de cepa que sean sólo quiteños quiteños quiteños? La respuesta es no. Al ser una ciudad capital donde hay industrias y dimensión de servicios, lo que encontramos son muchas personas que vienen a Quito a trabajar y a estudiar. La migración interna es tan importante en la ciudad como la extranjera. Esta migración interna ha aportado a que existan colonias de manabitas en Quito, colonias de esmeraldeños en Quito y así con las diferentes provincias. Yo soy un ejemplo de esto, yo nací en Quito pero mi abuelo es ambateño y mi abuela esmeraldeña. La identidad se construye así, también a través de la migración. Esto también ha enriquecido la ciudad culturalmente, gastronómicamente y así podemos seguir enumerando otros factores como costumbres o fiestas. Los restaurantes de encebollados, comida manabita, cuencana y de todo tipo también llegan gracias a la migración. Somos parte de la migración”, dice. 

Guayaquil también se vio fundada y desarrollada por la migración. En este caso, Muñoz explica que la construcción de un puerto, en 1963, también trajo diferentes tipos de migraciones importantes y que hoy narran la historia de la ciudad y del territorio. 

“Al ser una ciudad portuaria, Guayaquil atrajo en esas épocas a varias colonias de personas de otros países que buscaban ampliar sus actividades productivas a través del mundo. Esto, por ejemplo, se vio reflejado en migraciones cómo la libanesa, la siria, la palestina. Estas grandes migraciones no sólo construyeron la diversidad de Guayaquil y una nueva historia de familias que resuenan hasta hoy, algo que se puede ver hasta en la político, con apellidos de procedencia del Medio Oriente, pero también fueron migraciones que impactaron fuertemente en la industria como la textil. Además, todos estos procesos generaron un tránsito de ideas técnicas, productivas, de innovación en la ciencia. Muchos de los grandes arquitectos del siglo XX eran de origen extranjero, de corte historicista. Las ciudades son un resultado de la migración y eso no puede verse de otra manera, porque la historia y la vida que hoy tenemos viene de esa migración también”, dice. “En el caso de las ciencias estas también se vieron reforzadas por las migraciones de la segunda guerra mundial, donde médicos y científicos de origen judío llegaron al país contratados por el Estado pero huyendo de un destino cruel, algo que permitió generar farmacéuticas, medicinas y otras industrias en Ecuador. Gran parte de lo que conocemos como desarrollo, en todo sentido, viene de la migración”. 

Esta historia es la misma que han vivido ciudades de todo el mundo. El experto cita el caso de Buenos Aires, otra gran ciudad en Latinoamérica que debe gran parte de su desarrollo cultural a la migración europea a raíz de la Segunda Guerra Mundial. “La comida, la cultura, los apellidos. Todos son resultados de la migración. Y es que nuevamente podemos decir: las ciudades se construyen con cimientos en la migración, un fenómeno que las refuerza y las consolida”. 

Migración en Ecuador

Para Gisselle Lara, socióloga e investigadora en temas de migración, es importante entender que esta decisión (la de migrar), desde los inicios de la humanidad, “generalmente está movida por la necesidad. A lo largo de la historia de las sociedades hay grandes movimientos generados por procesos bélicos, en búsqueda de nuevas oportunidades económicas. Los  actuales fenómenos migratorios internos y externos tienen que ver con las crisis actuales: económicas y políticas, que vive el país y el mundo. Estos hacen que los fenómenos de migración interna y extranjera se profundicen también”.

“La gente, generalmente, no migra porque quiera hacerlo, sino porque no hay alternativa. Responde a esa búsqueda de procesos humanos. Creo que hay que entender eso de que finalmente la migración responde a problemas estructurales y, en función de eso, es también un fenómeno histórico la resistencia de los habitantes tradicionales de la ciudad frente a los fenómenos migratorios más contemporáneos. En la sociología se entiende esta dinámica como la de los recién llegados y los establecidos. Esto genera un recelo a la migración, aunque ellos o sus antepasados fueron migrantes”, explica la experta

Si vamos a los datos, podemos ver que en el país hay alrededor de 425.045 migrantes provenientes de otros países. Esto, según los datos oficiales del Censo Poblacional 2022 – 2023. De este total, la mayor parte son migrantes venezolanos, quienes representan 231.686 personas. Sin embargo, a esta nacionalidad le siguen otras, como la colombiana, española, peruana y estadounidense. 

Se puede ver cómo la migración representa alrededor del 2,5% de la población, conformada en su mayoría por migrantes venezolanos. Para Lara, estas cifras, si bien parecen bajas, representan una cantidad importante de población que expone a la sociedad y a las ciudades donde residen a nuevas culturas y formas de ver el mundo.

Además, estas cifras nos permiten ver que la migración, como se ha venido explicado previamente, sí representa una constante siempre vigente en países como Ecuador y, por ende, en las ciudades que lo conforman. 

“Como resultado de estas migraciones hoy tenemos productos de la gastronomía venezolana, colombiana, peruana, española, entre otros. Así que seguimos viviendo los efectos de este enfrentamiento cultural día con día y en todos los sentidos”, dice. “La ciudad sigue sentando bases a través de la migración y esto no es malo, al contrario, enriquece a la ciudad”. 

Pero las cifras no sólo revelan este tipo de migraciones. Los mismos datos del INEC dan cuenta de los procesos de migración interna que ha vivido el país. Esto, destacando los movimientos entre provincias y ciudades que ha vivido Ecuador en los últimos años, hasta dar con el corte final del Censo reportado entre 2022 y 2023. 

Los datos muestran que en el país hay 11’529.786 personas que viven en el mismo lugar en el que nacieron. Entonces: 4’984.155 personas viven en un lugar del país diferente al de su nacimiento. De este total, la mayoría (2’989.386) ha migrado a una zona urbana mientras que 1’994.769 ha migrado a una zona rural. Todo esto, en otras palabras, significa que el 29,42% de la población del país ha migrado desde su lugar de nacimiento hacia otro punto del territorio.

En este cuadro se pueden ver las cifras del Censo y cómo estas exponen la composición de la migración, tanto interna como extranjera, de la población de cada provincia. Se puede ver que en Guayas está la población donde más reina la migración interna, es decir, donde más personas viven que no han nacido en la ciudad. En este caso, el 28,21% de sus habitantes han nacido en otro lugar del país. A esta le sigue Pichincha, donde se encuentran 890.619 migrantes internos. 

Las cifras de migración no sólo se enfocan en quienes llegan desde el extranjero, sino que en nuestro propio país hemos vivido estos procesos que, al final, han levantado los cimientos de las ciudades. Por esto, la migración es y seguirá siendo una constante en el país y en el mundo, una que seguirá dejando sus huellas culturales e históricas a largo plazo; una que seguirá levantando ciudades. 

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