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Habitantes de calle: radiografía de una población olvidada
octubre 18, 2024

En Quito se estima que hay alrededor de 2.000 personas viviendo en las calles, de los cuales el 75% reporta haber consumido drogas. La mayoría (37%) son mendigos, aunque las cifras necesitan una actualización. Conoce más de su realidad. 

POR: Esteban Cárdenas Verdesoto

Todo está oscuro alrededor. El color negro reina la mayor parte del ambiente, alumbrado apenas con un par de linternas que dejan ver paredes corroídas por el paso del tiempo; pintadas con colores de spray, algunos ya opacos y otros avivados por los retoques cotidianos, convertidos en grafitis con varias formas, letras y nombres. 

Cuatro paredes con un gran espacio en medio, agujereadas por lo que alguna vez fueron puertas y ventanas, dan la bienvenida a esta fábrica abandonada en el sur de Quito, en el barrio de Solanda. En el piso se ven rezagos de su historia y vestigios del tiempo en el que este edificio no ha sido utilizado, quizá más de 10 años, especulan algunos de los militares que caminan entre botellas, latas, ropa, restos de celulares, jeringas y otros elementos que no se distinguen por la falta de luz. 

El olor es fuerte, como a desechos, basura y orina; una mezcla ácida que entra por las fosas nasales y que incomoda cada paso. Un olor que se pega y que no permite respirar profundo por largo tiempo, uno que parecería restringir la presencia humana en este espacio. Sin embargo, en el fondo, en una de las esquinas de la estructura, este espacio se convierte en la cama de un joven. 

Allí, las linternas alumbran una pequeña pared destruida hasta la mitad. El resquicio luce como si en la vida útil del edificio habría sido un baño, pequeño pero recubierto, parcialmente, del fuerte viento gélido que recorre con fuerza las madrugadas del sur de Quito. Donde el piso se convierte en concreto, un colchón, que más parece una esponja vieja, separa del piso al cuerpo quieto de un hombre con cabellos alborotados y mirada perdida. 

Los militares, quienes hacen controles constantes en estos espacios, se aceleran con pasos adelantados para despertar al sujeto. Le alumbran con linternas y le piden que se levante entre órdenes y pasos fuertes. El cuerpo, cubierto por lo que parecen ser cobijas, casi negras por la suciedad y el polvo, se mueve rápidamente para obedecer a las órdenes de la voz de mando. 

“Levántate y ponte contra la pared”, dice uno de los sujetos que comanda la operación. A su orden, el joven deja ver su rostro recién despierto, una camiseta celeste percudida que recubre sus flacos brazos, un pantalón de calentador azul que no combina y unas sandalias tipo crocs, lo único que recubre sus pies. 

“No tengo nada, mi sub. Ahí revise nomás”, repite el joven antes de ponerse de espaldas contra la pared y abrir paso al cacheo correspondiente. 

Mientras tanto, otro de los uniformados patea sus cosas por el piso en búsqueda de algún objeto ilícito. En su búsqueda vuela un paquete de panes, que el joven explica que son parte de su comida del día. Además, sale una pequeña navaja, que dice usar para defenderse, que también es confiscada. Los pies de los militares también dejan ver que bajo el colchón improvisado hay cartones que buscan impedir que el frío llegue al cuerpo que, ahora, tirita parado con los brazos cruzados, observando impávido cómo el control continúa en lo que, desde hace un mes, se ha convertido en su hogar. 

— ¿Cómo te llamas? 

— Eliecer —dice con voz baja el joven que parece joven por sus rasgos. 

— ¿De dónde eres? 

— Yo soy de la Costa, de Ventanas. De allá vengo.

— ¿Hace cuánto llegaste? 

— Hace como unos tres años. Tuve que venir porque tuve problemas con mi familia y porque caí en la droga. Así que mejor vine a Quito para ver qué hacía, aunque antes pasé por Guayaquil y otras ciudades. Pero ya aquí me quedé y creo que aquí me quedo. Pero yo no le hago el mal a nadie, no robo. Yo me dedico al reciclaje y de eso toca sacar para la comida y para lo que haya. 

— ¿Hace cuánto vives en la calle? 

— Hace ya algunos años. Ya uno se deja llevar por el vicio y por otra cosas y ya la vida en la calle es lo que le toca. La vida es dura así. Yo voy durmiendo aquí hace un mes más o menos, porque al menos aquí algo me puedo tapar del frío. Pero es duro, porque a veces entra otra gente y me quiere hacer daño. Por eso tengo esa navaja para defenderme. Hay veces que también entran unos manes que saben parquear por aquí y entran a drogarse, pero con ellos todo bien. El problema es con otros que vienen a dejar cosas robadas y las bandas también. 

— ¿Qué es lo más duro de esto? 

— La verdad, todo. Uno tiene que ganarse la vida y ver cómo todo el mundo le ve mal. Es como que uno deja de ser persona cuando está en la calle, porque todos le tratan mal o lo ven como ladrón. Toca conseguir con qué dormir, con qué taparse, con qué vestirse, ver si se puede lavar los dientes o ponerse bien y todo eso sin casa. A veces me ha tocado dormir en la calle, ahí hace más frío y es más peligroso, pero uno tampoco puede quedarse mucho tiempo en los lugares porque ya le hacen visaje y ya par veces han querido venir tras de mí. Pero ya, es lo que a uno le ha tocado vivir. Yo extraño a mi familia, a mi mamá, a mi hermana, pero no puedo tampoco irles a ver porque me desterraron por todo lo que hice y no quiero causarles más problemas —su voz se quiebra mientras continúa intentando calmarse a sí mismo— pero ya uno se acostumbra. A mí me toca llegar aquí de madrugada para que sea más tranquilo, mientras tanto recojo algo de basura, con la que gano unos dólares de vez en cuando. A veces como unos panes, a veces me regalan algo más, pero así me toca mantenerme. 

— ¿Y cuántos años tienes? 

— 23, tengo 23 años. 

Una vez llegado a este punto, los uniformados terminan su control y ordenan al joven a volver a armar cama, no sin antes recordarle que volverán otro día y que no lleve droga ni objetos robados, “que trabaje”. 

Con su retirada, el joven lentamente vuelve a acomodar su colchón, sus cobijas y se acuesta nuevamente, porque mañana piensa despertarse a primera hora para salir a recoger artículos reciclables. 

Este es el escenario que se vive en las calles de Quito, uno que refleja la realidad que tienen que pasar las personas en condiciones de calle. Esto se repite, una y otra vez, en diferentes sectores. 

Centro Histórico

El ambiente colonial se oscurece con la llegada de la noche. Las formas de las ventanas y de las fachadas se pronuncian con las sombras que provocan las pocas luces que iluminan el entorno. El escenario luce ‘botado’ a esta hora de la noche. El reloj marca las 22:30, mientras el leve sonido de los pocos vehículos que circulan aún por la zona rodea el ambiente. 

Aunque en la mañana, esta zona de Quito vive el movimiento constante de personas y turistas; ventas ambulantes, movimiento aquí y allá; en la noche todo luce diferente. El silencio y el vacío reina en todo lo que rodea. Sin embargo, en medio del paraje, una sombra silueteada realza el negro constante. 

Lleva una bolsa en la espalda y pelo largo. Camina a paso lento y desigual, como si la edad o algún tipo de dolor influyeran en su caminar y en cada uno de sus pasos. La figura cobra forma de hombre en el horizonte. Es un señor mayor. 

Cuenta que tiene 56 años y que vive en la calle desde hace unos siete u ocho años. Lleva consigo droga, polvo blanco que usa para fumar y poder “desconectar” un poco más cada vez de la realidad que le ha tocado vivir en estos espacios. 

—Esto es lo único que consumo yo. Yo no hago mal a nadie, pero me ha tocado vivir en la calle. 

En su maleta lleva un cepillo de dientes, su ropa, unas cobijas y un par de zapatos. Esta se ha convertido en su vida y, tras una breve conversación, retoma su camino. 

En un recorrido corto realizado en el Centro Histórico se pudo encontrar al menos a seis habitantes de calle, todos en la misma situación. Y es que en esta zona es cada vez más recurrente encontrar habitantes de calle. 

Cifras

En Quito no existen estadísticas claras sobre la cantidad de habitantes de calle que coexisten en los diferentes resquicios de la ciudad. Sin embargo, aproximaciones estadísticas demuestran que esta cifra puede ascender a las 2.000 personas. Estas, fueron levantadas por el Municipio de Quito en 2023. 

El estudio, publicado el año pasado, demuestra que el Centro Histórico es la zona preferida por la mayor parte de estas personas, alrededor del 57%. Otros de los sectores con un alto número son Eloy Alfaro, en el sur, y La Delicia, en el norte. A estas le siguen otras zonas como Quitumbe, Eugenio Espejo, La Mariscal, Tumbaco, Los Chillos y Calderón. 

El mismo texto documenta que el mayor número son mendigos, con el 37%. A esto le sigue el reciclaje, con 28%; venta ambulante, con el 11%; cuidadores de carros, con 11%; malabares, alrededor del 1% y limpia parabrisas, alrededor del 1%. 

Sin embargo, el consumo de drogas sería una de las principales causas por las que los habitantes de calle llegan a esa condición. El 75% reportó un consumo de sustancias adictivas, como drogas o alcohol, aunque también se reportaron casos de doble dependencia. Este problema toma mayores dimensiones tomando en cuenta que el 50% de consumidores presenta una adicción grave. Mientras que el 15% tiene una adicción moderada y el 10%, leve. Asimismo, el 41% de habitantes de calle ha permanecido en esta situación por más de cinco años. 

Fernando Sánchez Cobo, sociólogo y exsecretario de Inclusión de Quito, asegura, sin embargo, que es necesario actualizar estas estadísticas, porque datan de estudios realizados entre 2021 y 2022. 

“Es clave identificar si han subido los habitantes de calle que nosotros detectamos en nuestra administración, porque, de lo que se percibe en la ciudad, esta problemática ha aumentado”, dice. 

El problema, para él, es que la sociedad ecuatoriana no tiene la capacidad de establecer mecanismos de inclusión para tratar las problemáticas de estas personas, por lo que se les está dejando a la deriva, “es una forma de dejarlos morir. Es biopolítica”. 

“Hay que identificar cuáles son los problemas que están teniendo para poder atenderlos. Si no se conocen bien estos detalles, no se pueden tomar políticas públicas efectivas. Hay que hacerlo para poder tratarlo. Hay que saber cuál es su situación en salud, salud mental, falta de empleo, oportunidades, todo es importante”, dice. “Es necesario saber esto y tener una política integral que también trate adicciones y el consumo de drogas”.

Por esto, el camino continúa largo y se mantiene para comprender más de esta problemática. Además, es necesario saber las formas en las que esta problemática puede dejar de ser una forma de condena para quienes viven esta realidad. 

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