Las mayores cifras de empleo no pleno y no remunerado están en esos sectores; lo cual viene a la par de falta de servicios básicos y de otras condiciones esenciales. Esta es una deuda “heredada” que se transmite de gobierno a gobierno, dicen expertos.
El sol aparece por el este, bañando los rugosos verdes que pintan las empinadas paredes. Las montañas se levantan bajo estelas amarillentas que anuncian la llegada de un nuevo día. Los gallos cantan y el movimiento de buses, camionetas y motos se empieza a sentir en las silenciosas calles de un pueblo que madruga.
Puéllaro es una pequeña población ubicada en el nororiente de Quito, la capital. Un pueblo que, a pesar de estar a menos de una hora de la zona comercial de la ciudad, vive el día a día con otros aires, lejanos al esmog de las calles y al baho negro que dejan al pasar buses y todo tipo de autos.
A pesar de que aquí el sol sale y se esconde por los mismos lados, la realidad que se vive en las aceras y conversaciones es distinta. En la ruralidad, desde las condiciones de empleo hasta el acceso a servicios se aleja de lo que se mide a menos de una hora de camino.
Carlos Granja, de 43 años, vive en este sector desde que era niño. Creció y estudió desde los primeros años de su vida en estas mismas calles y pequeñas construcciones. Hoy, no tiene empleo fijo y, para ganarse el día, ayuda en un restaurante familiar, que abrió al terminar la pandemia. Es su forma de sacar dinero para la comida y las cosas necesarias, aunque reconoce que “no es mucho”.
“Aquí en el campo no hay muchas oportunidades. Yo trabajé cultivando frutas cuando era joven, después empecé a hacer trabajos de construcción. Luego me quedé sin trabajo por un accidente que tuve y me tocó ir buscando cosas, ayudando en terrenos, limpieza, lo que salga”, dice. “Ahora ayudo en un restaurante que nos pusimos con la familia, para turistas. De ahí se saca algo y con lo que se cultiva y cría en la casa sale también para la comida”.
Sus hijos, por su consejo, lograron conseguir cupos en universidades públicas y continúan viajando al pueblo los fines de semana y tiempos libres. Sin embargo, el consejo que Granja les ha dado es claro: “No quisiera que regresen, porque aquí tampoco se puede hacer mucho. Mejor que saquen sus títulos y consigan trabajo, aquí en Quito o en otra ciudad”.
Así como él, cientos de personas viven las mismas condiciones desde la ruralidad en el país. Entidades nacionales como el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) muestran esto en datos.
¿Qué dicen las cifras?
Nombres y rostros se vuelven cifras y números al buscar comprender lo que ocurre en este tipo de espacios. Sobre las oportunidades laborales, el INEC presenta cifras detalladas de las condiciones de trabajo que se viven en la ruralidad. Estas son las estadísticas.
Como se puede ver en el cuadro, la ruralidad presenta una cifra más baja de desempleo en relación a la zona urbana. Sin embargo, también presenta datos mucho más bajos en aspectos como el empleo pleno o adecuado, que contempla a personas que trabajan por ocho horas y perciben un salario igual o mayor al sueldo básico unificado. Mientras esta cifra alcanza el 44% en la zona urbana, en la ruralidad es de apenas el 17%, lo que significa que menos de dos de cada 10 personas que viven en la ruralidad tienen un empleo pleno.
Otros indicadores que exponen diferencias entre lo urbano y lo rural es la cifra de empleo no pleno, que en la zona urbana es de 24,5%, mientras en la ruralidad llega al 36%. Lo mismo ocurre con el empleo no remunerado, que en la zona urbana alcanza el 4,4%, mientras que en la zona rural llega al 26%. Es decir, casi 3 de cada 10 personas en la ruralidad no recibe un pago por sus labores.
Estas cifras revelan una deficiencia de oportunidades laborales en estas zonas del país, lo que confirma las experiencias de personas como Granja, quienes en caso de conseguir un empleo u ocupación deben aceptar pagos menores al salario básico unificado o, simplemente, no contar con pagos.
Esto, además, se ve reforzado con los datos emitidos por el INEC en torno al censo poblacional. Estos datos revelan que en la ruralidad el 61,4% de las personas cuenta con necesidades básicas insatisfechas. Estas incluyen servicios básicos, acceso a vialidad y otros aspectos.
Desatención a la ruralidad
Fernando Sánchez, sociólogo y experto en seguridad, afirma que la ruralidad ha sido una de las zonas olvidadas por los diferentes gobiernos, tanto locales o nacionales. Para él, la deuda con estos espacios es “heredada y eterna”, porque no se han tomado medidas que ayuden a mitigar las condiciones en temas de servicios o falta de oportunidades.
“Los mayores índices de desescolarización están en la ruralidad. Lo mismo pasa con los bajos índices de empleo y la falta de acceso a servicios y necesidades básicas. Todo esto confluye para que las zonas rurales se conviertan en zonas olvidadas por el Estado”, dice.
Esto complica las condiciones de vida en la zona, “generando que los jóvenes tengan muy poca proyección a futuro”, pues las aspiraciones laborales y estudiantiles se limitan a sus oportunidades, “que ya de por sí son bajas”.
Para él, estas condiciones también han convertido a las zonas rurales del país en espacios que son caldo de cultivo para bandas criminales, para la inseguridad y para “el reclutamiento de nuevos miembros para el crimen”.
“Es fácil, si hay zonas donde no hay acceso a servicios, no hay educación de calidad y no hay oportunidades laborales, estos espacios serán aprovechados por las bandas criminales para ganar territorio y adeptos, que después pueden formar parte de sus filas”, dice.
Uno de los principales problemas de estos espacios es el olvido estatal y el poco capital político que pueden ganar quienes llegan al poder al ofrecer obras o medidas que ayuden a la ruralidad, “porque no representa muchos electores”. Para él, esta falta de estrategias sólo profundiza problemas de desigualdad, que ayudan a aumentar también las cifras de pobreza, criminalidad y desempleo. “Todo está conectado, por eso hay que ver esto como un todo”.
El experto detalla que este y los gobiernos siguientes deben regresar a ver también a las ruralidades, si se busca solucionar los problemas estructurales y profundos. Por esto, hace un llamado a no sólo ver y publicar cifras, sino a tomarlas como una “brújula” o guía para la toma de decisiones en temas de política pública y acciones económicas.
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