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Chocó Andino: sus amenazas, más allá de la minería
marzo 27, 2024

La erosión del suelo, provocada por monocultivos y ganadería desordenada; además del olvido estatal se suman a la minería como amenazas constantes de este sitio, donde la biodiversidad y el agua aún abundan. Conoce más sobre el ‘otro lado del Pichincha’, en Quito.

POR: Esteban Cárdenas V.

Silencio. No hay carros ni gritos; no hay pitos ni multitudes. Silencio, pese a que, a menos de una hora de camino, está la capital ‘humeante’. Delante está el Pichincha, tan imponente como de costumbre, cobijando al ruido y al silencio oculto en el bosque nublado.  

Aquí, la diversidad abunda y el agua brota por doquier. Aquí, el cantar de las aves opaca las pocas voces y una sinfonía de insectos entona el caer la noche. El Chocó Andino es un lugar que parece no haber sido pisado por las marcas profundas del desarrollo, del cemento y de la ciudad. Pero las amenazas se acercan y cercan cada vez más sus tonos verdes. La minería, la falta de atención estatal y el avance de la frontera agrícola, junto con el avance de la ganadería, han encendido las alertas en éste, que es también un espacio amenazado. 

El verde se pinta oscuro y pálido en medio de grandes figuras, que se alzan en el horizonte. Su altura abarca varios metros hacia el cielo; uno tras otro, se forman en filas desordenadas, cubriendo la poca luz que se logra entrever en medio del blanco intenso de las nubes. Los troncos son finos pero lucen adornados por lianas, bromelias y otras plantas y musgos que crecen en todo su cuerpo. 

“Esto es Tandayapa, una de las zonas altas del Chocó Andino, uno de los puntos más biodiversos del mundo”, se oye pronunciar a una voz femenina opacada por el canto repetitivo y unísono de algunas aves que surcan el cielo y el dosel del bosque. Su figura se levanta en medio de un pequeño claro de sombra, rodeado por árboles, palmas, helechos y hojas caídas por el suelo, “el fertilizante del bosque”. 

“Mi nombre es Sofía Carvajal”, replica en tono de presentación la académica a cargo de este espacio, la Estación Tandayapa de la Universidad San Francisco de Quito; uno de los puntos de investigación que se han levantado en el Chocó Andino, con el objetivo de mapear sus riesgos y buscar soluciones. 

La imagen parece sacada de una película, una de esas con tintes grises y místicos. Los árboles en Tandayapa se muestran con lo que parecen despojos de vida abultados y algodonosos en color casi café, formando bultos en sus troncos. En sus cuerpos también crecen bromelias, helechos, orquídeas y otro tipo de plantas que aquí se ven cotidianamente. Otras, lejos de la madera, se erigen fuertemente desde el suelo para cubrir el café rojizo, por los minerales, con más verde. No hay espacio donde no haya vida. 

Ubicado a menos de una hora del centro de la capital, el Chocó Andino es “uno de los hotspots declarados en el mundo, por ser uno de los puntos donde existe una gran cantidad de biodiversidad animal y vegetal”. Por esto, el espacio fue declarado Reserva de la Biósfera por la Unesco en 2018, dándole un nuevo nivel en la escala de relevancia mundial. 

Aquí viven al menos 66 osos de anteojos, única especie de oso que habita en los Andes y que actualmente está en peligro de extinción. Entre sus plantas y matorrales también se pueden encontrar especies emblemáticas, como el zamarrito pechinegro, olinguitos —especie endémica de esta zona—, tigrillos, gallos de la peña, colibríes de todo tipo y un número incontable de insectos, anfibios y reptiles. “Gran parte de las especies que habitan el Chocó Andino no han sido localizadas ni descritas, por las características diversas que tiene”, aclara Carvajal.

Caminar por sus estrechos senderos es caminar por un bosque capaz de absorber 250 toneladas de carbono, casi cuatro veces lo que genera Quito por la contaminación del transporte al año. Pero no sólo eso, caminar por el medio de su dosel empinado también es caminar por una zona donde fluye el agua que se consume en barrios del noroccidente: San Carlos, Pisulí, Calderón, La Roldós, El Bosque y La Concepción. 

Nanegal, Calacalí, Nanegalito, Nono, Pacto y Gualea son las seis parroquias rurales que conforman el Chocó Andino, un espacio de alrededor de 286 mil hectáreas, el 30,31% del territorio de Pichincha. Aquí, todos los días se libra una nueva batalla en busca de la supervivencia del bosque y de las comunidades. Todos los días hay un nuevo enemigo.

Minería

“Aquí en esta zona tenemos varias amenazas que pueden atentar contra la vida y la biodiversidad. Una de esas y la más importante: la minería”, dice Carvajal, mientras los pasos avanzan por uno de los senderos que tienen en la estación de investigación. 

En medio de un barro resbaloso y, en ocasiones, profundo, su figura y la del bosque se tornan espesas con el bajar de la neblina. Ésta pinta con una atmósfera mística el camino hacia lo profundo, donde el ruido desaparece y se cubre del crujir de hojas y plantas, junto con el trinar de aves, el cantar de ranas y vibrar de insectos. Una capa blanca lo cubre todo, a 2.300 metros sobre el nivel del mar, altura en la que se encuentra Tandayapa. El Chocó Andino abarca alturas que van desde los 4.480 metros sobre el nivel del mar hasta los 360.

Pero la riqueza de este espacio no sólo se ve en la naturaleza, sino también en minerales que se esconden bajo tierra y en las orillas de los ríos. Aquí, la minería ha encontrado un lugar ‘próspero’. En el Chocó Andino, según datos dados hasta 2023, se levantan 12 concesiones mineras enfocadas, en su gran mayoría, en la extracción de oro y cobre. 

El avance de estos proyectos llevó a colectivos sociales y movimientos comunitarios a impulsar una consulta popular para prohibir este tipo de actividad en la zona, una que después de años de lucha se vio consumada en las urnas en agosto de 2023, cuando Quito le dijo ‘No’ a todo tipo de minería (pequeña, mediana y gran escala) en el Chocó Andino. Los resultados fueron contundentes y, sin embargo, más de siete meses después de su promulgación, no han logrado que la minería deje de ser una amenaza en este espacio. 

Carvajal asegura que desde la estación se han encontrado efectos de este tipo de actividades, tanto para los suelos como para las comunidades, que se han ido reforzando a lo largo de los años. “Tenemos efectos ambientales por la pérdida de cobertura vegetal, tenemos efectos en las comunidades por la posible presencia de contaminantes y tenemos efectos también en la dinámica social de las comunidades”.  Para ella, en esta zona “la minería no ha sido tan eficiente o responsable con el ambiente”. 

Uno de los colectivos que abanderó la lucha contra la minería en el Chocó Andino es Quito Sin Minería. Para efectos de este reportaje, se conversó con una de las representantes de esta agrupación, Ivonne Ramos. Ella, desde el ruido de la ciudad y a través de una línea telefónica asegura que “más de un millón de votantes en Quito le dijeron ‘No’ a la minería, pero vemos que por parte del Estado no ha habido una voluntad real de cumplir este mandato”. 

“La Corte Constitucional emitió un dictamen sobre consulta en el que se señala que no se deben otorgar nuevas concesiones en la zona referida a futuro, pero también señala que las concesiones mineras existentes no pueden renovar contratos ni se podrán otorgar nuevos permisos o acciones administrativas. Esto nos pone ante una situación importante que analizar”, dice. 

Previo a la consulta, en el Chocó Andino existían más de 20 mil hectáreas concesionadas y alrededor de 10 mil hectáreas en trámite. En el caso de las segundas, estas debieron verse abolidas tras la decisión popular expresada en las urnas. “Luego tenemos las restantes 10 mil, que ya están otorgadas. Más de la mitad son concesiones pequeñas y medianas, que no se podrán renovar luego de que se termine su contrato en dos o tres años”, aclara. 

Pese a esto, hay dos que levantan alertas y que se mantienen activas. Una de esas, la concesión a cargo de la Empresa Nacional Minera (Enami). “Esta tiene dos concesiones, una de estas en el proyecto Pacto. Esta empresa pública fue investigada por Controlaría y se identificó perforaciones subterráneas y túneles abiertos que, tras la consulta y el fin de su contrato, en 2023, fueron abandonados”. 

El abandono de la infraestructura minera de forma “irresponsable”, según Ramos, “ha abierto las puertas para que en estos espacios operen mineros ilegales”. Además, la activista asegura que existe otra empresa que actualmente continúa sus operaciones, también en esta infraestructura, “de forma ilegal” con la explotación de minerales como el oro. 

“Después de la consulta, en el noroccidente hemos detectado que la empresa duplicó su operación día y noche, aprovechando las noches para evitar ser vistos por las comunidades y evitar controles del material que sale de la zona. Esta situación nosotros la detectamos y la denunciamos ante la Fiscalía, pero no se ha hecho nada”, dice. 

Pero esto no es todo, las amenazas del Chocó en temas mineros no sólo se rigen a las concesiones que, de alguna forma o de otra, deberán ser frenadas tras el resultado de la consulta popular. Estas también tienen su origen en la “minería ilegal, que responde a una lógica delincuencial”. 

Ramos asegura, con su voz entrecortada por la distancia, que en territorio se han identificado puntos de operación de la minería ilegal a lo largo del río Chirapi, por ejemplo. Allí se han encontrado maquinarias que se dedican a extraer minerales al borde del afluente y “también minería de socavón”. 

“Estos puntos de operación han sido mapeados e identificados por nosotros. La información fue entregada a la Fiscalía para que haga sus investigaciones, pero también al Ministerio de Ambiente y la Agencia de Control Minero, pues una vez dada la consulta sigue siendo responsabilidad del Estado el control de estos espacios y las actividades que se realizan. Sin embargo, estas instancias no han operado; así que el Estado es responsable por lo que se hace y lo que no se hace”, dice. “Se hacen de la vista gorda y permiten que se siga expandiendo la explotación minera. La situación es muy grave”. 

La minería de oro puede llegar a utilizar metales pesados, como plomo, para separar el oro de otros elementos. Luego, en el caso de la minería ilegal o no reglamentada, los residuos pueden ser tirados a las fuentes de agua generando que esta se vea contaminada, lo que también repercute en los suelos. Según un estudio de la revista Bionatura, en zonas cercanas a donde se realiza este tipo de minería, los metales pesados pueden incluso verse reflejados en los cuerpos de sus pobladores, por el agua y productos que se consumen. En el caso del Chocó Andino, dice Ramos, el agua y productos que aquí salen llegan hasta las ciudades, por lo que la contaminación puede llegar hasta la capital.  Según Fabricio Yánez, experto en gestión minera, esta es la principal amenaza que puede vivir un territorio con el avance de este tipo de actividades.

Ella asegura también que hay zonas donde la minería ilegal continúa su avance sin control y permanente revisión por parte de las autoridades. Esto, en la práctica, se traduce en una amenaza constante para esta zona biodiversa, donde la tarde empieza a caer en medio del sendero que recorre la estación. “Se necesitan acciones urgentes para proteger este espacio tan biodiverso, que necesita nuestro apoyo”.

Ganadería y monocultivos

El camino para llegar hasta Tandayapa es empinado y lleno de irregularidades, formadas por la tierra y el barro que marcan el rumbo. A lo largo del trayecto, el espeso ambiente verde desaparece por tramos, donde sólo un par de árboles se levantan sobre el pasto que sirve de alimento para el ganado que camina por los terrenos. Vacas y toros se ven en el camino, pasando de un lugar a otro, para buscar más comida.

“Este es uno de los problemas más graves que se viven hoy por hoy en el Chocó Andino”, dice Sofía Carvajal, ya de vuelta en el sendero. “Una de las cosas más graves de los monocultivos y la ganadería es la erosión de los suelos”.

La mujer voltea la mirada hacia el piso y señala la cantidad de hojas verdes y cafés caídas desde los árboles y plantas alrededor: “Todo esto es un fertilizante para el suelo, porque lo mantiene con los minerales y nutrientes necesarios para que pueda albergar vida. Pero para que esto se cumpla se necesita que haya una diversidad de fuentes que enriquezcan el suelo, esto no pasa con la ganadería y monocultivos”. 

Cuando una sola especie crece en la tierra y, además, se tiene la presencia de animales de ganado, la erosión y desgaste del suelo se incrementa considerablemente. 

“Aquí pasa mucho que hay terrenos que se dedican al ganado o que plantan una sola especie, que hacen crecer con fertilizantes para que lleguen rápido a su maduración. Esto es extremadamente dañino para el ambiente y para el suelo mismo. Así se quitan nutrientes al suelo, hasta llegar al punto en el que ya ni siquiera el pasto es utilizable, eso ya lo hemos visto en algunos terrenos en los que nos han permitido entrar a investigar”, dice.

Según datos recopilados por el Consorcio para el Desarrollo Sostenible de la Ecorregión Andina y la Mancomunidad Chocó Andino, la ganadería y la agricultura ocupan más del 80% del área del uso productivo del Chocó Andino y se “caracteriza por el manejo extensivo (grandes pastizal es y poco ganado) y baja productividad”. Esto, según destaca el informe realizado por las dos entidades, conduce hacia la expansión de la frontera agropecuaria hacia los bosques. 

Por esto, se detalla que es indispensable que pequeños, medianos y grandes productores de ganado adopten prácticas de manejo armónico entre la ganadería y la conservación de los recursos naturales. Entre estas “buenas prácticas” se habla de la zonificación técnica de las fincas, sistemas silvopastoriles, uso de cercas vivas, pastoreo rotacional con cercas eléctricas, aprovechamiento del estiércol bovino para su uso en la fertilización del terreno, implementación de caminos para facilitar la movilidad del ganado, uso de registros productivos, buenas prácticas de ordeño y mejoramiento del uso eficiente del agua. Estas acciones, sin embargo, según Patricia Delgado, investigadora en la zona, no se han tomado en cuenta como parte de proyectos masivos que permitan incentivar estas prácticas en las comunidades. 

A esto se suma la estrategia de monocultivos, para los que Carvajal, junto con la estación Tandayapa, han generado planes productivos que permitan brindar a los agricultores la posibilidad de continuar con sus trabajos productivos bajo la dinámica de diversificar el suelo. “Por ejemplo, se siembra naranjilla, más allá cacao, más allá palmito y así en todo el terreno. Esto no solo brinda un mayor descanso al suelo y un mayor aporte de nutrientes, sino que incluso puede mejorar la producción”. 

Como parte de estas iniciativas, la estación ha ido ejecutando acercamientos con las comunidades con el objetivo de brindar este tipo de opciones. Además, se ha analizado cómo los bosques pueden recuperarse de estos daños a través de la plantación de especies nativas y endémicas con el objetivo de acelerar los procesos naturales.

“Este bosque, en el que está la estación, fue un pastizal hace unos 30 años. Hoy es un bosque primario que se regeneró solo, por lo que estamos analizando este proceso para replicarlo en otros espacios y terrenos que han sufrido el mismo destino. Aquí es normal  que las personas compren un terreno lo talen e intenten hacerlo productivo, esto pasa desde la reforma agraria, por lo que estamos ya creando un invernadero con plantas que salen de este bosque para reforestar zonas aledañas”, dice. 

A partir de estas iniciativas privadas se espera que se pueda mitigar los efectos de esta amenaza para el Chocó Andino. Aunque, además, se pide que este tipo de proyectos también reciban una masificación por parte de los gobiernos para que puedan ser realmente viables y se planteen como una solución real. “La gente aquí está dispuesta a hacerlo, pero se necesita apoyo”.

Desatención estatal

Más de 30 mil personas viven en las seis parroquias que conforman el Chocó Andino, un espacio que además de ser diverso naturalmente es el hogar de barrios y comunidades desde hace décadas. Allí, la vida transcurre lento, en medio de los vehículos que circulan por la zona y el transporte pesado que utiliza la vía que llega hasta la costa ecuatoriana. 

Aquí, detrás del Pichincha y de la capital, pareciera que la presencia estatal ha sido olvidada, sobre todo en barrios y asentamientos lejanos a los centros poblados.  Carvajal asegura que cerca de la estación, en Tandayapa, la comunidad no cuenta con acceso a servicios básicos o higiénicos, como la recolección de basura. Además, en este espacio no existen escuelas o centros de estudio, por lo que los niños y adolescentes que allí viven deben bajar hasta Nanegalito, a veces caminando, para poder acudir a clases. “Otros ni siquiera estudian”. 

Este problema ha sido identificado claramente por Julio Flores, presidente de la parroquia de Nanegalito y de la Mancomunidad Chocó Andino. Para él, la falta de un esquema de regularización de barrios ha complicado gravemente el acceso a vialidad y servicios básicos en ciertas zonas pobladas del Chocó Andino. Además, la falta de escuelas y sistemas de educación “quita oportunidades a las personas que crecen toda su vida aquí”. 

Para él, la falta de un programa de inclusión real en la zona ha limitado a que se mantengan las mismas ocupaciones en el territorio, las que pueden llegar a ser perjudiciales de forma masiva como es el caso de la ganadería y el monocultivo. Por esto, detalla que si se quiere realmente implantar un cambio en la zona, viendo hacia la conservación, se debe también atender este tipo de necesidades que se viven en este espacio. 

“La idea es que el Chocó Andino sea una zona que viva del turismo sustentable y tenemos todo para hacerlo, pero necesitamos el apoyo de las autoridades para que este tipo de proyectos puedan impulsarse en las comunidades. Sin educación, servicios básicos, vialidad; ¿cómo podemos pensar en transicionar hacia un entorno amigable?”, dice. Actualmente, desde los gobiernos locales y la mancomunidad se plantea conseguir recursos para incentivar este tipo de proyectos, pues señalan que la solución para la zona debe ser integral.  

***

Cae la tarde en el bosque, donde hasta hoy la naturaleza convive con el ser humano en armonía. El viento de los andes arropa el dosel verde y empinado, en una de las zonas más biodiversas del país y del mundo, donde el porcentaje de especies endémicas elevado presentan un paraíso para expertos y amantes de la naturaleza. Pero las amenazas también están latentes. 

El tenue baño de luz de sol que llega a las plantas y a las personas es el mismo que, al otro lado del Pichincha, alumbra vivamente a una ciudad en ruido y poca calma. Pero solo eso, esta zona vive el olvido de las personas y las autoridades, lo que no se ve al otro lado, oculto entero el calor y la humedad del bosque nublado. 

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