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El incendio mostró el lado más solidario de los quiteños
septiembre 26, 2024

La solidaridad de los quiteños brilló en medio del incendio de Guápulo. Los vecinos hicieron, literalmente, una cadena humana para apagar el fuego. Hubo una avalancha de donaciones. Una crónica que se acerca al lado más humano de la crisis. 

POR: Esteban Cárdenas Verdesoto

El olor es fuerte, tanto que penetra la mascarilla. Su paso se siente en las fosas nasales, una mezcla entre ácido y quemado sale del suelo y de los árboles que todavía se mantienen en pie. La capa blanquecina recubre el aire e impide ver más allá de unos cuatro o cinco metros de distancia. 

“Agua para hidratación, necesitamos agua para hidratación”, grita la voz de una mujer. A su orden, una serie de personas comienzan a moverse hasta llegar a un balde botado sobre el césped, que todavía se mantiene amarillo, para coger una de las botellas que reposan sobre agua para mantenerse frías. El hombre que toma la botella la lanza al siguiente y, así, sigue la cadena hasta que llegué a la mujer que dio la solicitud. 

Enseguida, la mujer abre el frasco para entregar agua a uno de los bomberos que salió de la pendiente, donde el humo es aún más fuerte y el calor sale como si de pequeños géiseres se tratará. “Abajo está fuerte”, logra exhalar el uniformado con el poco aire que intenta recuperar, la vista perdida y los restos de hollín cubriendo su rostro, manos y uniforme. 

En la parte alta de San Juan de Cumbayá, a pocos metros de la avenida Simón Bolívar, el fuego y el humo se mantuvo vivo por más de dos días, desde que el incendio forestal registrado en Guápulo, expandió sus brasas hasta siete puntos que consumieron casi en su totalidad el cerro Auqui, parte del Parque Metropolitano Guangüiltagua y las laderas del río Machángara. En este punto se armó uno de los puntos claves de combate contra las llamas para evitar su expansión. Aunque, a pesar de los arduos trabajos, lograron cruzar la Simón Bolívar y el río. 

“Aquí ya casi está apagado. Hay que salir con la gente porque los árboles que están prendidos se pueden caer de un rato al otro y es peligroso”, dice el bombero, antes de ponerse sus implemento de seguridad y volver a bajar. Su paso está siempre acompañado por más de 40 personas, civiles y vecinos, quienes, desde la parte alta, se organizaron para ayudar en el trabajo de controlar el fuego. 

A pocos metros, la misma cadena de personas llena bidones de agua y los trasladan a uno de los espacios donde el terreno permanece caliente. Van corriendo de un lado al otro las personas, cargando dos o más galones llenos, para dejarlos en una puerta improvisada que abre el paso a la entrada a la quebrada. A partir de ahí, como hormigas en fila, los galones pasaban de mano en mano antes de llegar a la persona que los abría y regaba el agua sobre el terreno. 

“Estamos aquí desde la 13:00 que vimos que se prendió acá arriba. Nos organizamos con gente de Cumbayá y de San Juan para subir y venir a ayudar. Aquí también han llegado donaciones y con eso estamos ayudando a los bomberos. Todo porque es desesperante la situación y no queremos que siga avanzando”, dice Olga Guerrero, de 36 años, quien llegó junto con vecinos, amigos y sus hijos desde Cumbayá. Lo explica mientras intenta tomar algo de aire y se retira la mascarilla para limpiar los restos de sudor y mucosidad que se acumulan por la gran cantidad de humo que ha respirado. 

La misma escena se repitió en todos los frentes que se mantuvieron activos para combatir el incendio forestal, que inundó a Quito de humo y un tinte naranja. Si algo marcó la jornada, fue la solidaridad de los quiteños, quienes, como si fueran cercanos, acudieron incluso cruzándose del sur  al centro norte de la ciudad, con un solo objetivo: ayudar. 

Ayuda al combate

“Ponle tierra, para que no baje el fuego a la casa”, grita una mujer que, con una mascarilla que luce débil por el uso, camina junto a su familia en medio de las cenizas, por un césped de color blanco y negro, sin señales de vida ni del verde que, hace pocos días, reinaba en la parte oriental del cerro Auqui. Con pala, machete, azadón y una rama con pocas hojas vivas en la punta, ella, su esposo y sus dos hijos pisan la tierra, que se mantiene caliente y humeante, para apoyar al enfriamiento de puntos calientes y el combate de las posibles llamas que vuelven a encenderse en el terreno. “No podemos dejar que el fuego siga bajando. Baja un poco más y llega a la casa. Muevan”, grita con firmeza, intentando ocultar la desesperación que ha vivido desde el martes. 

Trajes amarillos resaltan también con el blanco del ambiente, mientras el aire se llena de pedazos de ceniza que son levantadas por el viento que vuelve a soplar con fuerza, prendiendo también las llamas. “Mira, mira. Ahí hay otro fuego, lancen tierra ahí, no ven”, continúa Martha Usiña, de 43 años. 

Su esposo, Luis Quilumba, cuenta cómo desde el martes levantaron las alertas cuando el humo llegó y las llamas se acercaron a los alrededores de su hogar. Cuenta también cómo, con los bomberos, lograron detener el avance del fuego, de modo que este no avance hasta una malla, la única que separa sus domicilios del bosque, que hoy ya casi no existe. 

En el piso se pueden ver restos de basura quemada, rezagos de lo que, según cuentan, se ha convertido en un botadero en los últimos años. El olor aquí también es fuerte, se sienten tintes de plástico quemado, hierba y madera ahumada. “Así ha tocado aguantar, con lo poco que tenemos, porque no vamos a dejar a los bomberos solos, porque no se puede con tanto fuego”, dice la mujer. 

Por todos los puntos por los que el fuego creció, la ayuda de los vecinos se vio presente. En Guápulo, los habitantes de la zona llegaron hasta el Parque Metropolitano, llevando palas y otras herramientas para luchar contra el fuego. Aún con problemas de respiración por el humo, todos se pusieron las mangueras al hombro para acompañar a los bomberos en sus trabajos de combate. 

Lo mismo se vio en el barrio Bolaños, donde el fuego subió por Guápulo y alcanzó el Parque Metropolitano Guangüiltagua. Allí, María Simbaña, de 78 años, cuenta con lágrimas en los ojos lo que ocurrió el martes por la tarde, cuando vio el avance del fuego hasta pocos metros de su casa, a un lado de la avenida Oswaldo Guayasamín. 

Con la piel arrugada y una cabeza que luce un sombrero viejo para protegerse del sol, la mujer cuenta que ese día, “porque Dios es grande”, estaban sus hijos en la casa. Tiene cinco y cuatro viven en su misma casa. Ellos fueron los que vieron el avance del humo y pudieron divisar el fuego a pocos metros, al fin de la ladera. Fueron ellos quienes comenzaron a salir con baldes y ollas viejas a mojar el terreno junto con otros vecinos para evitar que las llamas siguieron avanzando. 

“Mis hijos no pasan en la casa. Gracias a Dios ese día estaban ellos aquí con mi cuñada y ellos me ayudaron para que el fuego no suba, porque si no, quizá no contaba la historia, mi señor”, dice la mujer con ojos largos, causados por las ojeras, rojos por el humo y el calor, cristalizados por la situación, la misma que quiebra su voz en ciertas palabras, aguantando el llanto. 

Con los vecinos del barrio, uno de los más antiguos de Quito, salieron a ayudar con lo necesario con la llegada de los bomberos. Esto les permitió controlar el fuego y evitar que consuma todas sus casas. Aunque no toda la zona corrió con la misma suerte. 

Manuel Jungal también vive en el barrio Bolaños. Él, con ojeras por el cansancio, cuenta cómo llegó a las 16:00 a su casa para ayudar a los vecinos. “Fue muy desesperante. Llegué y ya estaba incendiando todo. Todos los vecinos tratamos de salvar nuestras casas, nuestros animales. El fuego se propagó muy rápidamente y fue incontrolable”, dice. 

Él mismo cuenta cómo pudieron frenar el avance del fuego a la zona alta, pero no lograron salvar seis viviendas que quedaron quemados e inhabitables. Además, murieron animales como cuyes, perros, gallinas, todos parte del sustento de los vecinos del barrio. Cuenta esto mientras su mano, negras por el hollín del trabajo, señala un grupo de gallinas que camina en la parte baja del barrio. “Esas son míos. Gracias a Dios las mías no se vieron afectadas. Pero hay vecinos a los que se les murieron los animales, casas en las que sólo quedó el esqueleto, creo que se puede decir así. También en la parte alta se acabaron unas casas que son históricas, pero ya no quedó nada”. 

Con su ayuda y el arduo trabajo de los bomberos, se logró controlar después de dos días este espacio. Pero las historias permanecen marcadas en los espacios consumidos por el fuego. Al avanzar por la ruta que lleva a la parte alta del barrio, a un lado del túnel Guayasamín, se puede ver el rastro del fuego en el suelo tintado de negro. En algunos puntos, este se expande incluso hasta las paredes cercanas a algunas casas, un reflejo del terror que sacó a los habitantes de este barrio con el avance del incendio forestal. 

Algo hay en común entre todos los quiteños que han ayudado en estas jornadas, que duraron tres días y continúan. Por un lado, la intención de ayudar. Por otro, la sorpresa por un hecho que “no se ha visto antes en Quito”. O así dice Carlos Guzmán, quien ayudó en Guápulo a apagar el fuego y que, con manguera al hombro. también quiebra su voz al ver lo duro de la situación. “Imaginen lo que les queda a nuestros hijos de aquí para largo. Es duro ver esto”.

Pero el apoyo no sólo llegó desde la ciudadanía. A la ciudad también llegaron cuerpos de bomberos de otras ciudades, como Santo Domingo, Ambato, Riobamba, Lago Agrio, Mejía, Quijos, Rumiñahui, Santa Clara y Pedro Vicente Maldonado.

Donaciones

En medio del ir y venir de bomberos, voluntarios, vecinos, paramédicos, Fuerzas Armadas, policías y otras personas, no dejaban de llegar las donaciones a los diferentes puntos de combate. Allí llegaban grupos de personas desde el sector público y privado llevando comida y agua a quienes trabajaban en la zona.

También se establecieron puntos de acopio; por ejemplo, en la González Suárez o en el Parque Bicentenario, donde las personas llegaron con diferentes implementos, que se acumulaban en pilas esperando las camionetas que llevaban los productos a los puntos críticos. 

“Alguien quiere cambios de mascarilla o aguas”, se escuchaba gritar en Guápulo, mientras los bomberos y los vecinos apagaban las llamas y enfriaban el terreno. “¿Ya comieron? ¿Quieren un sánduche o una gelatina?”, se escuchaba decir a las personas que llegaban a la zona del cerro Auqui, donde el combate se realizó con la ayuda de escaleras y líneas de corte. 

Así, el incendio forestal levantó una vez más la solidaridad de los quiteños, que “ante la crisis nos tenemos que ver más unidos”, así como detalla Quilumba, vecina que ayudó en las jornadas. 

Hoy, el Alcalde de Quito, Pabel Muñoz, pidió a la ciudadanía detener las donaciones y preservar esa voluntad para la fase de reforestación de las zonas afectadas. Así, el camino recién empieza.

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