¿Somos una sociedad que perdió la capacidad de indignarse al ver a un niño trabajando? Las cifras están desactualizadas y ha habido poco seguimiento a esta problemática. Hoy, en el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, te presentamos un balance.
Camina junto a su padre, con el brazo extendido para acompañar cada uno de sus pasos. Su ropa luce algo sucia por el paso del tiempo y los efectos de la calle; el esmog, el polvo y el sol también marcan presencia en su vestido y semblante.
Tiene 10 años y acompaña todos los días al hombre de 37 a vender dulces y otros productos en las calles, parte de un trabajo desde que, hace más de tres años, se quedó sin empleo. Su esposa falleció casi al mismo tiempo, en medio de la pandemia, lo que le obligó a encargarse de su casa y su hija solo: “Y si ya antes no alcanzaba ni el dinero ni el tiempo, después de que mi esposa murió fue peor”.
“Por eso a uno le toca arreglarse. No se puede dejar de llevar comida a la casa; si no, imagínese, mi hija necesita comer y la situación no está fácil como para encontrar un trabajo rápido”, dice.
Antes de la pandemia, él trabajaba como personal de mantenimiento en un edificio. Sin embargo, este trabajo solo le duró el primer año de la crisis sanitaria: “Luego me botaron y contrataron a otra persona, que entiendo que les cobraba menos. Desde ahí ha sido más difícil llegar a conseguir trabajo”.
Debido a esto, desde hace dos años el hombre decidió dedicarse al comercio y “trabajar en lo que aparezca” para cumplir con las obligaciones de su hogar. Y es que hoy vive en un pequeño espacio en Carcelén, por el que tiene que pagar $120 mensuales.
“Mi hija estudia en las tardes y en la mañana me acompaña y ayuda a vender dulces, bolsas de basura, fruta; lo que toque en el día. Luego la llevo a estudiar y vuelvo a salir para trabajar lavando carros en un taller que está por aquí cerca”, cuenta mientras camina por la avenida Real Audiencia, donde entra a los locales y conversa con las personas que pasan por la vía para ofrecer el producto del día. “Así me ha tocado ganarme la vida”.
Durante toda la conversación, la pequeña ve al suelo sin cruzar miradas con quienes pasan. Mira una piedra y con el pie la mueve como buscando jugar para pasar el tiempo antes de emprender nuevamente el camino. Se acerca el mediodía y pronto tendrá que ir a clases, su padre se despide y, con el mismo ritmo, vuelve a tomar rumbo.
Esta es una de las historias que cuentan las calles de Quito, donde todos los días se ve a niños y adolescentes pidiendo dinero o buscando trabajar, sea por su cuenta o para sus padres. Este escenario se ve aún más claro en zonas como La Mariscal, donde en un recorrido se encontraron al menos tres menores de edad en puestos de venta de dulces o kioskos. Lo mismo ocurre en otras zonas concurridas, como el centro histórico, donde los menores caminan solos y entran a locales para pedir dinero u ofertar productos.
El trabajo infantil se ha vuelto parte del día a día en el país y, sobre todo, en las grandes ciudades, donde la crisis económica ha puessto a los menores en situaciones aún más vulnerables. Sin embargo, en el país poco se conoce sobre la dimensión de esta problemática.
Cifras desactualizadas
Para conocer qué tan grave es lo que se vive en Ecuador, Ecuador Chequea buscó cifras sobre la realidad actual del trabajo infantil. Esto, consultando a instituciones como el Ministerio de Inclusión Económica y Social, Unicef y el INEC. Sin embargo, en este proceso se encontró que no existen cifras actualizadas. Es decir, no se sabe con certeza actualmente cuántos niños y adolescentes trabajan en el país.
El último dato del Instituto Nacional de Estadística y Censos, reflejado en la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil, data se 2012; es decir, hace 12 años atrás. Según este estudio estadístico, en el país existían 360.000 menores de 18 años trabajando, lo que equivalía a un 8,6% de esa población. En el caso de los niños menores a 15 años esta incidencia fue mayor en los varones, con una participación laboral de 10,6%, frente a las niñas, cuya participación era de 6,5%. En el caso de los adolescentes entre 15 y 17 años, el 15,7% realizaba actividades laborales, y la diferencia entre hombres y mujeres es mayor: 21,5% de los hombres y 9,9% de las mujeres realizan estas actividades.
Por otro lado, la última Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo destaca que existen alrededor de 300 mil personas en el país, entre 15 y 24 años, que actualmente se encuentran trabajando. Esto incluye, como se puede ver, a menores de edad. Asimismo, entre los datos disponibles, según publica Unicef, se pudo encontrar que el trabajo infantil de niños menores a 15 años se redujo de 15,4% en 2001 a 2,6% en 2013. El trabajo adolescente entre 15 y 17 años se redujo de 40,5% en 2001 a 12,8% en 2013.
La mayor reducción se ubica en la condición de “trabajo y estudio”. En 2001, uno de cada 10 niños y entre dos y tres de cada diez adolescentes, estaban en esta situación. Esos valores bajan a la cuarta parte en 2013. La condición de “trabajo y no estudio”, a 2013, estaba casi eliminada por completo para los niños menores de 15 años, mientras que para los adolescentes entre 15 y 17 años llega a 6,8%.
Además, la misma organización adscrita a la ONU aclara que en las áreas rurales se trabaja cerca de 5 veces más que en las ciudades; en el caso de los niños (12,5% frente a 2,7%), y 3 veces más en el caso de las y los adolescentes (26,3% frente a 9,5%). Asimismo, el trabajo infantil de menores a 15 años está ubicado con mayor intensidad en la zona centro sur de la Sierra ecuatoriana. En Cotopaxi, Bolívar y Chimborazo la incidencia del trabajo infantil está alrededor del 20% de niños.
Siguiendo esta línea, se puede tener una idea de esta realidad al tomar en cuenta que los últimos datos revelan que la provincia con mayor concentración de población infantil trabajadora es Guayas, donde se encuentra casi el 13% de la población infantil (5 a 14 años) trabajadora a nivel nacional.
Además, Cotopaxi, Chimborazo y Azuay presentan alta incidencia, ya que concentran casi el 30% de la población infantil (5 a 14 años) trabajadora a nivel nacional.
Si se analiza esta realidad por etnia, en la población indígena, niños entre 5 y 14 años, la incidencia de trabajo infantil alcanza el 26%, y en el caso de la población adolescente el 39%. En la población negra, entre 5 y 14 años, la incidencia de trabajo infantil alcanza el 4%, y para los adolescentes es del 15%. En la población montuvia entre 5 y 14 años, la incidencia de trabajo infantil es del 4% y para los adolescentes es del 29%. En la población mestiza entre 5 y 14 años, la incidencia de trabajo infantil alcanza el 5%, y en el caso de la población adolescente, 13%. En otros grupos étnicos, incluyendo blanco, la incidencia del trabajo infantil es del 4% y 14%, correspondientemente.
Si se analizan otro tipo de datos que lucen más recientes, según la Encuesta nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo, realizada en 2022, en el país existen 248.637 niños y adolescentes que enfrentan a diario el trabajo infantil.
Si bien las cifras presentadas parecen completas, cabe aclarar que estas no están actualizadas y que ha habido varios años en los que se ha detectado un vacío en el análisis completo de esta realidad. ¿Qué genera esto y a qué riesgos están expuestos los menos? Esto dicen los expertos.
Otros riesgos y deficiencias
Para Fernando Sánchez Cobo, sociólogo y exsecretario de Inclusión de Quito, uno de los problemas que tiene el país es la falta de cifras que den seguimiento a temas como el trabajo infantil.
“Hay que hacer una división de antes y después de la pandemia. Antes de la pandemia había un repunte de casos, hasta el año 2012 o 2013 las cifras empezaron a caer. Pero en el año 2016 o 2017 las cifras volvieron a repuntar y ahora se habla de que hay al menos 370 mil niños trabajando, tanto en el área rural y urbana, pero eso no en datos oficiales”, dice.
Para él, el hecho de que los últimos datos oficiales reflejen fotografías de años como las de 2012 es un problema, pues la dinámica y la incidencia ha cambiado y no se puede ver la evolución completa. “No existe un seguimiento o encuestas que sean periódicas que midan justamente el trabajo infantil y registros cruzados en el Ministerio del Trabajo, el Ministerio de Inclusión y el INEC, que permita generar un plan de trabajo apegado a la realidad y que permita emitir políticas”.
Para el experto, esto deja a ciegas al Estado, puesto que no se puede trabajar para mejorar una realidad que no se conoce del todo. Además, esto también puede llegar a invisibilizar otros problemas que derivan del trabajo infantil como la falta de escolaridad y otros factores consecuentes.
Según Unicef, los menores que se ven obligados a enfrentar esta situación también están expuestos al maltrato físico y emocional; de hecho, un 18% de menores lo ha padecido, lo que se traduce en violencia contra ellos. Mientras que, el 12,6% de niños trabajadores entre 6 y 14 años ha recibido trato cruel, al igual que el 15,4% de adolescentes entre 15 y 17 años.
“La ausencia de un sistema de seguimiento permanente del MIES y de otras instituciones, junto con el acompañamiento para que los niños tengan una garantía escolar” es uno de los principales problemas en el tratamiento del trabajo infantil. “Sobre todo en términos de políticas públicas, no hay programas y proyectos interinstitucionales entre el MIES, Educación y el Ministerio de Trabajo, por ejemplo, para reducir el trabajo infantil”.
Para él, parece que el país se ha acostumbrado a ver niños en la calle trabajando, a verlos en los semáforos y a ver migrantes con sus niños en brazos. “Se ha marchitado la indignación y creo que este es uno de los peores síntomas de una sociedad que no ve una esperanza de esto cambie definitivamente”. Antes de terminar, destaca que estos son los problemas a los que deben regresar a ver tanto los gobiernos locales como el gobierno nacional.
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