Las cifras presentadas por el Gobierno animan, pero el problema está lejos de acabar. ¿Qué hacer? Enfocarse en los más vulnerables parece ser la clave. ¿Qué provincias y sectores sociales están más expuestos? Un trabajo de Ecuador Chequea y La Hora Tungurahua.
Este es un trabajo conjunto entre Ecuador Chequea y La Hora Tungurahua
El sol pega directo sobre su rostro, iluminando unas profundas y largas ojeras. Su mirada se fija en el piso, mientras sus piernas marcan el ‘tempo’ de un arrullo. En sus manos, la joven carga un pequeño bulto envuelto en una cobija azul. Sentada en el parque central de San Pablo del Lago, en Otavalo, espera un bus para volver a Camuendo, su comunidad. Sofía tiene 16 años y hoy tuvo que faltar al colegio. “Él es mi hijo”, dice, con la voz algo cansada. “Hoy tuvimos que salir al médico, porque mi mamá no pudo ayudarme trayéndole”.
Su pequeño de cinco meses fue diagnosticado con anemia moderada hace dos meses. Hoy, según le ha dicho el doctor, está mejorando, pero la mala alimentación que tienen ambos, ha complicado la recuperación. “Del subcentro de salud me mandaron unas pastillas de hierro para mi bebé. Eso le he estado dando pero, la verdad, en la casa sí hace falta comida. Ahora estoy viviendo sola, porque me fui de la casa de mis papás después de que nació mi hijo. No trabajo y lo poco que se compra es porque mi mamá sabe apoyarme, pero ahorita también está sin trabajo”.
La historia de Sofía y de su hijo grafica una realidad que, aunque todo apunta a que ha disminuido, aún existe en el país: la desnutrición y la malnutrición infantil. Su caso queda, además, en medio de la estadística entregada la semana pasada por el presidente, Guillermo Lasso. En un foro organizado por el propio Gobierno, Lasso aseguró que las más recientes cifras presentadas por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) marcan el legado de su mandato.
Acompañado de autoridades nacionales e internacionales, Lasso presentó el 5 de septiembre las cifras oficiales y actualizadas en torno a la desnutrición crónica infantil, anemia, calidad del agua, lactancia materna e inmunizaciones de niños en el país. Según los resultados presentados, la desnutrición infantil crónica en niños menores de 2 años pasó del 23%, en el 2018, a 20,1%, en el 2023; lo que representa una reducción de 3 puntos o de alrededor de 60.000 niños que, según Lasso, han dejado esa condición.
“Hoy miro a los ojos de niños, niñas y de sus madres, para decirles que cumplimos. La desnutrición crónica infantil ha empezado a disminuir”, dijo. “Apenas en 28 meses de Gobierno, los resultados de la medición indican que el problema se ha reducido en 3,5%, más de la mitad de lo previsto”.
El Gobierno mencionó como causa al programa ‘Ecuador crece sin desnutrición infantil’, con el cual se creó una Secretaría Técnica, que ha sido la encargada de promover campañas de buenas prácticas alimentarias y de ayudar a personas en condiciones de vulnerabilidad para evitar la desnutrición desde los primeros años de vida.
Los ejes de apoyo de este proyecto, según destacó el Gobierno, se han enfocado en temáticas como la economía familiar, educación, atención en salud, alimentación y agua potable. Esto ha sido complementado con estrategias como el Bono Infancia con Futuro. Para esto se han invertido $544 millones en los dos años de gestión. Hasta finalizar el 2023, se espera que la cifra ascienda a los $648 millones.
Todos estos factores, según las cifras oficiales, permitieron que Ecuador pase de ser el segundo país con mayor índice de desnutrición crónica infantil en la región a ocupar el cuarto puesto. Las cifras presentadas por Lasso han sido aplaudidas en varios sectores de la población. Sin embargo, cabe preguntarse qué realmente implica esta reducción de la desnutrición y los otros factores desagregados en la encuesta. ¿Es suficiente el trabajo realizado? ¿Cómo es la realidad de las familias que aún conviven con la desnutrición infantil? ¿Cómo debemos leer, como sociedad, las cifras ofrecidas por el Gobierno?
Un vistazo a la realidad
El pequeño hijo de Sofía representa una historia, pero también una cifra: 4 de cada 10 niños tienen algún tipo de anemia en Imbabura. Otra vez: según datos oficiales de la Encuesta Nacional sobre Desnutrición Infantil, presentados este 5 de septiembre, 44,46% de niños que viven en esa provincia tiene anemia. Ésta es una de las provincias que se pintan de ‘rojo’ al analizar los datos.
Las cifras son claras. Provincias como Esmeraldas, Sucumbios, Imbabura y Manabí son las que más destacan en Ecuador por el considerable registro de niños con anemia, sea ésta leve o moderada.
“Hace unos dos meses, más o menos, pude hablar con unas señoritas que estaban haciendo registros para esto del Bono, porque me dijeron que me podían ayudar. Presenté la solicitud, pero no me aceptaron por un papel que necesitaba del subcentro de salud. Ya ha de ser un mes desde que pude sacar ese papel y entregué, pero nada, no me han llamado ni me han dicho si me van a dar. También fui al MIES a ver si me ayudaban, pero me dijeron que no podían porque soy menor de edad”, dice Sofía, con su pequeño hijo en brazos. Sin embargo, ella ya piensa en el futuro: “Ahorita ya estoy en tercero de bachillerato. Sólo espero poder graduarme y me gustaría seguir un curso de corte y confección”.
Para Sergio Rodríguez, nutriólogo especializado en la primera infancia, hay distintos factores a analizar sobre las cifras entregadas por el Gobierno. “Sí hay cosas que reconocerle al Gobierno. La reducción de la desnutrición crónica infantil siempre será una buena noticia para el país, pues esta condición puede llegar a afectar seriamente el desarrollo físico e intelectual de los niños. Por otro lado, siempre será una buena noticia contar con cifras oficiales y actualizadas para generar estrategias enfocadas en los problemas reales y las zonas más vulnerables. Pero también es cierto que no podemos quedarnos ahí”, dice el experto.
Rodríguez explica que, para que las cifras sean realmente funcionales, y no sólo “una buena noticia”, debe analizarse, por ejemplo, la incidencia de la desnutrición infantil por provincias o los sectores sociales más afectados.
Según los resultados de la encuesta, Chimborazo, Bolívar, Santa Elena y Tungurahua se mantienen con elevadas cifras de desnutrición infantil. Para el experto, es esto lo que hay que tomar en cuenta para focalizar estrategias.
“No podemos sólo aplaudir la reducción nacional. Se debe hacer un análisis cualitativo para tomar los siguientes pasos en la lucha contra la desnutrición infantil en Ecuador”, dice.
Siguiendo esta misma línea de análisis, las cifras demuestran que los sectores indígenas son los más golpeados, tanto por la desnutrición crónica infantil, como por casos de anemia. “Es muy importante ver la cifra de niños con anemia en el país, pues, de no tratarse, también puede derivar en cuadros de desnutrición y, por sí sola, también puede afectar al desarrollo de los niños”.
Según la Organización Mundial de la Salud, “la anemia afecta a un 20% de los niños de 6 a 59 meses de edad, un 37% de las embarazadas y un 30% de las mujeres de 15 a 49 años en el mundo”.
“La anemia es un indicador de desnutrición y mala salud. Es un problema por sí misma, pero también puede repercutir en otros problemas de salud pública, como el retraso del crecimiento y la emaciación, el peso bajo al nacer y sobrepeso y la obesidad en la niñez debido a la falta de energía para hacer ejercicio. El rendimiento escolar deficiente en los niños ocasionado por la anemia puede conllevar más repercusiones sociales y económicas para el individuo y la familia”, explica la organización.
En el caso de la incidencia de cuadros de anemia por etnia, casi la mitad de niños indígenas o negros padecen esta condición. Para Rodríguez, estos datos deben encender nuevas alarmas, tanto para éste como para el próximo Gobierno, en torno a los siguientes pasos a tomar para velar por las condiciones de la niñez.
Marco Rojas, asesor nacional de primera infancia de Plan Internacional, concuerda con la necesidad de ejecutar análisis integrales, aunque también reconoce los avances generados por el Gobierno, expresados en las cifras.
“La reducción presentada por el Gobierno significa alrededor de 20 mil niños y niñas que han salido o han evitado verse afectados por la desnutrición crónica infantil. Este es un dato importante, porque muestra que, si se asumen acciones y se invierte presupuesto, la problemática se puede revertir. Y es un mensaje importante para la sociedad y para que los candidatos que aspiran a la Presidencia sepan que deberían continuar estas acciones”, dice.
El representante de Plan Internacional asegura, sin embargo, que, a pesar de lo positivo de las cifras, hay otros factores que deben considerarse:
“Es importante también reconocer que, pese a haber bajado al 20,1%, estamos lejos todavía de resolver el problema. Sabemos que, en el caso de niños y niñas que viven en comunidades indígenas, la tasa de incidencia es mucho más alta; incluso duplica en algunos casos al promedio nacional y es importante asumir estos esfuerzos conjuntos y garantizar una respuesta integral y coordinada que pueda abordar todas las determinantes que hacen que surja la desnutrición infantil”.
Sobre la realidad del país en comparación con la región, el experto explica que el dato de desnutrición infantil en niños menores de cinco años posiciona al país como el cuarto con la cifra más alta en América Latina, lo que habla del camino que falta por recorrer.
El experto trae a la conversación un estudio de Crisfe, “que menciona que existe un 50% de probabilidades de que un niño presente desnutrición crónica infantil en caso de una mujer adolescente embarazada, que no ha culminado sus estudios o que tiene un bajo nivel educativo y que, además, vive en comunidades y territorios indígenas”.
Las condiciones de las familias donde crecen los niños son elementales al realizar el análisis. En zonas donde existen mayores índices de pobreza y donde, por ejemplo, las madres gestantes o en periodos de lactancia no tienen el acceso a todos los nutrientes necesarios se reportan altas probabilidades de que el niño pueda nacer o desarrollar sus primeros meses con condiciones de desnutrición, lo que los pone en una situación de desventaja temprana. “Es importante ver también más allá de la realidad específica de los niños y niñas para lograr reducir estos impactos”.
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El viento sopla cada vez más fuerte en Cangahua, una parroquia ubicada en Cayambe, la más grande del cantón pichinchano. Son las 07:00 y con los ventarrones también llega el frío del páramo. Por las calles del centro poblado de la parroquia se ve a niños de todas las edades caminar con grandes mochilas y los zapatos manchados de tierra y polvo. Algunos usan pequeños ponchos; a otros el saco de la escuela les basta.
En fila, en grupos y hasta corriendo, llegan los pequeños a la puerta de la escuela José Acosta Vallejo. En medio del paisaje, bañado por un sol que no acaba de calentar, tres pequeños puestos improvisados esperan a los niños que llegan a estudiar. En las mesas, unas de madera y otras de plástico, se ven juguetes, imanes, botes de ‘slime’ y hasta útiles escolares curiosos, que llaman la atención.
“Buenos días, veci, ¿qué cuesta esto?”, pregunta uno de los niños, señalando un paquete rosado de imanes que se ha hecho popular entre los de su edad. “Este a 25, ¿no? Deme uno”, pide el niño de no más de 1,30 metros, antes de darse la vuelta y correr rumbo al portón negro para mostrar a sus amigos su nueva compra.
Margarita Flores tiene 52 años. Con un gran poncho rosado que tapa hasta su cabeza y una mascarilla, recibe todos los días a los niños que llegan a la escuela. Como le dicen los propios estudiantes, ella es la vecina de las golosinas, los juguetes, pero también de los desayunos.
Desde sus inicios, Flores decidió empezar a vender sánduches y ‘bolos’ —fundas con extractos de frutas hechos artesanalmente— para los niños que llegaban sin desayuno. Hoy, ella se ha diversificado, pero mantiene una canasta de sánduches de queso y mortadela en su mesa de trabajo. Los vende a 25 centavos.
“Veci, ¿tiene un sánduche de mermelada?”, pregunta una pequeña niña, quien no mide más de un metro. Ante la negativa de Flores, la pequeña mete la mano debajo de su poncho para tomar dos monedas de 10 centavos y una de 5. “Deme nomás, entonces, uno de mortadela”.
“Yo ya conozco a los niños. Ella no viene desayunando porque vive en una comunidad de arriba; entonces casi siempre, cuando tiene, viene a comprarme un sánduche o algo de comer. Cuando no tiene dinero, yo misma sé llamarles a ella y a otros niños para darles un sánduche, así se les ayuda un poco”, dice Flores. A unos metros, se ve a la pequeña saludar a sus maestras y entrar a la escuela.
Pero ella no es la única. A pocos metros de la entrada, en una de las esquinas que bordea la escuela, Mayra Carrera, de 43 años, abre su local todas las mañanas. Ella lleva más de tres años con este pequeño negocio, en el que ofrece comida, snacks y productos de tienda a los estudiantes que llegan y salen de la escuela. A Carrera, estar en contacto todos los días con los pequeños le ha despertado un “instinto de madre” con sus “guaguas”, como ella los llama: “Aquí hay niños y familias que viven en mucha pobreza. Hay un guagüito que estudia por las tardes y tiene 14 años. Viene todos los días a dejarle a su hermana pequeña, de 8, en la escuela, porque desde donde vive, en Carrera, el bus hasta el centro parroquial pasa cada hora, porque las vías son malas. Entonces él viene, le deja a su hermana, pasa saludando y se regresa a su casa para dar de comer a los borregos y hacer las tareas de la casa. Luego él viene en la tarde a estudiar y le deja a su hermana cogiendo el bus de regreso. Le veo todos los días y le sé preguntar si vino comiendo y, casi siempre, me dice que no tiene tiempo. Entonces le ofrezco una salchipapa o algo que tenga ese día. A veces tiene para pagarme los 50 centavos, pero cuando no tiene, le doy nomás. Le digo que le anoto la deuda, pero es más por molestar”.
En la comunidad se han organizado para ayudar en la alimentación de los pequeños. Así, han logrado luchar contra la desatención estatal que sienten en la parroquia.
“Antes, hace unos cinco años, había aquí una guardería donde los papás que deben trabajar podían dejar a sus hijos. Eso nos quitaron. Antes igual en la escuela nos organizábamos para darles el desayuno. Les preparábamos una coladita con pan o algo así y la escuela también nos pagaba para eso, algo representativo. Ahora eso tampoco hay. A veces nomás les llegan esos desayunos escolares con leche y una galleta; pero hasta eso ha venido caducado, así que los guaguas terminan cogiendo para darles a los chanchos, porque una vez se enfermaron algunos chiquitos”, cuenta Carrera.
El timbre suena anunciando que la hora de entrar a clases llegó. Una mujer vestida con poncho y falda llega corriendo a dejar a su nieta antes de que se quede fuera de la escuela. Su nombre es Rosa Cuascota. Sube todos los días caminando —unos 40 minutos “a paso breve”— desde la comunidad de Buena Esperanza. Ella ayuda a su hija, que trabaja desde muy temprano y regresa por la tarde. “Con la comida, se hace lo que se puede. Yo y mi hija hemos tenido que quitarnos la comida de la boca a veces para que mi nieta pueda comer bien; pero, a veces, ni para eso alcanza”, dice.
En la Sierra Centro
Según datos del INEC, en el 2021 las provincias de la Sierra Centro presentaban las cifras más altas de desnutrición crónica infantil. En Tungurahua, el dato llegaba al 41,3% de menores de dos años. Esta cifra superaba ampliamente el 27% de la media nacional. A Tungurahua le seguían Chimborazo, con el 39,3%, y Cotopaxi, con el 34,8%.
En 25 parroquias de siete cantones de Tungurahua se priorizó el trabajo, debido a la escasez de agua potable y la mala alimentación que se detectó, no sólo en los menores, sino también en las mujeres en gestación. De hecho, a mediados del 2022, Tungurahua era la quinta provincia con más niños con bajo peso al nacer.
Según las nuevas cifras presentadas por el INEC en Tungurahua se registra actualmente un 29,4% de casos; es decir, un descenso del 11,9%.
Nancy Masaquiza, presidenta de la Junta Parroquial de Salasaca —en Pelileo—, explica que sólo el 15% de menores en su territorio registra problemas de desnutrición. El apoyo del MIES, agrega, ha consistido en educar a los padres en cultura alimentaria. “Se les provee de leche, pan, máchica, quinua, carnes, para que se alimenten nutritivamente”, dice Masaquiza. A la vez, asegura que el 95% de las mujeres de la parroquia ha mejorado la dinámica de alimentación para los menores; y destaca que el acceso a la salud y controles prenatales de las mujeres embarazadas ha aumentado en un 75%.
Muy cerca funciona el Centro de Desarrollo Infantil (CDI) ‘Semillitas’, que es público. Los pequeños están próximos a recibir el refrigerio de las 10:00. Lilian Jerez, coordinadora del Centro, asegura: “Hemos bajado mucho la desnutrición infantil; un 20% aún se mantiene, pero estamos trabajando con los padres para que lleven a sus hijos a controles médicos, que les den cosas nutritivas”.
Jerez sostiene que incluso miden el Índice de Masa Corporal (IMC) de los 190 pequeños que asisten a los diferentes CDI de la localidad: 27 de ellos están en ‘Semillitas’ y dos registran bajo peso, lo que ha sido informado a sus padres y se han “activado para ayudarles”.
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En una polvorienta calle de Totoras —parroquia rural de Ambato— está la tienda de Doris Buenaño, madre de una menor con discapacidad. Ella asegura que recibe el apoyo del MIES en la elaboración de un plan nutricional para su hija. “Yo le alimento bien. En el centro de salud me han apoyado, me dan un recetario y con las redes sociales también se puede guiar, porque es responsabilidad de uno”, dice.
Juan Pablo Pilco, técnico de planificación de la Junta Parroquial de Totoras, cuenta que la mesa técnica de salud fue creada por esa dependencia exclusivamente para mitigar la desnutrición infantil crónica. Totoras cuenta con cinco centros CNH (Creciendo con Nuestros Niños), que albergan a 150 niños, aproximadamente. Aquí, constantemente realizan capacitaciones sobre educación alimentaria a los padres de la localidad. “Hay mucho más apoyo, contamos con un centro de salud Tipo B que permite que las mujeres embarazadas acudan a sus controles prenatales”, agrega.
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En Huachi Grande la historia es diferente. Al ser una de las parroquias más grandes de Ambato, con cerca de 19.000 habitantes, apenas han podido reducir un 20% de la desnutrición infantil, que pasó del 80% al 60%, según información de la Junta Parroquial. Su presidente, Darío Guerrero, asegura: “Falta ayuda, faltan recursos, lo que tenemos no abastece”.
Explica que la migración hacia la parroquia ha agravado la desnutrición: “Tenemos personas que vienen de otras provincias o extranjeros que tienen asentamientos irregulares, se ha encontrado a niños abandonados, mientras sus padres salen a mendigar o trabajar en la calle, o a veces se les llevan y no podemos determinar si están recibiendo la alimentación adecuada”.
En el parque central de Pishilata —parroquia urbana de Ambato— se encuentra Ana Vélez, quien asegura que cumple con el recetario y los menús que el MIES les da para continuar con la alimentación nutritiva de sus dos hijos. “Nos entregan informativos y nosotros ya sabemos qué darles y qué no. Nos enseñan del triángulo que se debe hacer en el plato para poner las porciones de verdura, de proteína”.
Seguimiento del MIES
Yesenia Silva, coordinadora de servicios sociales del MIES, asegura que, además, de la alimentación que reciben los menores en los centros de desarrollo infantil, también se apoya con controles coordinados con el Ministerio de Salud, desde donde se gestiona la vacunación, entrega de hierro, vitamina A, y demás complementos.
“Estamos a cargo de que los papitos reciban consejerías sobre la importancia de la leche materna, prácticas de higiene que también son fundamentales para combatir la desnutrición. A la par, se les exige complementar la alimentación con productos nutritivos. Este control lo hacemos de 0 a 36 meses”, explica.
Sin embargo, el MIES no descuida a menores que hayan registrado problemas nutricionales. Para ellos, tras pasar al sistema escolar, son las unidades educativas las que se encargan de dar el seguimiento y reportar novedades.
“A los niños que se les va detectando problemas de desnutrición se les realiza un control mensual con los centros de salud, y se les da el apoyo necesario hasta que alcancen el peso ideal; además, les inculcamos a los papás que consuman productos de sus propias cosechas, esto en lo rural, en lugar de darles productos procesados y poco saludables”, indica Silva.
Un impacto a largo plazo
Según la Organización de los Estados Americanos (OEA) “los efectos de la desnutrición en la primera infancia (0 a 8 años) pueden ser devastadores y duraderos”.
“Entre sus consecuencias, pueden llegar a impedir el desarrollo conductual y cognitivo, el rendimiento escolar y la salud reproductiva, debilitando así la futura productividad en el trabajo. Dado que el retraso en el crecimiento ocurre casi exclusivamente durante el periodo intrauterino y en los 2 primeros años de vida, es importante que las intervenciones de prevención de la atrofia, la anemia o la xeroftalmia ocurran en la edad temprana”, dice la organización.
Pero no sólo esto. Según explica la nutricionista infantil Natalia Burbano, la mala alimentación de los niños también puede afectar su desarrollo cognitivo. A esto se suman posibles problemas de crecimiento a futuro.
“Un niño con desnutrición puede tener varios efectos en su salud en el presente y el futuro. Puede perder habilidades de aprendizaje, habilidades sociales; puede haber complicaciones en el habla, la comunicación y socialización. Son niños que, a futuro, pueden tener muchas falencias que les pongan en desventaja, con relación a un niño que sí tuvo todos los nutrientes y estímulos durante su desarrollo”, dice.
Explica el por qué, ejemplificando la priorización del uso de la energía que consume el pequeño: si la energía es insuficiente por la mala alimentación, su cuerpo deberá priorizar funciones que lo mantengan vivo y el aprendizaje, explica, no termina siendo una prioridad para el cuerpo. “Además, existen deficiencias vitamínicas que, en el caso de la anemia, pueden llegar hasta a complicar la dispersión de oxígeno en el cuerpo, poniendo en dificultades también al cerebro”.
Para la experta, pensar en combatir estos efectos debería marcar la lucha contra la desnutrición infantil crónica en el país. “Si al menos hay un niño que por, problemas estructurales y el olvido estatal, sufrirá esto a futuro; esta ya será una vida pérdida, y esa persona quizá esté condenada a cargar con problemas toda su vida”.
La falta de acceso a bonos que narran Sofía, con su niño en brazos, o Susana Pérez, de 49 años, u otro tipo de ayudas para poder equilibrar, tanto su alimentación como la de sus pequeños, ha mantenido la problemática en estas zonas indígenas y rurales. Además, están las cifras de anemia, que, de no tratarse ni prevenirse, podrían derivar en casos de desnutrición. A esto se suma también la calidad del agua y la presencia de bacterias como la e-coli, sobre todo en provincias amazónicas y otras como Esmeraldas (el 67,6% de los vasos de agua que se consumen en la Amazonía contiene e-coli; en el caso de la Costa, la cifra es de 40,9%).
Si bien varios sectores coinciden en reconocer los avances, para expertas como Burbano las nuevas cifras de desnutrición y salud de niños son una señal para “no dormirnos en los laureles” y comprender que la lucha contra la desnutrición sigue.