POR: Hugo Constante
“A ustedes no les vamos a dejar pasar, son prensa corrupta”. Esa fue la frase más repetida en los exteriores del Liceo Matovelle, en el centro de Quito, a fines de junio de este año. En el sitio se desarrollaba el encuentro entre delegados del Gobierno y del sector indígena, para para levantar el paro iniciado el 13 de junio.
Los indígenas exigían la presencia de la prensa, pero fueron selectivos: sólo la internacional. Un grupo de indígenas con palos en las manos armaron un cerco a la entrada del colegio e impidieron el paso, a ratos en calma y a ratos de manera agresiva.
Dos ‘chibolos’ en la cabeza le costó a una periodista de un medio impreso intentar entrar; mientras que una reportera de TV recibió una serie de insultos sólo porque los manifestantes la consideraron guapa. Lo paradójico fue que varios de aquellos que le insultaban no perdieron la oportunidad de tomarse una foto con la reportera e incluso un habilidoso manifestante le hizo un retrato a lápiz y le regaló.
En la Fiscalía, un grupo que no era indígena intentaba saquear la institución; en la esquina, uno de ellos armó con tubo PVC su “bazuca” artesanal y apuntó al edificio. Era la foto del día, inclusive del paro, pero en segundos, una voz lejana hizo que se volviera a la realidad del momento que se vivía, donde la seguridad no estaba garantizada: “Quítenle el celular, que está grabando”, ordenaba la voz de mujer, para que se impidiera todo registro de lo que sucedía.
En otro escenario, la Policía que durante la mañana se mantenía en calma y hasta amable con la prensa, pero en el fragor de los enfrentamientos también repelió a los periodistas. Y las redes hacían su trabajo de desinformación. En uno de esos post se afirmaba que la muerte de un manifestante se dio a causa de perdigones de carabinas de la Policía. Ecuador Chequea constató durante todos esos días que los uniformados no estaban equipados con ese tipo de armamento.
El paro de junio fue uno de los momentos más duros para los reporteros por las condiciones en que se desarrolló el trabajo, más que en el de octubre del 2019.
Todos se atribuyeron el derecho de decir qué se podía registrar y qué no; qué contar y qué no; el riesgo de robo de equipos fue extremo; llegó al punto de preguntarse qué era más peligroso: si ir con la credencial de prensa o sin ella; si identificarse como periodista o no. Fue tal el riesgo que supuso la cobertura de ese paro que, como pocas veces, se vio a periodistas con cascos, máscaras contra los gases, e inclusive con chalecos antibalas.