Bomberos de ocho cantones llegaron a Quito para combatir las llamas en el cerro Auqui y las zonas aledañas de Guápulo. Así se vio el cansancio y el arduo trabajo conjunto desde dentro, donde las llamas y el calor consumieron el verde.
POR: Esteban Cárdenas Verdesoto
La oscuridad profunda de la noche, esa que no permite rebotar la luz para ver el bosque, se encendió con tonos rojos y naranjas. Los colores se fundieron entre el negro y el calor. Bailaban sin ritmo, acompañados del crujir de plantas y árboles, que se apagaban, uno por uno, con el paso del fuego.
A un lado de la avenida Simón Bolívar, cerca del desvío que sube a Guápulo, la noche empezó a resplandecer por el brillo de las llamas que, con fuerza, consumieron todo a su paso. El crujir se volvía más fuerte mientras más se camina o avanza por la carretera y el viento traía consigo un aliento cálido, destellos del incendio que continuaba su avance firme y sin descansar.
Mientras este concierto se movía a un lado de la vía, cerrada completamente por la fuerza del fuego y el humo, tanqueros, personas caminando, camionetas y equipos de bomberos se movían de un lado al otro. Todos con un solo objetivo: apagar las llamas.
El incendio forestal inició en Guápulo la mañana de este martes 24 de septiembre. Así lo anunciaron las autoridades durante la tarde del mismo día. Pero el fuego no paró ahí. Las llamas se expandieron a lo largo del bosque y cruzaron la vía hasta subir a los alrededores del barrio Bolaños, a un lado de la avenida Oswaldo Guayasamín. También el fuego llenó de humo y llamas otros puntos como la parte baja de la González Suarez, el Parque Metropolitano de Guápulo y el Parque Metropolitano Guangüiltagua. Así, la ciudad se llenó del fuerte olor a pasto y madera quemada, el inicio de una tragedia que duraría más de tres días en controlarse.
Apoyo
“Otra vez se está prendiendo el fuego ahí, apunta para allá”, se oye gritar un hombre vestido con chaqueta amarilla, pantalón verde y un casco especializado para soportar golpes y el calor, traje característico de los bomberos para ingresar a incendios forestales de forma segura. Las letras en su espalda lo identificaban como parte de la institución: Bomberos Riobamba.
Luego del grito, otros uniformados, con el mismo equipamiento, acudieron a su llamado cargando la manguera, que luce ancha y pesada. El agua fluía por el tubo de color gris apagado y sale disparada hacia la tierra, donde el césped y las plantas han desaparecido pero las pocas ramas continuaban humeando y, según el viento, se prendían en pequeñas llamaradas. “Dale más presión”, se oía en la parte alta decir a otro de los uniformados, que en su etiqueta llevaba el nombre de Bomberos Quito, comandante de la operación que se llevaba a cabo en la zona de San Juan de Cumbayá, donde las llamas alcanzaron casi el filo de la avenida.
En este espacio, los cuerpos de Bomberos de las dos ciudades se convirtieron en uno solo para combatir el incendio forestal. Pero el grupo no sólo se limitó a estas dos ciudades. Luego de que se reportó la magnitud del flagelo, a Quito empezaron a llegar bomberos de otros cantones. Los primeros en llegar fueron los de Rumiñahui y de Mejía, dos ciudades con las que Quito tiene frontera.
Poco a poco, otros cuerpos se sumaban a la lista, algunos viajaron desde más lejos que otros. Los Bancos, Quijos, Lago Agrio, Santa Clara, Santo Domingo de los Tsáchilas y Pedro Vicente Maldonado enviaron equipos de Bomberos para poder ayudar a controlar las llamas, que se expandían cubriendo cada vez más los espacios verdes del centro norte de la ciudad. Por otro lado, en horas de la mañana del miércoles también llegaron otros equipos completos, incluidos equipos motorizados, autobombas y otros especializados para combate de incendios forestales, específicamente de Ambato y Riobamba.
La tragedia recordó momentos en los que Quito ha enviado equipos de apoyo a otras provincias y ciudades para apoyar con el combate del fuego. Pero, esta vez, fue la ciudad la que necesitó ayuda. “Agradecemos la solidaridad y hermandad de los bomberos de la Primera Zona que llegaron con su contingente para colaborar en las labores de control y extinción del fuego en los diferentes puntos en donde se registra incendios forestales en el Distrito Metropolitano de Quito”, fue el mensaje que dio el comandante de Bomberos Quito, Esteban Cárdenas, al referirse al arduo trabajo que se llevó a cabo en la ciudad.
Y es que sin esta colaboración, que además contó con el apoyo de otras instituciones como la Policía Nacional, las Fuerzas Armadas e instituciones de voluntarios, se logró controlar, oficialmente, el incendio forestal la noche de ayer.
Un arduo trabajo
En el cerro Auqui, uno de los puntos que más sufrieron por las llamas y que quedaron, prácticamente, devastados por el incendio, trabajaron los Bomberos de Santo Domingo. Allí también llegó un taquero que llegó desde Quijos. En San Juan de Cumbayá se empleó el equipo completo de Bomberos Riobamba, comandado por el Cuerpo de Bomberos de la capital. En Guápulo, el equipo de bomberos de Ambato se unió a la labor, una que continuó en medio del humo y las llamas que se tomaron el parque y en el que los vecinos se sumaron también a las labores. Y así se repitió la fórmula en diferentes puntos.
Pero el trabajo no fue fácil. En cada uno de estos espacios se veía a los uniformados con los trajes negros por el hollin, manchados por el rozar de las pocas ramas que continuaban en pie o por los tropezones que varios, según se constató en la jornada, sufrían en el camino del combate del fuego.
En Guápulo, en grupos pequeños, los uniformados se sentaban sobre el cemento en forma de gradas o veredas. Conversaban sobre lo visto dentro. “Estaba fuerte, al que estaba al frente casi le cae una rama, ¿no le viste? Tocó gritar porque se puso feo”, dijo uno de los bomberos mientras conversaba con el grupo. “Si, ya tocaba salir de ahí, porque estaba complicado”, dijo el otro en respuesta.
Este escenario se volvió cotidiano. El cansancio, el esfuerzo y las complicaciones por la inhalación del humo se vieron en todos los uniformados que trabajaron en la emergencia. El camino y el trabajo fue arduo, así lo definió uno de ellos al salir de una de las pendientes cerca del barrio Bolaños, cerca de la avenida Oswaldo Guayasamin.
“Esto ha sido fuerte. Es cuestión de coger algo de aire y seguir”, dijo mientras los vecinos acuden en ayuda para llevarle agua, gotas para los ojos y lo que pueda necesitar antes de volver a los puntos calientes.
Más abajo, cerca del Punto de Mando, ubicado por el peaje de la misma avenida, los mismos grupos que llegan del relevo se ubicaban en fila para retirar sus platos de comida, productos que llegan por las donaciones de las personas y empresas hasta los diferentes puntos de acopio. Una vez tomaron su porción, caminaron hasta la vereda, el piso, o el césped que permanecía vivo para, con las mismas manos negras llenas de hollín, llevarse la comida a la boca. Mientras tanto, entre bromas y conversaciones intentaban bajar lo fuerte del ambiente y tranquilizar el panorama. Todo antes de volver a su trabajo.
Así se vio el incendio forestal desde estos espacios, lejos de las cámaras, los titulares y los espectaculares. Cerca del trabajo de pala, azadón, mangueras e, incluso, botas. Así se vio el incendio desde dentro.
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