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Galápagos: entre la conservación y el turismo como fuente de supervivencia
febrero 18, 2025

En 2023, las Islas recibieron 330.000 turistas y, aunque para el año pasado la cifra cayó un 15%, estudios prevén que para 2042 el archipiélago podría superar el millón de visitantes anuales, una cifra que pondría en jaque su capacidad. Esto lo convierte en un tema del que todos deberíamos hablar.  

POR: Esteban Cárdenas Verdesoto

Ruido. Los tonos claros de la arena rompen su calma con pasos, algunos pequeños y otros agigantados, que escarban en el paisaje. El movimiento es cada vez más rápido, mientras la cantidad de gente crece allí donde los animales descansan. Las siluetas oscuras de lobos marinos se ven perturbadas por el ir y venir de música, alcohol, más y más ruido. Así lo recoge uno de los tantos videos que se han viralizado en redes sociales, clips que captan el azul y blanco prístino opacado por el inclemente movimiento de personas, entre locales y extranjeros. 

Galápagos ha visto el avance del turismo desde dentro, una actividad que ha dado de comer a sus pobladores, pero que hoy también se ha convertido en una amenaza para su futuro y su estabilidad. Videos como el difundido en redes sociales en diciembre, en el que se ve a una gran cantidad de personas en una de las playas de San Cristóbal en medio de lobos marinos con música, botellas de cerveza y más ruido, es muestra de escenarios ya no tan aislados en el archipiélago. Esto, una vez más, se presenta como una amenaza para la conservación en la isla. 

Durante décadas, la imagen de Galápagos estuvo asociada a la conservación y el ecoturismo, con estrictas regulaciones para minimizar el impacto humano en su frágil ecosistema. Sin embargo, esta percepción ha cambiado con el tiempo, y hoy el archipiélago enfrenta un crecimiento descontrolado del turismo que lo aleja cada vez más de su propósito original.

“El problema es que la imagen de Galápagos ha cambiado. Antes era un destino de ecoturismo, conservación y exploración. Ahora se vende como un destino de sol y playa, lo que cambia la forma en que los turistas interactúan con el entorno”, advierte Carla Ricaurte, académica, especializada en turismo, de la Escuela Politécnica del Litoral (Espol).

Pero esta transformación no es sólo discursiva. Según un estudio realizado por la misma institución universitaria, en 2018, el 66% de los turistas que llegaban a Galápagos eran extranjeros y el 34% nacionales. Pero para 2024 la proporción cambió: el turismo nacional ahora representa el 45%, mientras que el internacional ha bajado al 55%. Y este cambio también atrajo muchos otros, que abarcan desde la forma en la que se visitan las islas hasta el control que se ejerce.

Ricaurte señala que el comportamiento de los turistas está directamente influenciado por la manera en que se promociona el destino para los propios ecuatorianos: “El paquete turístico que se vende en Ecuador proyecta a Galápagos como un lugar de fiesta, sol y playa, cuando en realidad es un ecosistema extremadamente frágil. Esto genera que muchos turistas lleguen sin la información ni la conciencia ambiental necesaria”.

Pero el impacto del turismo en Galápagos no sólo se ve en las playas u otros sitios abarrotados, sino que también se refleja en el consumo de recursos y en la transformación del entorno urbano.

En 2023, las Islas Galápagos recibieron aproximadamente 330.000 turistas, una cifra que presentó un decrecimiento en 2024, cuando el archipiélago recibió un total de 279.277 turistas, un 15% menos que el año previo y apenas un 4% más que en 2022. Esto, según un reporte del Parque Nacional Galápagos. Y las cifras se conocen en el marco de una declaratoria del New York Times que posiciona a Galápagos como el segundo mejor lugar para visitar en 2025; algo que se espera que pueda disparar la llegada de turistas a las islas. 

En medio de las cifras, un estudio asegura que si se mantienen las tendencias, se estima que para 2042 el archipiélago podría superar el millón de visitantes anuales, una cifra que pondría en jaque la capacidad de carga de la isla. Algo que, a su vez, dejaría en nada las declaratorias internacionales o los impulsos para atraer turistas. 

Y en medio de la conversación, surge la pregunta de si es necesario establecer un límite. Si se sabe hasta dónde puede crecer el turismo para que sea sostenible. Sin embargo, la respuesta es incierta. 

Pese a la necesidad de establecer límites, no existe una cifra oficial sobre la capacidad máxima de turistas que puede recibir Galápagos sin comprometer su sostenibilidad. Algunos intentos por analizar esto se pueden encontrar en informes como el realizado por la Unesco y el PNUD en el año 2000, donde se ha analizado la capacidad de carga de sitios específicos dentro del Parque Nacional Galápagos, evidenciando que varios puntos turísticos ya han sobrepasado su límite de afluencia. 

Construcción y crecimiento

Pero el problema no se queda ahí. El aumento del turismo también se ve reflejado en el crecimiento descontrolado y expansivo del sector de la construcción, impulsado por la alta demanda de hospedaje. Según datos del Ministerio de Turismo, en Galápagos hay alrededor de 300 alojamientos registrados formalmente, pero en plataformas como Airbnb ya se han contabilizado más de 800 alojamientos informales, según cuenta Ricaurte.

“Si crece el sector de la construcción, tiene que crecer en alguna área. Como hay un límite para la cantidad de residentes en Galápagos, el crecimiento se da en el turismo y la oferta hotelera”, dice la experta. Y esto no sólo genera una mayor presión sobre los ecosistemas, sino que también complica la regulación del turismo informal.

Además, este aumento en la oferta también lleva a la necesidad de atraer cada vez más turistas. “Por eso es cada vez más común ver que operadoras que apuntaban sólo al mercado internacional hoy venden paquetes turísticos económicos para el mercado local, con destino Galápagos. Por eso ahora se ha dado esta narrativa de sol y playas, fiesta y diversión. Todo en la búsqueda de cubrir la oferta local”. 

Uno de los guías consultados, además, asegura que esto ha llevado a que hoy por hoy se encuentran precios más económicos en las islas al momento de buscar hospedaje, algo que antes no pasaba. Para él, esta es una señal de cómo se busca masificar el turismo, “cuando lo que se debería buscar es un turismo de calidad y de alto gasto, para no sobrecargar las islas y mantener la conservación”.

Desde dentro

Sus manos se sienten afiladas por la jornada de trabajo, o la faena, como llaman los pescadores a las extensas horas que pasan en el mar esperando captar algún pez. Con un fuerte apretón, Manuel Patiño, de 62 años, da la bienvenida a la isla a todo el que se acerque a compartir un momento de conversación con su cansada pero firme presencia. 

Manuel, hoy, cuenta toda una vida viviendo en Santa Cruz, capital económica de Galápagos. Recuerda que llegó muy pequeño junto a su padre, que era pescador en Esmeraldas. Él mismo fue el que le enseñó a pescar y el que le dio un oficio, mismo que le ayudó a llevar un plato de comida a su casa desde que tiene memoria. 

El hombre, de piel negra, canas abultadas y una barba que se esconde por tramos, recuerda cómo era Galápagos a su llegada. “Todo era vacío, no había mucha gente ni tampoco mucho abastecimiento. Eso sí, en ese entonces no había control de ningún tipo. Los animales se comían sin ningún problema y no había quien regulara la pesca así como ahora. Pero claro, antes también podía ver más animales, más silencio, más calma. Todo era verde, ha crecido mucho por aquí”. 

Cuando llegó, los pescadores de la zona se dedicaban sobre todo a pescar atún y bacalao; el segundo se salaba y se mandaba al continente y el primero costaba un poco más venderlo pero se consumía mucho dentro de la isla. Pero el turismo cambió un poco la dinámica. 

“Cuando la isla empezó a ser turística nosotros, los pescadores, y la gente que vive y trabaja aquí pudo tener mejores oportunidades, más ingresos, realmente todo se volcó hacia el turismo porque era lo que traía el dinero de afuera. Al principio llegaban pocas personas, pero poco a poco ha ido creciendo y ahora se ven oleadas de turistas que llegan en diferentes momentos”, dice. 

Si bien, reconoce, Galápagos ha visto un crecimiento exponencial del turismo, este mismo ha sido el que ha mantenido a la población durante años. Y es que parte del pescado que saca de los mares con prácticas sostenibles y artesanales va a hoteles y restaurantes, principales receptores de turistas en la isla. Ellos son sus principales clientes. 

Manuel se sincera al hablar del turismo, “sí puede ser muy masivo a veces y puede ser riesgoso, sobre todo las personas que vienen y se despreocupan, botan basura, gastan agua, tomando en cuenta que aquí no es que tenemos agua potable, pero al final ese turismo es el que nos da de comer”, dice con voz firme. 

En la pandemia, cuando el turismo cesó, se pudo notar la dependencia de la isla hacia esta actividad y la importancia de los pequeños productores para la subsistencia de la población.  “Los pescadores salíamos a pérdida, sólo para tener que comer y para vender o regalar lo que se sacaba a las personas de la misma isla. Así mantuvimos a la gente, los pescadores nos pusimos la camiseta, como se dice, para que a nadie le faltara un plato en la mesa. Pero los negocios quebraron, la situación fue complicada y fuentes de empleo se perdieron. Así que claro que el turismo puede afectarnos, pero también debemos vivir”. 

Asimismo, un guía turístico, quien prefiere mantener el anonimato, asegura que el turismo sí ha complicado a la isla. Sobre todo, cuenta que esto se ve reflejado en los espacios de gran interés, “donde hemos visto que los animales se van retirando por la gran afluencia de personas. A veces los sitios turísticos se llenan demasiado y obvio los animales huyen también, sí se les está quitando su espacio de una manera que ha empezado a verse desenfrenada.

“Sí hay un cambio entre el Galápagos que vi cuando era niño y el de ahora. Se ve más gente, más movimiento, hay más dinero del turismo, pero también se ha dejado de vivir tanto la naturaleza. Las personas, turistas, no siempre concientizan sobre lo que es llegar a un lugar como Galápagos y piensan que es un destino más, pero ya se están viendo los efectos. Uno encuentra basura botada en las playas, en los senderos, en las vías, algo que afecta a la fauna; y lo único que puede hacer es recoger y seguir”, dice. 

Pero él también reconoce que es justamente por este turismo que tiene una plaza de empleo que le ha permitido salir adelante. “Claro, al final Galápagos es una provincia que vive del turismo. Y podemos convencernos de que no es necesario, pero no es así. He visto que ya es más una inacción de las autoridades de cuidar y mantener el turismo, pero de forma sostenible y con los controles que se tengan que imponer. Gran parte del tiempo no hay control, no se respetan los aforos de los espacios turísticos, no se coordinan los toures, no se dice nada a quienes llegan; entonces lo que vivimos y lo que puede venir es una responsabilidad directa de las autoridades y de quienes no controlan y cumplen con su trabajo”. 

Esta dicotomía la viven miles de pobladores de las islas; una que recuerda con añoranza los momentos de más calma en las calles y en los verdes profundos, pero que a su vez depende del turismo para poder salir adelante, para llevar comida a sus casas o simplemente para subsistir. Pero, ¿qué hacer y cuál es el principal riesgo que hoy enfrentan las islas declaradas como Patrimonio Natural de la Humanidad? 

Límites

En este camino, las autoridades han tomado algunas medidas para regular el flujo turístico en Galápagos. Una de las más recientes es el aumento en la tarifa de ingreso al Parque Nacional Galápagos, que a partir de agosto de 2024 pasó de $100 a $200 para turistas extranjeros y de $30 para turistas locales. La intención de la decisión fue reducir el turismo masivo y generar más ingresos para la conservación del ecosistema.

Sin embargo, Ricaurte advierte que estas medidas podrían no ser suficientes:  “No se trata solo de subir el precio de ingreso. Es necesario implementar estrategias integrales que regulen el crecimiento del turismo y promuevan prácticas más sostenibles”.

Por su lado, organizaciones como la Fundación Charles Darwin y el Parque Nacional Galápagos están impulsando investigaciones y planes de manejo para entender el impacto del turismo y diseñar mejores estrategias de conservación. Entre las propuestas en discusión están: Reforzar los controles sobre los alojamientos informales y exigir regulaciones más estrictas en plataformas como Airbnb; mejorar la educación ambiental de los turistas con campañas previas a su llegada a las islas; y establecer un sistema de cupos o reservas para visitar ciertos puntos de interés, con el fin de evitar la saturación.

Ricaurte, sin embargo, asegura que en este camino no se puede descuidar a las poblaciones que habitan las islas, “que ya de por sí son poco estudiadas y escuchadas”. 

“Siempre hay una tensión entre el crecimiento turístico y el ingreso económico de la población local. El reto es cómo lograr que este crecimiento sea beneficioso para todos sin comprometer el ecosistema”, señala Ricaurte.

Por ahora, los lobos marinos seguirán encontrándose con turistas que los rodeen, tortugas e iguanas marinas continuarán viendo a personas como parte de sus rutas diarias y las aves verán más movimiento desde el aire. Pero si Galápagos sigue en este rumbo, el verdadero problema no será el ruido de una fiesta en la playa, sino el silencio de un ecosistema que no pudo soportar la presión de un turismo sin control.

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