Más de 80 kilómetros de ríos se han visto afectados y se estima que el impacto llega a 500 mil personas que viven en la provincia. Estudios en manglares han demostrado que los ecosistemas afectados tardan hasta 30 años en recuperarse. Conoce los detalles para entender la magnitud de la tragedia.
POR: Esteban Cárdenas Verdesoto
La mancha negra recorre cada rincón del torrente. Se filtra entre el espacio de tonos cafés; reflejos de lo que, días atrás, sólo era un río en movimiento. Lo cubre por completo; tramos en los que no se ve más que el oscuro vestigio de una catástrofe: el derrame petrolero avanza.
Imágenes y videos recogen este panorama a través de medios de comunicación y habitantes de la zona. Todos tienen en común la mancha negra, que ha marcado tanto el agua de ríos como el Esmeraldas y otros, como la tierra y las plantas de donde surgió el desastre.
La marcha negra, hasta hoy, continúa su expansión. De hecho, autoridades de la provincia han asegurado que ha llegado a un nuevo cantón: Rocafuerte, después de haber pasado ya por Quinindé, Esmeraldas, Rioverde y Atacames. En todos los lugares va dejando sus vestigios.
En medio de su avance surgen más y más preguntas. ¿Qué tanto es el impacto que ha tenido el derrame, cuáles serán las consecuencias a futuro, qué lo ocasionó y qué se está haciendo para remediarlo? Aquí intentamos responder a algunas de estas.
Más sobre el derrame
El jueves de la semana pasada, un deslizamiento de tierra, según los reportes oficiales, habría causado la rotura de uno de los tramos del SOTE. Videos recogen cómo, minutos después, una marea de líquido negro, como si fuera una pileta, salía disparada del trayecto. El crudo empezaba a derramarse en medio del verde del ambiente, avanzando con camino hacia el río.
Sin embargo, durante las primeras horas la información oficial fue escasa. Mientras la mancha negra de crudo comenzaba a extenderse por ríos y esteros, la ciudadanía permanecía en incertidumbre. De hecho, cuando la noticia alarmó al país, el sábado, ya habían transcurrido dos días desde el accidente inicial. Autoridades locales, como el alcalde de Esmeraldas, advirtieron desde el comienzo que no se trataba de una simple emergencia sino de “una catástrofe ambiental”.
La mancha negra, hoy, se desliza sin prisa, pero sin detenerse. Se filtra entre el ecosistema de mangle y tiñe el agua con reflejos oscuros. Lo cubre todo. Primero fue el estero El Achiote, luego el Viche, el Blanco y, finalmente, el Esmeraldas, que ahora arrastra la contaminación en su corriente. Lo que antes era un espejo de agua donde pescadores lanzaban sus redes, hoy es un río que huele a crudo, según reportan los habitantes de la zona a medios de comunicación como La Defensa o Primicias.
Desde el día del derrame, la mancha ha recorrido más de 80 kilómetros de cuerpos hídricos. Ha impregnado las orillas de parroquias y comunidades como Cube y Viche, en Quinindé; Majua, Chinca, San Mateo y Tachina, en Esmeraldas; y las playas de Atacames. Pero su llegada a una zona en particular encendió las alarmas: el Refugio de Vida Silvestre Manglares Estuario Río Esmeraldas, un ecosistema donde nutrias, cangrejos y aves acuáticas dependen del equilibrio del agua y los suelos. El Ministerio del Ambiente advirtió la presencia de crudo en esta zona.
El impacto en la población también ha sido inmediato. Más de 250.000 personas en la provincia se quedaron sin acceso a agua potable, según informó Vicko Villacís, alcalde de Esmeraldas, en una entrevista con La Defensa. La planta de captación fue cerrada ante la contaminación del río, obligando a la población a depender de tanqueros de emergencia. “No hay agua ni para lavarse las manos”, dijo.
Manchas de crudo se han impregnado también en las orillas, la vegetación ribereña y hasta en las canoas de pescadores, tiñendo de negro lo que antes eran aguas claras. “La contaminación de crudo afecta a las parroquias Cube y Viche (Quinindé), y a Majua, Chinca, San Mateo, Tachina y la ciudad de Esmeraldas”, detalló un informe emitido por el Municipio de Esmeraldas, evidenciando la extensa zona afectada.
Pero el derrame no sólo ha dejado sin agua a la población. También ha traído problemas de salud. La exposición a los vapores del crudo se ha convertido también en una constante en los últimos días. Habitantes de Quinindé han reportado que el aire se siente denso, con un fuerte olor a combustible que impregna las casas.
“La playa Las Palmas está cerrada. El comercio informal, cerrado. La parte turística, cerrada”, lamenta Villacís al describir el golpe económico que la crisis ha significado para la provincia.
En el cantón Quinindé, más de 15.000 personas han visto afectado su acceso a agua limpia, y en sectores rurales, los agricultores temen que el petróleo haya contaminado los suelos donde cultivan plátano y cacao. “Esmeraldas ha producido riqueza para el país, pero lo único que ha recibido es pobreza y desolación”, dice la autoridad.
La falta de información oficial y la sospecha de negligencia
A pesar del despliegue de emergencia, las autoridades han evitado pronunciarse sobre un punto clave: la cantidad exacta de crudo derramado. Petroecuador ha afirmado que el volumen está en proceso de determinación, pero expertos ponen en duda la veracidad de los datos preliminares. “Dicen que se recuperaron 3.000 barriles, pero el crudo llegó hasta el río Esmeraldas y a la costa. ¿Realmente fue sólo eso?”, cuestiona Fernando Reyes, miembro del Colegio de Ingenieros Petroleros.
Las dudas sobre la transparencia de la información también se extienden a la respuesta inicial del derrame. Según reportes de Villacís, el crudo siguió fluyendo por más de dos horas antes de que se cerraran las válvulas. Un oleoducto de este tipo cuenta con sistemas automáticos de cierre para detener el flujo en caso de una caída de presión, lo que lleva a preguntarse si hubo fallas en los protocolos de seguridad o negligencia en la supervisión. “Un derrame de estos no pasa nunca, pero la negligencia permite que esto suceda”, sostiene Edmundo Brown, experto petrolero.
Explica que el SOTE cuenta con cuatro estaciones reductoras de presión que pudieron evitar esta crisis ambiental, si hubieran funcionado oportunamente. Estas fallas sugieren deficiencias en el control y en la aplicación del plan de contingencia de Petroecuador, que aunque se activó a las 18:30 del mismo 13 jueves, no logró impedir que el crudo se desparramara río abajo, asegura Reyes.
Las instituciones gubernamentales han asegurado que el desastre fue causado por un deslizamiento de tierra debido a las lluvias, pero la falta de información técnica detallada sobre el estado del oleoducto antes del incidente ha generado inquietud. Ecuador Chequea consultó al Ministerio de Energía y a Petroecuador sobre los protocolos de seguridad aplicados y las acciones de prevención previas al derrame, pero no hubo respuesta.
Impacto
La mancha negra trae ya consigo las consecuencias de una catástrofe de este tipo. Se estima que el derrame puede haber afectado a especies de flora y fauna en la zona. Así lo explica Gabriel Tello, experto en ingeniería ambiental. Y es que desde los miroorganismos que habitan el río hasta el contacto del crudo con animales grandes pueden dañar los ecosistemas. Además, se estima que las poblaciones pueden ver afectada su salud a corto y largo plazo por el contacto, tanto físico con el crudo como la inhalación de vapores que emite este material “altamente peligroso y contaminante”.
Ante esto, el Ministerio del Ambiente ya ha hablado de un abastecimiento de agua para las poblaciones a través de tanqueros. Sin embargo, los gases y el crudo siguen presentes en sus territorios.
Sobre el impacto ambiental, expertos advierten que los efectos de un derrame petrolero pueden persistir durante décadas. Estudios en manglares realizados por la NOAA, agencia estatal de Estados Unidos, han demostrado que los ecosistemas afectados tardan entre 20 y 30 años en recuperarse, y que incluso después de la limpieza, los hidrocarburos pueden quedar atrapados en el suelo y las raíces del mangle, afectando la reproducción de especies.
Además, por su alcance, se habla de que se podrían ver afectadas especies como tigrillos, monos, cabezas de mate (especie endémica), cuchuchos, entre otros animales que habitan estos espacios.
“No todo el petróleo derramado se puede recuperar”, explica Reyes. Parte del crudo se volatiliza, pero lo que queda se deposita en el sedimento y puede tardar años en degradarse de forma natural. “Pero se puede reducir el impacto a través de tratamientos adecuados en el proceso de remediación, algo que no sabemos si se está haciendo”.
Este medio también consultó al Ministerio de Energía y a Petroecuador sobre los procesos de recuperación ambiental a largo plazo, pregunta que tampoco obtuvo respuesta. Lo que sí se ha dicho, desde un mensaje oficial emitido por el presidente, Daniel Noboa, es que esta crisis se tratará con toda la responsabilidad del caso; sin embargo, la información sigue siendo un misterio.
Por otro lado, también se consultó al Ministerio del Ambiente, cuya respuesta fue únicamente que se encuentran vigilando que se cumplan los protocolos de Petroecuador, sin dar mayor detalle.
Siguiendo esta línea, Reyes expresa una preocupación particular. Esta se enfoca en el posible uso de polímeros en la limpieza del derrame. Según él, estos químicos aglutinan el petróleo y pueden hacer que la contaminación se hunda en el lecho del río, volviéndose invisible en la superficie pero permaneciendo en el fondo. “Ojalá no estén usando polímeros, porque, si el petróleo se hace más denso que el agua, va al fondo y se oculta el verdadero impacto. Porque esto ya se ha hecho antes y sirve para la foto, pero el daño sigue ahí”, advierte Reyes.
Asimismo, el Gobierno ha prometido una remediación total de las zonas afectadas. El presidente Noboa anunció la creación de un fondo especial con recursos de Petroecuador para la recuperación ambiental y la compensación de las comunidades perjudicadas. También se activaron los fondos de emergencia del Ministerio del Ambiente, con el objetivo de restaurar el Refugio de Vida Silvestre Manglares Estuario Río Esmeraldas. Sin embargo, los expertos expresan su preocupación con respecto a que las medidas de monitoreo deben mantenerse en el tiempo y que se necesita un seguimiento riguroso para evitar que la contaminación se arraigue en los ecosistemas.
¿Un derrame más en la historia petrolera?
El derrame en Esmeraldas no es un hecho aislado. Se suma a una larga lista de desastres petroleros en Ecuador, que han dejado secuelas ambientales y sociales de largo plazo. El 26 de febrero de 1998, la provincia vivió su peor tragedia relacionada con hidrocarburos: un deslizamiento de tierra en la zona de Wínchele, a pocos kilómetros de la ciudad de Esmeraldas, rompió simultáneamente un oleoducto y un poliducto, provocando una fuga masiva de crudo y combustibles. Minutos después, la chispa de un vehículo encendió una explosión que convirtió la zona en un infierno: 33 personas murieron, 15 más se ahogaron intentando huir y más de 100 resultaron heridas. Las llamas devoraron 1.800 casas en cuestión de horas, dejando un saldo de destrucción imborrable.
Si bien el derrame de 2025 no cobró vidas humanas ni generó incendios, su alcance ecológico podría compararse con el desastre de 1998, según señala Tello. En ambas ocasiones, ríos enteros se vieron contaminados y miles de personas fueron afectadas. La diferencia es que, mientras lo de 1998 fue una tragedia inmediata y visible, lo ocurrido este año es una contaminación lenta, silenciosa y de efectos prolongados.
A nivel nacional, el derrame de Esmeraldas enlaza con otros eventos petroleros recientes. En los últimos cinco años, Ecuador ha sufrido tres grandes derrames en distintos puntos del país, todos con consecuencias ambientales y sociales graves. El 7 de abril de 2020, una rotura simultánea del SOTE y el OCP vertió alrededor de 15.800 barriles de crudo en los ríos Coca y Napo, en la Amazonía, afectando a cientos de comunidades indígenas. Luego, el 28 de enero de 2022, la rotura del Oleoducto de Crudos Pesados (OCP) provocó otro gran derrame dentro del Parque Nacional Cayambe-Coca, contaminando ríos y afectando flora y fauna protegida.
En todos los casos, el patrón se repite: infraestructura petrolera vulnerable, fallas en los sistemas de prevención y una respuesta tardía. Los expertos advierten que Ecuador no ha aprendido de los errores pasados y que la falta de mantenimiento en los oleoductos sigue siendo un problema crítico. Fernando Reyes, del Colegio de Ingenieros Petroleros, advierte que “se ha vuelto común ocultar la verdadera magnitud de estos desastres” y que muchas veces “la contaminación es más profunda de lo que se informa”.
El derrame de Esmeraldas también expone un problema más profundo: la marginación histórica de la provincia frente a la industria petrolera. Pese a albergar la principal refinería del país y ser ruta final de los oleoductos, Esmeraldas ha recibido muy poca inversión o compensación. “Esa planta produce el 60% del músculo financiero del país… pero Esmeraldas no recibe nada en compensación ni en responsabilidad. Más bien lo que causa es este tipo de desastres”, reclamó el alcalde Vico Villacís, refiriéndose a la Refinería Estatal de Esmeraldas. Sus palabras reflejan un sentimiento arraigado en la provincia: el petróleo ha traído contaminación, pero no desarrollo.
Este derrame ocurre en un momento en el que el país debate su política petrolera. En 2024, Ecuador aprobó en referéndum la prohibición de la explotación en el Yasuní, marcando un giro hacia la protección ambiental en la Amazonía. Sin embargo, la crisis en Esmeraldas demuestra que los riesgos del petróleo no solo afectan a la selva, sino también a los ríos, manglares y comunidades de la costa.
Para muchos analistas, este desastre es una señal de alerta. “Ecuador tiene que decidir si sigue apostando por una industria petrolera que no ha demostrado ser segura o si busca alternativas”, señala Tello. Por ahora, la prioridad es contener el daño y empezar el proceso de remediación, pero la gran pregunta es si se tomarán medidas para evitar que algo así vuelva a ocurrir.
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