Tuvo su primera cámara a los 8 años, su padre le enseñó a mirar donde nadie más miraba y, ahora, 26 años después, ganó el World Press Photo. Esta es la historia de la mujer detrás de la lente.
POR: Dagmar Flores
—La fotografía me permite encontrar respuestas a lo que yo me pregunto de la vida. Al inicio buscaba mi voz visual, quería un enfoque estético. Luego, llegaron las preguntas más profundas que se relacionan con el privilegio: ¿desde dónde me paro y construyo las historias?
Isadora Romero está en Ushuaia, una ciudad argentina en el archipiélago de Tierra del Fuego, desarrollando un nuevo proyecto. Tras la pantalla de Zoom, tiene los ojos alegres todo el tiempo, su cabello corto y rizado, alborotado, refleja que ha dormido poco. Pero habla con la misma emoción y cariño sobre su proyecto actual como lo hace al recordar su primer encuentro con la fotografía:
—A los 7 u 8 años, creo que fue —dice, inocentemente y tratando de recordar.
—¿En ese momento la fotografía tomó sentido?
—Bueno, siempre sentí una relación con las historias. Me construí una cámara con muchos cartones, le puse un papel que podía enroscarse. Iba corriendo donde mi familia para tomarles fotos, ellos sonreían y luego yo dibujaba lo que había capturado. Iba al baño, le ponía en bandejas de agua, dizque revelando, y al final quedaba una cosa espantosa —ríe mientras gesticula.
Isadora tiene 34 años y su nombre retumba hoy en el mundo porque ganó el World Press Photo, el concurso más importante de fotoperiodismo a nivel mundial, en la categoría de formato libre. Su trabajo ganador, ‘La sangre es una semilla’, investiga y profundiza la práctica ancestral del cultivo y cuidado de las semillas, que se ha ido perdiendo con el tiempo. Hace un par de semanas ya se había ganado este premio a nivel regional, pero este jueves se llevó también el galardón mundial.
Es quiteña. Su mamá es de Quito, Ecuador y su padre viene de Colombia, de un pueblo llamado Une, en el departamento de Cundinamarca, a 43 kilómetros de Bogotá.
Cuando Isa, como le dicen sus amigos y familiares, piensa en la fotografía, imagina historias. Recuerda que desde muy pequeña estuvo cerca de la comunicación.
—Mi papá me inculcó mucho el ver.
Cuando salían de paseo, él les pedía que buscaran lo más insólito del lugar. Isa ni siquiera conocía lo que significaba ‘insólito’, pero entraba en la competencia aguerrida y curiosa.
Oliverio Romero, el padre de Isa, guarda intactos esos momentos. Él daba clases de fotografía en una universidad de Bogotá, y también enseñaba reportería gráfica. Uno de los principios de su clase era observar lo que es extraño en un ambiente, buscar lo no evidente.
—Yo les hacía esos juegos cuando salía de paseo con las niñas y sus primas. Agudizaban su mente, sus ojos. Y esto no deja de tener razón, es una regla de oro para este tipo de comunicación —dice, la mirada repleta de nostalgia.
Romero es un hombre medianamente alto, pero no le cuesta agacharse para observar cada detalle. Viste una boina blanca, un saco azul y sonríe cada que puede. Es muy letrado y las fechas las tiene claritas. Era jefe de producción del diario El Bogotano, un vespertino de mucha circulación en su país. En 1981 vino a Ecuador por pedido de sus colegas periodistas. La idea era quedarse seis meses, huyendo de alguna forma del conflicto bélico en Colombia. Han pasado 41 años, se enamoró de este país, y también de una periodista ecuatoriana. Se casó con Isabel Paz y Miño en 1982 y tres años después nació su primera hija: Lucía Romero. En 1987 llegó Isadora y se completó la familia.
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Isa, según su padre, siempre ha tenido mucha facilidad para relacionarse con la personas, hacer amigos y hacerse querer de esos amigos.
—Yo me sorprendía de su creatividad, de crear juegos y siempre estaba en movimiento —dice.
Y luego se sincera:
—No pensé que se fuera a dedicar a la fotografía, porque todavía en esas épocas no era algo muy reconocido.
Pero siempre hay cosas que marcan el destino de una persona. Oliverio cuenta que cuando Isa tenía ocho años, sus tíos —tras un viaje a Estados Unidos— le regalaron su primera cámara. Iba por toda la casa tomando fotos y divirtiéndose con esa herramienta que luego se volvería tan íntima y real.
Anahí Silva, prima de Isa, la recuerda como alguien alegre y graciosa; muy fuerte y observadora.
—Una cosita cualquiera ya es detonante de algún proyecto, yo la admiro mucho.
Desde muy pequeñas, las primas (Isadora, Lucía, Anahí y su hermana) se reunían a crear obras de teatro. Toda la familia las miraba. Anahí recuerda, entre risas y vergüenza, una obra en especial: Trofeo y Juneta. Sí, era una versión modernizada de la famosa obra de Shakespeare, hecha a base de creatividad y pasión. Pero, no sólo se quedaban en los clásicos. También pensaban en proyectos de actuación más filosóficos. Por ejemplo, uno que llamaron ‘El origen de las cosas’. Muchas veces, para dotar sus obras de música, usaban los instrumentos que encontraban por la casa.
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Con la adolescencia llegó para Isa un apego muy fuerte con lo audiovisual. Estudió en el colegio América Latina, donde participó en la creación de videos y tuvo clases de teatro y fotografía. Y cuando se graduó, decidió estudiar cine. De hecho, trabajó un tiempo haciendo cine. Sin embargo, sintió que requería mucho tiempo, muchas personas y recursos. Mientras hacía su pregrado tomó un curso de fotografía a la par. Allí notó la diferencia:
—Me sentía más cómoda, podía tener mejor cercanía con la cámara (…), la foto me permitía un espacio más íntimo, directo, rápido y con menos recursos —dice Isadora.
Entonces, viajó a Buenos Aires, Argentina, para estudiar Fotografía en la Universidad de Palermo, y lo logró gracias a una beca que obtuvo del Estado. Estuvo allí cuatro años y luego regresó al país.
Su prima Anahí asegura que Isadora siempre ha sido muy responsable y estudiosa, una ‘noria’. Y lo que se proponía lo cumplía. De hecho, ambas primas vivieron juntas durante el primer año de Isadora en Argentina, porque Anahí ya estudiaba allá danza y artes escénicas. Muchas veces Isadora tenía trabajos en los que necesitaba modelos. Y Anahí posaba para sus fotos. Isa se inventaba las formas para que la fotografía saliera como ella quería. Podía utilizar las luces del horno, o cosas caseras que le fueron muy útiles en sus años fuera del país.
Las dos regresaron juntas a Ecuador; y entonces descubrió que las historias que quería contar se encontraban aquí. Al principio, le interesaba mucho la fotografía de ficción, pero notó que no hay nada más cercano a eso que la propia realidad. Por lo que se guió por una línea más documental y artística. Empezó a trabajar con su ‘profe’ al principio. Pero, luego decidió que lo mejor era realizar sus propios proyectos. Y entonces confiesa:
—Sin un centavo, debiendo mucho al Estado por mi crédito que pedí para irme a estudiar, me lancé al freelance.
Así estuvo por cinco años. Entrar en el mercado era difícil cuando se trataban de sus proyectos. La manera de narrar de esta fotógrafa ecuatoriana no era estrictamente periodística documental, ni tampoco era artística. Ninguno de los dos sectores entendía lo que ella estaba intentando narrar. Mientras se decidían, Isadora se lanzó a fotografiar bodas, compromisos y cumpleaños.
—Fue muy bueno para mí, un período de crecimiento brutal en el que seguí mi instinto. Afortunadamente, luego empezaron a haber espacios en los que podían existir este tipo de narrativas.
Isadora reflexiona sobre esa etapa desde Argentina, siempre risueña. Confiesa que estuvo muy cerca de ‘botar la toalla’. Había noches en las que no podía dormir pensando cómo pagar su crédito. En ocasiones evitaba ir a reuniones sociales porque no podía pagar un café o una cerveza.
Las cosas fueron mejorando cuando trabajó con organizaciones o fundaciones. Empezó a ser reconocida a nivel internacional. A veces, en el país todo se tornaba más difícil, pero ella estaba siempre fiel a las historias que quería contar.
A Isadora la seducía la sed de conocer otras realidades, espacios alternos a su vida cotidiana. Tuvo la oportunidad de mostrar su trabajo en festivales internacionales. Uno de los clímax de su carrera llegó en una visita a la Antártida, la invitaron a una residencia artística. Con esa oportunidad pudo exponer su trabajo en Ecuador con la obra: Estacionarios.
Esta fotografía rodó por vallas en Alemania y muchos países de Europa.
Todo pasó fortuitamente, pero tenía una razón: el trabajo de Isadora no paraba. Dice que hasta ahora se dedica a la fotografía día y noche, porque su pasión es más grande que el cansancio.
Sus proyectos se fueron trabajando poco a poco y han requerido tiempo y dedicación. Uno de los que más destaca su padre, Oliverio, es el que se dedicó al terremoto de Ecuador, en del 2016, llamado: Puño y Letra. Lo realizó junto a la fotógrafa Misha Vallejo. Se trata de una colección de polaroids en las que los sobrevivientes escriben bajo sus rostros todo lo que quieran contar. Las fotos calan dentro de los huesos, empatizan y transportan. Suenan a recuerdos y dolor.
«Las imágenes son un retrato en un instante, fugaz como el momento en el que el mundo conocido para estas personas se vino abajo. Luego, la catarsis: describir qué sienten estas personas, un pensamiento o reflexión», se lee en la descripción del conjunto de fotografías.
World Press Photo
En enero de este año, Isadora se encontraba sentada en una reunión por zoom —«un poco aburrida pero muy importante»— hasta que llegó un correo a su celular. Se acercó a leer rápidamente con curiosidad, pero también como un hábito. Pero esta vez fue diferente. Todo se estancó y las voces de la sesión virtual pasaron a segundo plano, eran apenas murmullos.
La emoción era evidente. ¿En serio el remitente era el concurso internacional World Press Photo? Isadora no lo concebía en su mente y su cerebro procesaba lento. Movió su dedo deslizando la barra de notificaciones del celular y la palabra ‘congratulations’ rotulaba en grande y brillaba ante sus ojos. Desde ese momento la reunión dejó de ser importante. Rió, lloró, gritó, todas las emociones al mismo tiempo.
El 24 de marzo, a las seis de la mañana, el nombre de Isadora Romero estaba en la página web del concurso. Y así se hacían públicos los resultados y ella se convirtió en la segunda persona —y mujer— ecuatoriana en ganar un premio World Press Photo. Fue galardonada en la categoría Formato Abierto a nivel regional. Esta nueva categoría incluyó trabajos que combinan diferentes medios narrativos: video, archivo y más.
Para el mundo entero, se trata del premio más prestigioso de la fotografía periodística. Pero, ella lo describe mejor:
—Es una plataforma que a lo largo de la historia ha construido nuestro imaginario de lo que está pasando en el mundo. El World Press Photo lleva 65 años. Y tienen un poder de plataforma para exponer el trabajo y las obras.
Además, es la primera vez que se realiza la premiación por regiones (luego se premiaría mundialmente).
Pero todo nació «de sopetón», como explica Isadora. El trabajo ganador se llama: ‘La sangre es una semilla’ y cuenta la historia de los guardianes de las semillas. Oliverio Romero, su padre, le contó que su familia (abuelos y bisabuelos) en Colombia hacían experimentos y cultivaban diferentes tipos de papas y hortalizas. Le comentó que creaban nuevas especies y eso hizo clic en la mente de Isadora.
Pero la historia no inicia ahí, se remonta al 2018, cuando ella viajó a Paraguay. Tuvo contacto con los descendientes directos y con los indígenas guaraníes. Es allí, dice su padre, que ella entendió el valor de este concepto ancestral de la preservación de las semillas y de la importancia que tiene en la soberanía alimentaria.
También encontró los grandes problemas con los monocultivos, las semillas transgénicas y la desaparición paulatina de las variedades de semillas ancestrales. Eso le motivó a seguir trabajando en Ecuador. Se contactó con las comunidades de Imbabura para conocer más del tema. En uno de los viajes en los que Oliverio le acompañó, le contó la historia, le dijo que los abuelos y bisabuelos de él tenían productos especiales en Colombia, cultivaban semillas.
—Le dije que mi padre hacía experimentos de polinización y creó variedades de papá.
Entonces Isadora quedó maravillada y decidió viajar a Colombia en busca de todo lo que le había comentado. Ella conocía a la familia, pero no en ese aspecto. Cuando llegó, estaba intrigada y confundida. Parecía que todo estaba en la mente de su padre, en realidad ya no existía.
El uso de semillas tuvo un cambio: dejaron de ser ancestrales para convertirse en comerciales. Dado que la producción debía incrementar y acelerar.
Pidió ayuda a su padre porque no encontraba por ningún lado todo lo que ella quería fotografiar. Y es así como nació el proyecto. Encontró la forma de contar desde dos voces (la de Oliverio e Isadora) una práctica de cultivo que se ha ido perdiendo con el tiempo. La línea narrativa gira en torno a la historia que le contó su padre y lo que poco a poco se ha ido transformando y desapareciendo.
—Aunque el proyecto es una exploración del pasado, se involucra con técnicas contemporáneas, jugando con los paralelos entre los códigos genéticos y los códigos binarios de las fotografías digitales, para preservar este conocimiento antiguo para el futuro —explica Isadora al World Press Photo.
Es un video de 6:54 minutos. Involucra todos los sentidos y viaja a un sentimiento de nostalgia, desilusión y también enojo. La fotógrafa explica que, de las miles de variedades de papa que existían, sólo quedan dos, y los códigos para formar nuevas especies ya no están, se han ido entre las generaciones y las vidas pasadas. Cayeron entre las hierbas de la colonización y la aculturación, se fueron entre el olvido y la modernización.
Oliverio cree que no sólo fue un proyecto muy bien estructurado, sino que también permitió que la familia realizara una introspección a su pasado. Entre los escombros encontraron una foto de la tatarabuela de Isadora, que era indígena. Desempolvaron, con este hilo narrativo, que tenían muy enraizado el racismo y, poco a poco, la máscara cayó.
Volviendo al proyecto, los jueces comentaron que es un trabajo muy fuerte, con diferentes enfoques de un problema global: la pérdida personal. Además, halagan las capas sensoriales y los métodos que utiliza para construir un lenguaje claro y, a la vez, muy político.
El video que representa todo el proyecto lo editó su gran amiga, Michelle Gachet. Ella comenta que no es la primera vez que trabajan juntas y no pudo negarse a la oportunidad de estar dentro de este proyecto. Ella la acompañó desde antes de la edición del video, conversó en medio del proceso con Isa y todo el tiempo estaba al tanto de lo que sucedía. Ella dice:
—Fue una emoción poder armar las piezas del rompecabezas con ella. Aunque fue todo un reto, no fue nada fácil al principio. Conversamos un montón de cómo iba a hacer el guión.
Michelle es muy cercana a Isadora y la conoce como fotógrafa, amiga e, incluso, vecina. Entre risas, dice que el apodo de ‘veci’ inició porque vivieron muy cerca un tiempo, pero se quedó hasta ahora. Además, es hermana de Karla Gachet, la primera ganadora del World Press Photo.
La sangre es una semilla, para esta artista, fue el reto más grande que han tenido juntas. Debían buscar no sólo la forma de narrarlo en locución, sino de armarlo en imágenes y de forma sensorial.
La fotógrafa ecuatoriana comenta que al final aplicó al concurso sin ninguna esperanza. No era la primera vez que lo hacía, pero su propósito es trascendental. Ella notó que al World Press Photo no aplicaban muchas mujeres, y peor de Sudamérica. No podía entender la situación y le indignaba, le enfriaba la sangre. Había muchas mujeres fotógrafas con talento que se merecían espacios. Así que, cada vez que podía, aplicaba para aumentar los números que todos los años publica el certamen.
Y esto es cierto. En el 2021, el 80% de los aplicantes eran hombres y sólo el 19% eran mujeres. A pesar de que el World Press comenta que en los últimos cinco años el número de mujeres ha aumentado, no es suficiente.
Oliverio Romero tenía un presentimiento. Lo sentía en su corazón y mente:
—Pronto van a escuchar grandes noticias— dijo con entusiasmo.
Y así fue.
El jueves de esta semana, el World Press Photo anunció los ganadores mundiales del concurso. Fueron cuatro. Dos mujeres ganaron este año y es la quinta vez que una mujer recibe un galardón de este tipo en toda la historia del concurso. Isadora es una de ellas. Ganó a nivel mundial con su proyecto y llegó al premio más grande e inimaginable de un fotógrafo.
Y esto significa mucho, significa lo que Oliverio Romero, su padre, dice:
—Isadora lleva el nombre de las mujeres ecuatorianas que luchan por su derecho a ser escuchadas.