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Día 2 de conflicto armado: el miedo también ronda en el Quito de la periferia
enero 11, 2024

Hay un común denominador: desconfianza del otro. Y temor de que los atentados se vuelvan a repetir. El movimiento comercial y habitual de la capital aún no se recupera y esto afecta también la economía. Una crónica. 

El olor se impregnaba con cada respiración. Picaba, como pica el vapor que exhala de un fósforo al prenderse o de un fuego artificial al consumirse. El rastro se acentaba a cada paso, mientras el piso, gris por el cemento, se tintaba de tonos negros y cafés, vestigios del fuego y el calor.

A seis metros de altura, un agujero en el concreto, de apenas unos centímetros de diámetro, y metal fundido, doblado, marcan el punto exacto donde detonó. El explosivo logró arrancar parte del techo del puente peatonal, que une la avenida Simón Bolívar con Gualo, en el norte de Quito, dejando un parche abierto en la lámina, que busca cubrir del sol y la lluvia a quienes caminan por el lugar.

“Todo pasó muy rápido”, dice Steven Simbaña, un hombre de 31 años que trabaja como fiscalizador de diferentes cooperativas, sobre la avenida Simón Bolívar. Él vivió el momento de la explosión: “Parece que había una maleta tirada arriba y, de repente, sólo se escuchó un ruido muy fuerte. La Policía llegó rápido y no pasó a mayores”. 

Como casi todos los días de trabajo, viste ropa oscura y un sombrero, que le cubre hasta el cuello. Hoy, cuenta con voz aguda y confianza, no estaba seguro de “venir a trabajar”. El miedo y el nerviosismo por lo ocurrido apenas ayer lo hizo dudar varias veces; pero, aunque al final llegó un “poco tarde”, no faltó.

“Yo vengo sólo porque tengo que trabajar; si no, no viniera. Aquí desde hace rato está peligrosísimo y con lo que pasó ayer, uno tiene más miedo que le pase algo”, exhala, mientras los pocos carros que circulan por la avenida opacan, en ocasiones, su voz. 

“A tres de la catorce”, grita Simbaña, tras apartarse por un momento cuando otro bus aparece. Una vez completado el ritual, que siguen todas las unidades que pasan por su parada, se apresura a regresar, intentando vivir su día a día normal, y continúa: “Como decía, sí tenemos miedo, yo y mi familia, de lo que pueda pasar. A uno le toca estar aquí todo el día, de 07:30 a 18:00, y ahora no se sabe si vaya a haber otra bomba o algún atentado igual”. 

Pero este miedo, para él, no es nuevo. Con la mirada volteando a ver los alrededores cada tanto, el hombre enfatiza que su lugar de trabajo “está peligrosísimo”. Simbaña ya ha vivido cuatro robos en este punto, junto al redondel de Gualo. “En moto, carro o caminando”, la delincuencia se ha apoderado del lugar. Esto también fue confirmado por dos moradores de la zona, quienes prefirieron no dar sus nombres “por seguridad”. 

“Ahora, con lo que está pasando, andan aún más armados y disparan nomás. Sí da miedo”, dice Simbaña al referirse al conflicto interno armado que vive el país, reconocido oficialmente, por decreto ejecutivo: una ‘guerra’ contra “organizaciones terroristas”, como calificó el Gobierno a más de 20 grupos criminales. 

Testimonios que se repiten

A pocos kilómetros, sobre la avenida Panamericana Norte, en Calderón, Aída Quinatoa cuenta una historia similar. Ella también vivió un atentado ayer, una explosión realizada sobre el puente peatonal que cruza la vía, a un lado de su tienda. 

La mujer de 51 años, cubierta con un mandil que esconde sus ropas y detrás de una reja que cubre la entrada al local, escuchó un gran estruendo mientras, por la tarde, esperaba ver llegar algún cliente. “Una llanta de algún camión explotó”, fue lo primero que pensó luego de que los vidrios retumbaran. 

“La gente gritó y yo salí a ver qué pasaba. No entendía bien, pero vi que se había caído parte del techo del puente. Ya después me enteré que había sido una bomba”, dice. 

En pocos minutos, la mujer cerró el local y llevó a sus dos nietas a casa, “por seguridad”. El hecho la impactó tanto, que desde hoy, ha decidido no abrir la reja que bloquea la entrada a su tienda. Ésta, de alguna manera, la hace sentir “un poco más segura”.

Con un tono bajo y precavido, la mujer cuenta que la inseguridad se ha mezclado, “desde hace algún tiempo”, con el día a día del sector. Los robos se han vuelto cada vez más frecuentes; ella misma vivió uno hace 15 días. 

“Entraron dos personas a la tienda con armas. Estábamos mi esposo y yo. Yo pude salir por la puerta de atrás del local para avisar a los vecinos, pero a mi esposo lo encañonaron. Gracias a Dios, los vecinos me oyeron y salieron todos a ayudarnos. Ahí salieron corriendo, por eso, no se llevaron mucho”. Sus palabras consuelan el temor que, reconoce, ha empezado a sentir al llegar o salir de su negocio: “Yo no podría estar ahí afuera tranquila, ya me vería viendo a todos los lados para que no me roben”, dice, tras el marco de una reja. “Ahora no se puede confiar en nadie”. 

La desconfianza que narra Quinatoa parece comprobarse cuando extraños llegan al negocio de sus “vecinos”: un local de comida que se levanta sobre la Panamericana. Allí, una mujer, que atiende a todo el que llega, prefiere no hablar detalladamente de lo que ocurre en el barrio, tampoco dar su nombre: “Sólo le puedo decir que aquí está complicado, bien complicado. (…) No se puede confiar en nadie”. 

En el sector se han organizado contra la delincuencia “creando chats, denunciando a la Policía y haciendo manifestaciones por la seguridad”; también han empezado a salir “en jorga” cuando conocen de robos a vecinos, para ahuyentar a los criminales. Así lo explica Quinatoa. Sin embargo, todo eso “no alcanza para una guerra, como ha dicho el Gobierno que estamos”. 

Alzando su dedo hacia afuera, la mujer critica la falta de policías y militares en el sector. Ella asegura que, desde que inició el Estado de Excepción (el lunes 8 de enero de 2023), “los policías sólo llegaron cuando explotó la bomba”.

“Aquí no han pasado patrullando policías o militares, aunque dicen que están en las calles. Eso también hace que nos sintamos más inseguras. Imagínese que vuelva a pasar algo como ayer, pero más fuerte o peor, y yo aquí con mis nietas. Si no fuera porque necesito, cerraría un tiempo, hasta que todo se calme un poco”, reconoce la mujer, antes de notar que varios de los locales de alrededor han decidido no abrir sus puertas hoy. 

Al otro lado, bajo el sol abrasador del mediodía, Steven Simbaña da la razón a Quinatoa. El hombre reconoce que fue ayer el día en que más policías y militares vió en su espacio de trabajo, tras la explosión: “Aquí casi no pasan y eso que, según dicen, estamos en guerra”. 

Su denuncia es clara: “Aquí los policías, no ahora sino generalmente, sólo llegan, se toman la foto y se van. Es sólo para hacer el parte. Después de la foto saben irse a desayunar por ahí o a comer, yo les he visto. (…) Yo paso aquí todo el día y veo que lo único que hacen es venir, se paran en el redondel, toman la foto y se van”, repite y alza la voz para que se escuche, mientras por la vía pasa un tráiler. A esto se suma la falta de una Unidad de Policía Comunitaria en el sector. Aunque el edificio está a tres cuadras, “ya no abren desde hace algún tiempo y solo tenemos la UPC de Llano Chico, que es lejos”. 

***

El eco toma el lugar, acompañado de lo que parecen murmullos, a unos metros. Costales, mantas y otros tejidos cubren formas y figuras geométricas que, al ver el entorno, pueden adivinarse como puestos que, hoy, han decidido no abrir. 

El mercado de Calderón, un punto que normalmente luce, en movimiento, los golpes desordenados de cientos de pisadas, hoy, “se ve casi vacío”. Entre los pocos espacios decorados, con los tintes de frutas y verduras, una mujer espera a cualquier visitante para “ganarse el día”: “Lenteja, fréjol, fruta, ¿qué buscaba, caserito?”, da la bienvenida a los posibles clientes, con un mandil rojo y blanco que cubre todo su torso.

“Pilar Arias”, se presenta la mujer de rostro liso y contextura ancha. Ella, hoy salió a las 05:30 de su casa hacía el mercado Mayorista, en el sur de Quito, para abastecerse de productos. Todo con la esperanza de que “hoy se vuelva más a la normalidad”. 

“Pero el mercado está vacío. No llegan muchos clientes y muchas de las compañeras no han venido a abrir sus puestos, aunque ayer había menos”, dice, alejada del ir y venir de los compradores que, a pesar de la situación de inseguridad que vive el país, se aventuraron a hacer sus compras del día. 

La semana ha estado baja en ventas para ella y otras de sus compañeras. La crisis de seguridad, iniciada el domingo y consolidada el martes, tras la toma de TC Televisión por delincuentes, en señal abierta y en vivo, ha bajado el número de personas que llegan al mercado y sus alrededores. 

“La gente tiene miedo y, claro, uno también tiene miedo, pero se tiene que trabajar”, dice la mujer antes de relatar lo vivido el martes en el sector, tras el reconocimiento de un conflicto armado interno por parte del Gobierno. “Ese día que se tomaron el canal 10 todos nos asustamos mucho. Tuvimos que cerrar el mercado y ver la forma de salir a la casa, porque había rumores de una balacera en el parque, saqueos y otra balacera más arriba, vía Marianas”. 

Al día siguiente, llegaron apenas unas pocas comerciantes al mercado, por la sensación de temor que había causado el inicio de la ‘guerra’. Hoy, dos días después, aunque el panorama se va normalizando, el temor sigue presente, tanto en vendedores como en clientes. 

“Yo ya no quisiera venir. Aquí sí da miedo que pueda pasar algo porque, como ve, no hay policías ni militares que protejan el mercado, aunque se dijo que iba a haber”. El único método de seguridad que han decidido implementar en conjunto es “cerrar las puertas del mercado si algo llega a pasar”. 

En un recorrido que realizó Ecuador Chequea, en diferentes zonas de Calderón, no se encontró presencia policial o militar, corroborando lo dicho por Arias. Para la mujer, esto es un grave problema cuando “el riesgo es alto”: “Imagínese, si quieren venir a poner una bomba o quemar algo aquí, tienen vía libre; no hay policías, no hay militares y seguro si se les llama se demoran para llegar”. 

Ella y clientes como Adrián Dávalos, quien cuelga una funda de su brazo antes de salir del espacio, reconocen que el miedo se ha convertido en una constante, en los últimos días. Sin embargo, Arias es clara en su forma de enfrentarlo: “No se puede hacer nada, ahora tocará acostumbrarse a vivir con ese temor mientras esto dure”. 

Estos mismos problemas se repiten en otros comercios, fuera del mercado. En las vías principales de Calderón, por ejemplo, la presencia de carros y personas no es la habitual. Y los comercios también lo han notado. 

“Hoy hay un poco más de gente, pero esta calle sabe estar repleta de ventas y personas”, dice con voz suave una joven de 26 años, quien atiende una panadería, a un lado del parque central de Calderón. Josselyn López ha sentido el efecto de la crisis de seguridad, tanto en el negocio como en el día a día: “Uno tiene temor de lo que pueda pasar, así que imagino que igual las demás personas y por eso no salen”. 

Ella cuenta que una balacera en el parque central inició la crisis en el sector. “Eso impacta a todo el mundo”. 

En el recorrido realizado por este medio, comerciantes de Carapungo, Santa Rosa y Tambillo encontraron, como puntos en común, el temor constante y la afectación económica, que les ha generado la declaratoria oficial de un conflicto interno armado en el país. 

***

El sol se refleja en el negro del pavimento, despejado y casi en silencio. La avenida Simón Bolívar, conocida por ser una vía rápida y de alto flujo, deja ver sus imperfecciones, ante la ausencia del ruido de motores y el rechinar de las llantas. La vía luce desolada, en medio del temor de unos cuantos peatones que se aventuran a esperar un bus y de los pocos carros particulares que, sin frenar, continúan su camino, cada tanto. 

“No sabe ser así, ni en fines de semana”, dice Fernando Calva, de 34 años, mientras espera un bus que lo lleve a su casa, en el sur de Quito. “La calle está prácticamente vacía, lo que sí veo son buses y espero que el mío llegue rápido”, asegura antes de aceptar que tiene temor de la zona, pues ya ha sido asaltado en más de una ocasión. 

En el intercambiador que conecta la avenida Simón Bolívar y la Autopista General Rumiñahui, el movimiento de personas se puede contar con los dedos. Para Calva, que no haya gente es “un motivo más para el miedo”.

“Aquí me han robado dos veces. Ahora, con lo que está pasando, sí me da miedo de que no sólo me roben, porque no hay casi nadie. ¿A quién puedo pedir ayuda?”, su voz denota algo de nervios, mientras, debajo de un árbol, espera que su transporte llegue. 

A lo largo de la avenida Simón Bolívar, una de las rutas para salir de la ciudad, la situación se repite. La vía, por tramos, luce abandonada, antes de que un grupo de vehículos irrumpa el silencio, que precede a un nuevo silencio. En un recorrido realizado hasta Tambillo, los vehículos que más rompen el panorama son de transporte pesado: tráilers, camiones y buses; un escenario poco usual en la que, además, es una de las vías con más accidentes de ciudad. 

Pese a esto, la percepción de la ruta, aún sin gran presencia militar y policial, habla de una sensación de seguridad. Así lo ve Cristian Criollo, de 48 años, quien conduce una de las rutas que recorre el tramo desde La Marín hasta Tambillo. 

“Hasta el momento, dada la situación que está atravesando el país, la situación en temas de seguridad ha estado tranquila. No ha habido mayor novedad, salvo que ayer cerraron el Playón a mediodía y nuevamente cerraron hoy por una falsa alarma de la bomba que habían puesto. Más allá de eso no se ha visto ningún tipo de inseguridad. Se ha estado cumpliendo con las rutas, casi en su totalidad, hasta el último que sale 19:00”, dice. 

Él, sin embargo, reconoce que en el día no se ha visto mayor presencia militar o policial: “Francamente, yo estoy cumpliendo los turnos desde las 04:30 y no ha habido, al momento, controles. Hoy vi un operativo en la entrada a Quito, por Sangolquí, pero en días anteriores no se ha visto nada”. 

Contexto

Ecuador reconoció la existencia de un conflicto armado interno, el 9 de enero, con la firma del decreto 111 por parte del presidente, Daniel Noboa. Este, prácticamente, dio inicio a un estado de guerra contra más de 20 organizaciones delictivas, que el documento calificó como organizaciones terroristas. 

El inicio de una ‘guerra’, como ha llamado el Presidente varias veces al escenario en el país, ha generado una ola de atentados. Sólo en Quito se han reportado, entre el lunes y ayer, un total de cinco explosiones “tipo bomba”, seis incendios vehiculares, un amotinamiento en la cárcel de El Inca y una persona herida, durante un robo comercial. 

Estos hechos han encendido las alarmas de la población y causando temor en quienes, como se muestra en el recorrido realizado por Ecuador Chequea, se aventuran a las calles para cumplir sus actividades diarias. 

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