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El coronavirus infectó la educación en Ecuador
agosto 9, 2022

La pandemia ahondó la brecha educativa. La Ministra de educación reconoce un retroceso en todos los indicadores. Las zonas rurales y ciertas provincias —como las amazónicas— son, como siempre las más afectadas. ¿Cómo saldremos de este bache y cuánto tiempo nos tomará?

POR: Alexis Serrano Carmona, Paola Simbaña y Alliwa Pazmiño

Las tareas escolares fueron por mucho tiempo una larga, larguísima caminata. Durante la pandemia, Inés Ahkuash y sus dos hijos tuvieron que caminar —cada 15 días— desde su casa, en la selva de Morona Santiago, hasta el centro de la comunidad shuar Wapú, donde está la Escuela Medardo Ángel Silva. Caminaban, en total, cuatro horas: dos de ida y dos de regreso. Así entregaban sus deberes y se llevaban otros para hacer durante las siguientes dos semanas. Eso fue estudiar. Y ese fue todo contacto con la escuela; para ellos las clases virtuales ni siquiera existieron.

—Dos años pasamos así. Gracias a Dios, ahora las clases ya son normales.

—¿Usted les ayudaba a sus hijos con los deberes?

—En lo que podíamos, les ayudábamos; y en lo que no, no se podía hacer nada.

—¿Eso no llenaban?

—No.

—¿En qué materias o tareas usted no le pudo ayudar?

—En algunas. Más que todo en Matemáticas. En las otras materias, como yo digo, aunque sea mintiendo le ayudaba. Pero en Matemáticas hay que ser exactos.

—¿Aunque sea mintiendo, dijo?

—(Una risa fuerte, extensa) Aunque sea inventando, sí.

—¿Siente, como madre, que en este tiempo hubo un retroceso en la educación de los niños?

—Claro, las pérdidas fueron bastantes. Lecturas, tablas de multiplicar, en todo lo que ellos ya estaban capacitados, bajaron.

Esto se entenderá de a poco, pero la historia de Inés Ahkuash y sus hijos es apenas un ejemplo de cómo el Covid-19 afectó a la educación ecuatoriana y agrandó significativamente la brecha educativa que ya existía en el país. Unos efectos altamente nocivos contra los cuales, ya se verá, será muy difícil pelear.

Inés Ahkuash, pequeña, morena y de pelo lacio, cuenta esta historia a los gritos, porque la música que sale de los parlantes está muy alta. En el centro de Wapú está la cancha cubierta donde hoy se celebra una fiesta por el Día de la Mujer. Aún nadie baila, pero ya hay varias personas sentadas en las sillas dispuestas alrededor de un pequeño escenario.

Wapú es un pueblo de 150 familias, ubicado a media hora en auto de la ciudad de Macas. Su nombre es una palabra shuar y se lo debe a una serpiente de 60 centímetros que, según los ancestros, existía en la zona. Sus casas no están agrupadas en un solo sitio, sino dispersas en grandes extensiones de terreno; y la vía de acceso es de tierra y está repleta de irregularidades. No hay transporte público, no se ven carros en el trayecto y prácticamente la única forma de movilizarse para sus habitantes es a pie. Y la gente siempre mide las distancias en tiempos de caminata:

—¿Cuánto falta para llegar?

—Es aquí a una hora nomás.

Se calcula que apenas unas 10 familias —las que pueden— tienen un servicio de internet satelital en sus casas, cuya instalación costó 50 dólares y por el que pagan 25 dólares mensuales. Para todos los demás, el internet era una completa ilusión cuando llegó el encierro por la pandemia. Es más, ni siquiera llegaba del todo la señal celular. Por eso, este sistema de ir a entregar deberes cada 15 días fue, para la mayoría de los 68 niños que hay en la comunidad, la única posibilidad.

Cae la tarde y con los últimos destellos de sol se alcanza a ver, tras la cancha cubierta, una casa del árbol. Ahora luce abandonada, pero durante la pandemia estuvo siempre repleta de niños, que incluso debían hacer turnos para subir. Pero no la usaban para jugar. Un día, uno de los niños se subió al árbol y se dio cuenta de que en la copa había algo de señal de internet celular. Los padres organizaron una minga y construyeron esa casa del árbol para que los niños pudieran hacer alguna consulta, e incluso algunos pocos que estudian en los colegios de Macas y sí tenían que conectarse a clases virtuales, pudieran hacerlo.

Vicente Timianza tiene 3 hijos: uno de 17 y dos de 15:

—Cada 15 días iban a entregar esos trabajos —dice—. El resto del tiempo los niños estaban en la casa, haciendo trabajos, estudiando.

—¿Cómo estudiaban? ¿dónde consultaban si tenían dudas?

—Los profesores les daban las preguntas y el libro donde estaban las respuestas. A veces, cuando podían venir acá al árbol, hacían alguna consulta por Internet.

—¿Buscaban en una computadora o en el celular?

—Celular. (La mayoría sólo tiene celular).

—Y una familia de tres hijos, como la suya, ¿cómo hacía?

—Tenían que compartir el celular, no podían usar todos al mismo tiempo.

Hace poco, el Municipio de Macas colocó una torre con señal WiFi gratuita que funciona al menos para el centro de la comunidad —unos 400 metros a la redonda—. Esta cancha cubierta suele ser, entonces, el punto de encuentro de todos quienes llegan, merced a sus largas caminatas, buscando algo de señal. Eso ha mejorado mucho las cosas, pero durante el encierro por la pandemia, de eso no había nada. La oscuridad de la noche se profundiza en Wapú y el animador trata de que la fiesta se encienda de una vez por todas.

***

Antes de la pandemia, en Ecuador ya existía una marcada brecha educativa. Brecha que se veía, por ejemplo, en los resultados de las Pruebas PISA para el desarrollo, que ya en el 2018 establecían que 5 de cada 10 estudiantes no leían bien, no tenían la comprensión lectora mínima; y que sólo 3 de cada 10 tenían las competencias mínimas en matemáticas. Brecha que se veía también en los resultados de los exámenes Ser Bachiller y Ser Estudiante, de 2016 y 2018, que indicaron que nuestro logro en matemáticas era insatisfactorio. O en el estudio del Banco Mundial que establecía que el 62,8% de los niños de 10 años no había alcanzado la destreza mínima de lectura. ¿Por qué es importante medir el nivel en matemáticas y lectura (lengua)? Porque esas son las destrezas básicas para el proceso de aprendizaje.

Por supuesto, estas brechas —ya antes de la pandemia— aumentaban entre unas provincias y otras (especialmente las amazónicas) y en las zonas rurales las deficiencias eran más acentuadas, porque ahí pesan otros factores como: desnutrición infantil, entorno familiar y falta de estimulación temprana. Así lo explica la ministra de Educación, María Brown:

—En poblaciones más pobres, donde tenemos un mayor índice de pobreza, de necesidades básicas insatisfechas, la brecha siempre es más grande. Por eso la desnutrición crónica infantil es una de las principales causas de este rezago.

Y, dado que la posibilidad de seguirse educando durante la pandemia estuvo directamente ligada a la posibilidad de tener una computadora, una tableta o un celular con internet, hay otra brecha que se debe analizar, al menos rápidamente, para entender esta realidad: la brecha digital. Según datos del Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos (INEC), a diciembre del 2019 (justo antes del estallido de la pandemia), apenas el 45,54% de la población a nivel nacional tenía acceso a Internet; y la diferencia era grande entre las zonas urbanas (56,11%) y las rurales (21,64%). Además, sólo el 23,28% de la población tenía acceso a una computadora de escritorio; 28,47% a una portátil o tableta; el 11,17% tiene computadora de escritorio y portátil; aunque el 91,01% tiene acceso a celular.

Todo esto provocó, con la llegada del coronavirus, una historia que vimos retratada durante todo este tiempo en muchos medios de comunicación: padres endeudándose para comprar computadoras o celulares, o para contratar un servicio de internet; niños obligados a asistir a clases desde un celular compartido; niños como los de la comunidad Wapú, asistiendo simplemente cada 15 días para entregar y recoger deberes, y construyendo casas del árbol para tener algo de señal; o, el eslabón más débil de esta cadena, aquellos niños que tuvieron que resignarse a irse de la escuela y dejar de estudiar.

¿Tras dos años de este sistema irregular de educación es apenas lógico y previsible pensar que la brecha educativa se haya profundizado? ¿Se haya incrementando? La respuesta de la ministra Brown no deja lugar para la duda:

—Creo que es una hipótesis que está medianamente confirmada, porque ya tenemos evidencias. Existe un retroceso en todos los indicadores tradicionales de materia educativa en casi todos los niveles. Pero, ¿cuáles son las que más nos preocupan? Resolución de problemas, que permite luego desempeñarse en la vida; comprensión lectora, porque es una de las principales bases para el aprendizaje; y el tercero son las habilidades lógico-matemáticas, que empiezan por la adquisición de operaciones básicas y pasan hasta las operaciones superiores, que llevan al pensamiento crítico, y estamos bajísimos en eso, es una de nuestras peores áreas. Y las otras son las habilidades socioemocionales.

Pero, ¿a qué evidencia se refiere la Ministra? Mientras duró la virtualidad en la educación, Unicef y el Ministerio hicieron tres encuestas entre los estudiantes, para evaluar esta situación. La más reciente contiene datos hasta noviembre del 2021 y establece, por ejemplo, que el 70% de los encuestados dijo que aprendió menos durante la pandemia que antes de la pandemia; y que esa cifra se incrementó 10 puntos respecto de las mediciones hechas en el 2020. Y nuevamente las brechas: mientras en la educación privada 58% de los estudiantes recibió al menos cuatro horas diarias de clase durante la pandemia, en el sistema público esa cifra llegó apenas al 9%.

Pero quizá el dato más claro es la deserción escolar durante la pandemia. Ya en febrero del 2021, Unicef calculaba que unos 90.000 estudiantes se retiraron; sin embargo, la ministra Brown revela que la proyección del Gobierno es que unos 120.000 niños y adolescentes habrán dejado de estudiar. Esto significa un incremento del 44% en la cifra de deserción escolar, que antes de la pandemia se ubicaba en 268.000.

Y aún más: para aprobar el año durante esta pandemia, los estudiantes debieron entregar un portafolio, una evidencia de que trabajaron. En el Régimen Costa, en el año 2020-2021 el 94,84% de los estudiantes presentaron esta evidencia; pero para el año 2021-2022, la cifra bajó al 85,26%; esto quiere decir, 81.326 estudiantes del Régimen Costa que, aunque estuvieron matriculados, no presentaron ninguna prueba de que trabajaron.

—Queda claro que habrá una ralentización en el aprendizaje, pero ¿se puede medir en años? ¿Se puede saber cuántos años retrocedió Ecuador?

—Sí hay estudios para poder cuantificar —responde la ministra Brown—. La Cepal hizo uno, por ejemplo, y habla de 7 años de retroceso en materia educativa en la región. Y nosotros estamos en el promedio regional. Es relativo, porque tiene que ver con varios factores. Pero sí da cuenta de la gravedad del asunto. Hay varias visiones, unos dicen 5 años, Naciones Unidas habla de una década perdida. Pero más o menos estamos hablando de que los expertos hablan de un retroceso de entre cinco y 10 años por la pandemia en materia educativa.

***

Además de ser madre, a sus 30 años de edad, Luz Cachiguango tuvo que volverse alumna de Educación Inicial. No por ella, sino por su hija mayor, que tiene 4. La inscribió en septiembre del 2021, cuando aún las clases en su escuela de Otavalo eran virtuales. Cada día, debía conectarse junto a su pequeña, durante media hora, a través de internet.

—No eran clases para los niños —dice—. Más bien eran instrucciones de la profesora para que las madres o los padres aplicáramos con los niños en el transcurso del día. Pero en mi caso era difícil, porque también tenía que cuidar a mi otra hija (que tiene 2), y se necesitaba tiempo para enseñarle y que cumpla con las tareas diarias.

En Imbabura, esta realidad se vivió tan intensa como en el resto del país. Tanto, que desde octubre del 2020, algunas comunidades rurales de la provincia ya solicitaron el retorno progresivo a las aulas. Este fue el caso de la comunidad Naranjito, ubicada en cantón Ibarra.

Estos pedidos eran por las necesidades y realidades de cada sector, y de sus familias, que no tienen servicios básicos ni suficiente conectividad a internet. Además, muchas familias tienen más de un hijo en la escuela y un solo celular, que se vieron obligados a compartir. 

Y aquí también se evidenció que los padres no tenían educación media o bachillerato, o al menos las habilidades tecnológicas para apoyar en los estudios en casa a sus hijos.

Luz Cachiguango, por ejemplo, no había manejado Zoom hasta que le explicaron que para las clases de su hija tenía que aprender a usarlo.

—Al inicio era difícil, pero al tener un celular ya me fui acostumbrando a usar esa herramienta —agrega—. Algunos días se conectaban 9 o 15. Muchas madres decían que tienen varios hijos y no tenían varios celulares o computador para que reciban las clases; los padres tenían que trabajar. Otros niños se quedaban con las abuelas y, como no manejan la tecnología, no podían conectarse para escuchar las indicaciones de la profesora.

Al fin, luego de 5 meses de esa rutina, llegaron las clases presenciales. La madre asegura que le parece lo mejor, porque así puede interactuar con otros niños. Para la madre, esto significa que ya puede dedicarse a otras actividades para el sustento familiar.

***

Plan Internacional es una organización que promueve los derechos de los niños y busca la igualdad para las niñas. Trabaja en casi todo el país, pero especialmente en las zonas rurales. Rossana Viteri, su directora, es más tajante a la hora de analizar el tema. Cree que en Ecuador, a causa de la pandemia, se dejó de lado educación. Recuerda que en las catástrofes, como un terremoto o una erupción, siempre suele priorizarse el acceso al agua, comida, techo, pero sobre todo que los niños regresen a las escuelas en el tiempo más corto. Sin embargo, agrega,  con la llegada de la pandemia lo que más se postergó fue el retorno a la educación.

—Nosotros sabemos que 3 de cada 10 niños en el área rural tienen acceso a internet. Cuando comenzó la pandemia, era la mitad de eso, era como el 16 o el 17% —asegura—, y recuerda cómo durante el confinamiento por la pandemia en varios reportajes se pudo ver a niños subiendo a un árbol o a una loma, para ver si en ese lugar lograban conectarse o lograban hacer sus tareas. También, cómo las madres y padres tuvieron que convertirse en profesores, sin serlo.

Para la directora de Plan Internacional quedan muchos retos para superar la brecha educativa: —La educación hace la diferencia. Entonces, si el primer escollo es el acceso, un segundo escollo es la calidad. Ya teníamos, como país, dentro del concierto latinoamericano, una calidad de educación bastante venida a menos. Yo creo que con la pandemia todo se vino abajo. Y siempre la situación va a ser más complicada para el área rural.

Además, dice que como se toman correctivos en la economía del país, así mismo deberían tomarse correctivos en la educación.  

—Hay que hacer redoblados esfuerzos para que los niños se recuperen, y recuperen todo lo que perdieron durante dos años de pandemia —concluye—.

La ministra de Educación, María Brown, explica los planes de emergencia para afrontar este retroceso educativo:

  • Lea mañana la segunda parte de este trabajo a profundidad: Los suicidios infantiles crecieron durante la pandemia.

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