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Barrio Bolaños: cercado por el desarrollo y olvidado por el Estado
octubre 2, 2024

¿Te imaginas no tener vías de acceso y tener que jalar dedo o cruzarte todo el túnel Guayasamín hasta para comprar pan? Este es apenas uno de los problemas que viven a diario en el barrio Bolaños, uno de los sectores afectados por el incendio forestal. 

POR: Esteban Cárdenas Verdesoto

El ruido de los vehículos al pasar es cada vez más fuerte. Un carro, otro, una furgoneta, una moto, otro carro; un patrón que se repite una y otra vez, sin descanso. A un lado de este ir y venir, una mujer camina encorvada sobre una pequeña vereda que marca el único camino peatonal de esta vía. Lleva un sombrero para el sol y los tintes azules de su ropa se funden con el brillo del cielo, que poco a poco empieza a taparse entre las nubes. 

“Buenas tardes”, dice con voz grave y algo ronca la mujer de 78 años. Ella es Josefina Simbaña, así se presenta con firmeza cuando se le pregunta su nombre: “Yo soy de aquí del Barrio Bolaños. Llevo viviendo aquí desde hace 60 años”. 

Con dificultad, la mujer se arrima sobre una pequeña pared de bloques de concreto, la misma que abre el camino a una serie de escaleras que marca la entrada a su casa y la de sus hermanos; una de las entradas al barrio Bolaños. 

Y es que a un lado de la avenida Oswaldo Guayasamín, cerca del túnel que conecta el norte de Quito con Cumbayá, se ubica este espacio, escondido por el ruido y el movimiento. Las casas que se levantan en este barrio no se ven desde arriba. Sólo aparecen en el paisaje al ver por el filo de la vía o al ingresar por alguno de los graderíos que, como puertas o canales, marcan el acceso al barrio. 

Aquí mismo fue donde, la semana pasada, se desarrolló parte del incendio forestal que se tomó zonas como Guápulo, el Parque Metropolitano Guangüiltagua y el cerro Auqui. Han pasado alrededor de nueve días desde que el temor llegó a las más de 60 familias que habitan en este barrio, cuando, en conjunto, salieron con mangueras, baldes y ollas viejas para hacer una barrera al fuego. 

“Aquí la virgen nos cuidó. Si usted ve, todo se quema alrededor, pero el barrio es como un oasis verde, entre todo lo quemado”, dice la mujer. 

Pero este barrio, recientemente encerrado por el fuego, ha vivido ya varios cercos más allá de las llamas. Otros que impactan en su día a día y que complican la cotidianidad de quienes lo habitan. Hoy, te contamos parte de los problemas de este espacio, olvidado por el Estado y por la sociedad.

Cerco en movilidad

La única vía de acceso al barrio Bolaños es la avenida Oswaldo Guayasamín, una carretera de flujo rápido y continuo de alrededor de 39 mil vehículos al día, según datos del Municipio de Quito. Por aquí no pasan buses ni ningún otro tipo de medio de transporte. Sólo carros, motos y transporte privado. Así lo explica Verónica Ninahualpa, de 53 años. 

La mujer se sienta en medio de un ‘oasis’, a pocos metros bajo la avenida a donde se llega después de bajar un grupo de escaleras irregulares, unas más grandes que otras. A un lado luce una especie de espacio aplanado, cubierto en concreto, que hace de entrada a la casa comunal del barrio y a una capilla en honor a la virgen. Al otro lado, bosque verde y pocas casas. Más abajo, las gallinas caminan libremente con sus particulares sonidos. Aquí, el ruido de la avenida desaparece con el ambiente acallado del bosque. 

“Cómo puede ver, aquí es tranquilo. Aquí uno vive tranquilo, pero sólo adentro. Ya cuando uno tiene que salir a la calle, se encuentra con todo el ruido y los peligros de la avenida. Este es como un pequeño espacio de paz en medio del caos”, dice la mujer mientras continúan las conversaciones de los vecinos que se han coordinado para recibir las donaciones que llegaron al barrio por el incendio forestal en este espacio. “Y el problema no es sólo ese”. 

Ninahualpa, luego de esta frase, alza la vista como buscando la carretera que se levanta en la parte superior del barrio: “Arriba es feo y de aquí no se puede salir así nomás. Cuando uno quiere salir, tiene que subir a jalar dedo y esperar que alguno de los carros o taxis que va a pasar por el túnel nos quiera llevar, lo mismo con los que bajan para Cumbayá. Porque usted ve y aquí no tenemos transporte público y tampoco hay taxis. Siempre nos pasa que uno quiere tomar uno y le dice que vamos al barrio Bolaños y se niegan, porque tienen que pagar el peaje del túnel y no quieren”. 

La mujer cuenta que esto se complica aún más tomando en cuenta lo difícil que es cruzar la calle para tomar los carros que suben al norte de Quito. Un problema que también lo tienen, aún peor, personas como Josefina Simbaña. 

La mujer de 78 años cuenta que es difícil cruzar la calle porque, al ser una vía rápida, “los carros pasan volando y no se puede cruzar. A veces me aceptan cuando jalo dedo al frente, pero hasta cruzar los carros ya se van, porque no pueden esperar y los otros carros se desesperan por verlos parados. Imagínese, para una mujer de edad como yo, que ya no es que pueda pasar corriendo la calle, es casi imposible salir del barrio”. 

Y no sólo eso. En el barrio no hay tiendas o puntos de abasto, donde los vecinos puedan comprar cosas tan cotidianas como pan y leche. Entonces, para hacer estas compras quienes viven aquí deben moverse a través del túnel Guayasamín, a veces hasta caminando, para hacer compras cerca de La Carolina y luego volver a sus casas. Cuando Simbaña quiere comprar papas o legumbres, en cambio, baja hasta Cumbayá. Para llegar, va caminando hasta la intersección de la Simón Bolívar y la Oswaldo Guayasamín para tomar un bus. Luego, de regreso, le toca cruzar el mismo trayecto caminando, pero con peso encima. “Entonces uno ya no puede comprar mucho. Cuando compro papas, no puedo comprar más que un par de libras porque para subir una arroba no me da ni la edad ni el camino. Así que se complica mucho”. 

La mujer vive en este barrio con sus dos hijas y nietos, porque su esposo murió hace más de cinco años. Son sus hijas las que le ayudan a mantener su hogar y, para sobrevivir, ella también ha tenido que recurrir a la agricultura. “Lo bueno es que aquí se dan nomas las plantas. Así que me toca sembrar maíz, tomate y lenteja, cuando se da, pero tampoco se puede sembrar mucho porque ya no soy joven y no puedo mantenerlo sola”. 

Este mismo problema de la movilidad se repite en todas las generaciones. Lady Quilumba, de 27 años, cuenta cómo moverse a la universidad, al colegio y ahora al trabajo ha sido un gran reto de todos los días. Pero hoy, a esto se suma la inseguridad. 

“Ya ahora me da hasta miedo salir así nomás, porque una vez cruzando por el puente me robaron. Un señor que, no sólo me quería robar, porque uno piensa que si solo le quieren robar le quitan el teléfono y ya. Pero el señor me quiso hacer que le siga de regreso en el puente”, dice. Asimismo, otro día en el que caminaba para bajar hacia Cumbayá ella tuvo otro encuentro con la delincuencia. “Ese día, en cambio, un señor me paró para robarme y después quería meterme a los matorrales. Yo no me dejé, pero pienso que quería hacerme algo más”.

Ella explica que estas experiencias no son aisladas, porque en el barrio tampoco hay vigilancia policial necesaria como para luchar contra el avance de la inseguridad. “Si piensas que hay muchas jóvenes que salen a sus colegios y universidades aquí, el riesgo es alto”. 

Así, el barrio Bolaños se ve como un espacio cercado por el desarrollo. Ángela Maleza, de 68 años, cuenta que ella vivió en este espacio toda su vida. Sin embargo, recuerda mejores momentos, antes de la llegada del desarrollo, tanto vial como urbanístico. Tiempos en los que era más fácil vivir aquí. Sin embargo, hoy el desarrollo ha cercado este espacio, lo ha encerrado.

“Yo me reuní con el Alcalde, con otros vecinos, y nos dijo que no nos van a poder dar transporte, porque es una vía rápida y es inviable abrir una línea de transporte aquí. Y con lo del contraflujo que hacen en el túnel, dicen que no se va a poder. Pero nosotros cómo hacemos, entonces”, dice. 

Otros problemas

Pero la desatención estatal ha sido una constante en este barrio. Ernesto Villacís, de 42 años, cuenta cómo todo lo que se tiene en el barrio ha sido producto del trabajo en mingas. 

“Así construimos las gradas, los parqueaderos, porque aquí no hay vías de acceso. Entonces, quienes tienen carro no tienen donde dejarlos. Así se hizo la casa comunal, las casas de algunos vecinos. Todo ha sido por minga”, dice. 

Y es que incluso para que lleguen servicios, como el Internet, se tuvo que hacer gestiones personales por parte de los vecinos. “Hace dos años recién nos llegó la fibra óptica, porque le convencimos al sector privado”, dice. “Aquí llegó tarde el agua también. Antes nos abastecíamos con tanqueros o con una acequia que pasa más abajo, por los dos puentes, que antes traía agua limpia. Hoy esa también está negra”. 

Él mismo cuenta que el barrio tiene más de 100 años de existencia y forma parte de la comuna Guápulo-Pampa. “Nuestros abuelos fueron dueños de estas tierras, hoy nosotros somos la tercera generación que está aquí y nuestros hijos seguirán. No somos un asentamiento y, aunque no conozcan de nosotros, aquí estamos”. 

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