Con las puertas cerradas y las luces apagadas, la Basílica del Voto Nacional permanecía al mediodía en un silencio casi sagrado. La penumbra envolvía sus bóvedas góticas y apenas algunos destellos de color se filtraban tímidos por los vitrales, proyectando fragmentos de luz sobre el mármol.
De pronto, la quietud se quebró. Un murmullo eléctrico llenó la nave central y, desde un conjunto de nubes en miniatura, brotaron relámpagos y truenos. Era una tormenta perfecta, cuidadosamente diseñada, con lluvia real cayendo sobre un paisaje diminuto.
Poco después, el techo se transformó en un cielo estrellado. Sobre el lienzo blanco apareció una constelación de luces, y entre ellas una destacaba con fuerza: una estrella grande, luminosa, inconfundible para el mundo cristiano. La estrella de Belén —o de Oriente— dominaba la escena y anunciaba la llegada de un nuevo nacimiento.

Esa luz violeta bañaba la estructura de seis metros cuadrados donde se representa el momento más emblemático del cristianismo: el nacimiento de Jesucristo. Frente al montaje, Luis Alberca Torres, responsable de la exposición, observaba con emoción el resultado de semanas de trabajo. “Esta es la representación más importante del pesebre monumental”, dijo con orgullo. “Es una obra catequética y un proyecto de evangelización. Queremos recordar que la Navidad no es Papá Noel ni los regalos, sino el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
Las figuras del Niño Jesús, María, José y los tres Reyes Magos —el corazón del conjunto— llegaron hace apenas dos semanas desde Italia, donde fueron elaboradas a mano desde abril pasado. Son parte de un universo más amplio de 1.700 personajes, de los cuales 650 tienen movimiento. Con ellos se reconstruyen los primeros años de vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su encuentro con los doctores en el templo de Jerusalén, a los 12 años.

A primera vista, el visitante queda atrapado en un mundo suspendido en el tiempo. Sobre una colina de espuma flex que parece arcilla, un letrero naranja anuncia “Nazaret”, como si bastara una palabra para abrir una puerta al pasado. En ese escenario diminuto, pastores cuidan ovejas de yeso, agricultores cosechan frutos, y artesanos trabajan sus oficios con precisión milimétrica.
“Ninguna figura está colocada al azar”, explica Alberca. “Cada escena tiene un significado catequético y artístico. Representamos los oficios de la época, las costumbres y los pasajes bíblicos más importantes”.
El conjunto se extiende a lo largo de 280 metros cuadrados e incluye 90 edificaciones, efectos de día y noche, lluvia, nieve y un río artificial de 26 metros. Por sus dimensiones, es considerado el belén bíblico más grande de América Latina. Desde mañana, viernes 24 de octubre, la Basílica abrirá sus puertas al público con dos meses de anticipación a la Navidad. La exposición podrá visitarse hasta el 15 de enero, todos los días, de 9:00 a 18:30, con un costo de tres dólares para adultos y USD 1,50 para niños, personas con discapacidad o de la tercera edad.

Las figuras humanas, animales y edificaciones provienen de talleres artesanales de Italia y España. Algunas han sido adaptadas con mecanismos para simular movimiento: un elefante que levanta la trompa, mujeres que muelen el grano, pastores que caminan. El montaje tomó 70 días de trabajo continuo de un equipo de seis personas, entre artistas, pintores y técnicos en electricidad y mecánica.
El mantenimiento es una labor silenciosa y paciente. Diego Campoverde, especialista en artes plásticas, se encarga de reparar las figuras dañadas. “Son piezas muy pequeñas, hay que cuidar cada detalle”, dice mientras sostiene una figura de yeso. “Un arreglo puede tomar uno o dos días. Se pega, se deja secar, se lija, se pinta, y al final queda como nueva”.
Usan arcilla y pastas especiales para garantizar que los movimientos no provoquen fracturas. “A veces se rompen las manitas o los deditos. Mi trabajo es restaurarlas, pintar, mejorar la vestimenta y ajustar los mecanismos para que no se vean las uniones”, detalla Campoverde.
Servicio detrás de la exposición
La historia de este belén monumental comenzó hace 21 años en Loja, cuando el padre Jimmy Arias Piedra —fallecido en 2021 por la pandemia— decidió montar un pesebre de apenas 10 metros cuadrados en la parroquia Nuestra Señora de la Paz. “Los niños confundían la Navidad con Papá Noel”, recuerda Alberca. “El padre Jimmy quiso mostrar el verdadero sentido de la celebración”.
Desde entonces, el proyecto creció y dio origen a la Fundación Padre Jimmy Arias, que atiende a niños y jóvenes con problemas psicológicos y psiquiátricos de escasos recursos. Parte de la recaudación del belén se destina a sostener esta labor social y a la conservación de la Basílica del Voto Nacional, uno de los mayores patrimonios arquitectónicos del Ecuador.
En medio del silencio final, la luz violeta vuelve a encenderse. La estrella de Belén brilla otra vez sobre la nave central, como si recordara a los visitantes que, más allá de la técnica y el arte, la Navidad —en este templo y en el corazón de Quito— comienza siempre con un gesto de fe.




