La comunidad indígena waorani ha aprendido a vivir consumiendo el agua lluvia, y de esta manera le hacen frente a la contaminación de sus fuentes hídricas que han sido afectadas por el extractivismo. La vida sana en este territorio ha sido amenazada.
Por: Esteban Cárdenas Verdesoto
Una gota. En el techo de zinc corroído resuena el primer rebote de agua. Rápidamente son dos, tres, cuatro, veinte; incontables golpes sin ritmo ambientan la madrugada y acompañan la sinfonía de insectos y animales propia del verde profundo de la selva. La cortina líquida recubre el cielo y el paisaje impenetrable. La lluvia eterna escolta el sol a su llegada.
—Llovió toda la madrugada, ¿sí le dejó dormir?— me dice Germán Agua, líder waorani, desde su hamaca colgada en lo que vendría a ser la sala de su casa.
— Ahora, ya que tenemos bastante agua en el tanque, puede bañarse, si quiere— agrega.
El hombre de 53 años luce impávido, como suspendido en el tiempo. El ritmo de su voz es tan lento como el vaivén de su hamaca que, a unos 40 centímetros del suelo, va de derecha a izquierda una y otra vez. Está hecha a mano con hebras de palma secas. Su cara de rasgos indígenas luce cansada y sus ojeras profundas e inflamadas cubren sus ojos. German es alto, tanto que cubre todo el largo de la hamaca sobre en la que recibe todas las mañanas cada vez que vuelve al Yasuní, su casa, para descansar de la burocracia de las ciudades.
El olor que trae la lluvia cuando humedece la tierra y el verde de las plantas se apodera de la casa de madera, un espacio color café con pocas paredes; como para pasar la brisa de la selva. Es de dos pisos; en el primero, elevado apenas unos 30 centímetros del suelo para evitar que serpientes y otros animales puedan entrar fácilmente y huir de las posibles inundaciones, está la sala y el comedor. En el segundo piso, al que se sube por unas escaleras estrechas y pronunciadas, hay tres cuartos cerrados entre paredes y mosquiteras, donde reposan camas y hamacas para el descanso por la noche.
Acompañado por la misma lluvia, que varía en su ritmo entre la garúa y el diluvio en tan solo pocos minutos, Germán se levanta lentamente de su hamaca para entrar a un pequeño cuarto cerrado con llave. Es la despensa donde guarda todos los víveres que trae de la ciudad. Saca los alimentos para preparar el desayuno junto con su esposa: arroz, salchichas, fideos y papas son parte del menú del día. Los lleva a la cocina, el único espacio de la casa que se encuentra al ras del suelo para poder prender fuego de forma manual y segura. Camina lentamente en busca de un galón de agua. A pesar de que este líquido abunda en los ríos y cuando llueve, escasea en su versión cristalina, limpia y, sobre todo, potable en esta zona de la Amazonía; libre de todo desecho o contaminante. Por esto, les queda utilizar botellas comerciales que traen a sus hogares todos los días. Con el paso del tiempo y a medida que ha avanzado la explotación petrolera y minera en la zona es más difícil conseguir agua pura.
—Aquí llueve unos nueve o diez meses al año y tenemos dos ríos cerca, pero el agua que viene de ahí no se puede tomar. Por eso, cada vez que venimos traemos cinco o seis galones de agua, según el tiempo que nos vayamos a quedar, para cocinar y tomar. Ya nos ha pasado que mis hijos se enferman del estómago. Una vez tuvimos que salir al hospital, porque la menor se intoxicó— dice con la misma lentitud con la que camina de vuelta a la cocina, donde el olor a fritura se comienza a mezclar con el aire húmedo.
Pero este no fue el inicio de este viaje, uno que busca demostrar la realidad del acceso al agua de las comunidades indígenas waorani del Yasuní y su estilo de vida, que convive directamente con la explotación de recursos y de sus espacios. La historia no empieza aquí.
Capítulo 1: Waponi Vaneke
Con voz profunda, sobre una camioneta enlodada y llena del agua que cuenta la lluvia Amazónica de El Coca, ese fue su salido.
- Tiene que aprender, así se dice buenos días en wao: Waponi Vaneke. Para que salude a las personas en la comunidad.
El camino hacia Guiyero inició allí, donde la carretera, con cada kilómetro, iba marcando la lejanía con la ciudad, las casas y el ruido. En ese mismo camino, también empezaron a aparecer las señales de la explotación, en este caso, petrolera.
—Mire, mire a su derecha. Ese es un mechero que ocupan para quemar el gas de los pozos — dijo Germán Awa mientras seguía conduciendo.
Y efectivamente, en medio del frondoso verde una estructura metálica sobresalía entre los árboles mostrando una llama, de esas que la Corte Constitucional ordenó apagar pero, como dice el dirigente, “no hay control ya por aquí y por eso no hacen caso”.
— ¿Y aquí qué tipo de explotación tienen, solo petrolera? — pregunté.
— No, hay mucha explotación petrolera en Orellana y de eso se habla mucho también. Pero también ha llegado la minería. Yo he llegado a ver maquinaria más adentro, cerca del río, que extrae oro y otros minerales. Pero eso nadie quiere aceptar, porque no hace mucho que llegó aquí.
— ¿Entonces es un secreto a voces?
— Exacto, mi amigo wao. Todos saben, pero nadie hace nada porque tampoco les conviene controlar y las autoridades están preocupadas más por reelegirse que por hacer algo. Pero ya vamos a ver allá, ya va a ver todo lo que se puede afectar por la explotación en nuestra comunidad.
Guiyero es una comunidad de 30 casas y 150 personas, levantada en lo profundo del parque nacional Yasuní, en la Amazonía ecuatoriana. Para llegar aquí desde Quito se deben cruzar 410 kilómetros: son 380 en carro hasta Pompeya, un poblado a orillas del río Napo, para después tomar una gabarra que, junto con los vehículos, marca la antesala de otros 30 kilómetros por un camino lastrado que dirige hasta la comunidad. El pueblo se levanta en uno de los lugares más biodiversos del mundo, declarado así por la Unesco, que también calificó este espacio como Reserva de la Biósfera. Su nombre es el mismo que el del río que la rodea: Guiye (zancudo) yero (río), como lo bautizó la nacionalidad waorani en su idioma, pero conocido en el mundo occidental como río Tiputini. Esta es una de las cinco comunidades de la nacionalidad waorani que se extienden a lo largo de esta selva.
Son más de 13 horas de viaje para llegar aquí. En el lugar abunda la vida en todas sus dimensiones: aves, insectos, reptiles, anfibios y mamíferos. Pero los servicios esenciales, que son imprescindibles en el día a día en las ciudades, como el acceso a agua o a salud, escasean, son un lujo inalcanzable.
La comunidad existe hace 80 años en ese lugar y a lo largo de este tiempo sus habitantes han tenido que inventar nuevas formas para poder cubrir sus necesidades y sobrevivir al duro ambiente de la selva, donde hace unos 30 años empezó a llegar la explotación petrolera de la mano de la empresa privada: “Petrolia” fue el primer nombre con el que empezaron a convivir, fue la primera empresa que llegó a la zona.
Aquí funciona el bloque 32, hoy operado por Petroecuador, que se encarga de extraer todo el ‘oro negro’ bajo tierra para luego enviarlo a las centrales de transporte que se encuentran cruzando el río Napo, que marca la entrada al Yasuní, con la ayuda de gabarras, grandes botes que cruzan de un lado al otro los vehículos sobre sus plataformas. Cada mes los pobladores de Guiyero ven salir al menos 30 tanqueros, grandes camiones que llevan el líquido que, según se ha vendido, son parte de sus riquezas subterráneas, aunque a ellos no les sirve de mucho.
Su ‘oro negro’ los ha obligado a convivir día a día con la explotación, desde que a las empresas extractivistas se les permitió la entrada a su hogar. De hecho, en Guiyero las personas no hablan del Estado o del Gobierno, sino directamente de las petroleras. A estas les reclaman lo mismo que en las ciudades le exigen a las autoridades: obras, acceso a servicios básicos, ayuda en salud. Aquí el Gobierno legítimamente constituido es un fantasma que se sabe que existe y toma decisiones a nivel nacional, pero que no llega a lugares tan remotos donde las mineras son el estado y se han convertido en un gobierno paralelo.
En la comunidad hay una escuela, construida por la petrolera; hay postes de luz y energía en las casas de madera, algo que también implementó la petrolera; hay un pequeña cancha de fútbol con un techo de zinc, obra de la petrolera; también hay un sistema de acuicultura para ‘cultivar’ peces de la zona, algo que Germán agradece a la petrolera. Todas son dádivas que se han ido otorgando a lo largo del tiempo desde las empresas que han operado este bloque. De esta manera mantienen “contentas” a las comunidades, pero nada ha sido gratis.
—Para tener todo esto nosotros hemos tenido que hacer paros de semanas o meses, porque sino no nos dan nada. Ya que están aquí y no se quieren ir, aunque nosotros ya queremos que se vayan, hemos pedido que nos permitan vivir dignamente con paros y que así al menos algo de lo que ganan sea también para nosotros. Si no, se olvidan que existimos, como ha pasado siempre—.
El último paro que hicieron respondió a una necesidad básica que poco a poco ha sido cada vez más una cuestión de vida o muerte: tener agua potable. Germán cuenta durante todo el tiempo de existencia de la comunidad, la nacionalidad waorani ha aprovechado su cercanía al agua de los ríos para abastecerse del líquido vital.
—Toda la vida se ha recolectado agua del río para beber, para comer, para todo. No podíamos siempre coger agua del ‘guiye’ (nombre del río Tiputini en waorani) porque esa agua es turbia por la tierra y todo lo que llega, pero por aquí tenemos otro río que se llama piraña y que era cristalino. Ese era el río que utilizábamos para traer el agua a las casas y hacer todo lo del día a día. Pero poco a poco ese río también se hizo turbio y dejó de ser consumible. ¿Por qué? Nosotros sabemos que la petrolera llegó a contaminar todo esto. Desde hace algunos años tenemos cada vez más personas enfermas por tomar el agua del río, que hasta hoy se consume, porque no hay mucho más que hacer—
Por esto, en una de sus protestas que duró tres semanas, en las que bloquearon el paso de vehículos por el camino que construyó la petrolera para llegar al bloque de extracción, reclamaron que la empresa dé el dinero o el material para hacer un proyecto que les permita llevar agua consumible a sus casas. Luego de peleas y discusiones, la lucha tuvo resultados y pudieron hacer un sistema de tuberías que lleve agua de una vertiente, ubicada a unos 20 minutos monte arriba, hacia un sistema centralizado, e las puertas de la comunidad.
—Eso fue hace unos seis meses. La petrolera nos dio el material para hacer una pequeña represa que captaba todo lo que venía de esa vertiente; después en mi familia nos demoramos unos tres meses en construir eso y hacer un sistema de tuberías con madera que traiga el agua hasta la comunidad por gravedad—
Pero esto no duró mucho. German, con el afán de mostrar parte del trabajo que han hecho, nos condujo al lugar donde inició este último proyecto. Para llegar allí hay que conducir 15 minutos antes de empezar un camino que parece inexplorado, en medio de la selva y rodeado de árboles de más de 100 años.
Allí, un pequeño riachuelo, del que se supone que el agua salía limpia, hay una pequeña represa de no más de tres metros de diámetro que acumula un agua blanquecina llena de moscos y lo que parecen renacuajos. El agua pasa por filtros improvisados con mallas que no permiten el paso de hojas u objetos grandes para luego almacenarse en un tanque lleno de moho, antes de emprender el viaje de abastecimiento a la comunidad.
—El agua de aquí era limpia pero ahora ya puede ver como está. También ya está contaminada y esta misma agua es la que baja a las casas de las personas. Nos estamos quedando sin opciones.
La situación que vive Guiyero también se ve reflejada en las cifras oficiales que maneja Ecuador. Según los resultados del Censo Poblacional de 2022, las provincias amazónicas están entre las de menor índice de acceso a agua potable en Ecuador. En Orellana, donde se encuentra Guiyero, este servicio solo está garantizado para el 28,7% de la población. Es decir, menos de 3 de cada 10 viviendas tienen acceso a agua potable.
Por otro lado, según la encuesta de Desnutrición Crónica Infantil que levanta el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), en las provincias amazónicas 6,76 de cada 10 vasos de agua que toman sus pobladores están contaminados con diferentes tipos de residuos. Esto quiere decir, que de 10 vasos de agua que se consuman en Guiyero, solo tres podrían no estar contaminados, sea esto por bacterias o por otro tipo de elementos.
—Ya en este punto sabemos que la contaminación viene de las petroleras, pero también las comunidades hemos detectado que en los límites del Parque Nacional Yasuní se ha empezado a dar minería ilegal, porque aquí se encuentra mucho oro. Hemos visto maquinaria y elementos que ocupan para la minería y ya hemos sido muy duros con este tema, porque ya conocemos lo que pasó con el petróleo y no queremos que pase lo mismo con la minería, pero las autoridades no hacen nada y nosotros estamos intentando controlar lo más posible el territorio.
Descontrol minero
En los últimos años la minería en la Amazonía ecuatoriana se ha disparado exponencialmente. Según datos de Maap Biomas, iniciativa independiente que se encarga de mapear y georreferenciar el aumento de las amenazas al ambiente. Nunca antes esta actividad había alcanzado una extensión tan grande en Ecuador.
Sólo entre 2015 y 2021, se incrementaron 5,616 hectáreas de nueva minería, para alcanzar una superficie total de 7,495 hectáreas de superficie minera en 2021. Esto equivale a 10,555 canchas de fútbol profesional. Este incremento drástico se registra a partir de 2015, en el que el crecimiento ha sido del 300%; es decir, a partir de 2015 las áreas de minería se cuadruplicaron.
Orellana no ha sido la excepción en esta dinámica. La iniciativa detectó que en esta provincia el río Punino ha sido uno de los espacios donde más se ha registrado incremento en minería en los últimos años, esto ha sido reflejado en los niveles de deforestación que registra la zona.
Solo en 2023, Maap Biomas detectó un aumento del 216% de la actividad minera, lo que representa 784 hectáreas más dedicadas a esta actividad, mayormente ilícita por estar ubicada fuera de las zonas donde la extracción de materiales está permitido. Principalmente, en esta zona se extrae oro.
En el caso del Río Punino se puede ver que la expansión minera ha avanzado abruptamente ocasionando un aumento en el registro de deforestación registrada, sobre todo, en el último año. Para expertos como Carlos Guzmán, ingeniero en minas y petróleos, este incremento tan reciente y considerable es un indicio de que se está generando un nuevo espacio de explotación —al que hay que ponerle ojo porque la zona, al ser minería ilegal la que se realiza allí, va a comenzar a hacerse cada vez más apetecidos para la realización de esta actividad—. Él es Académico y ha trabajado directamente con comunidades indígenas de la Amazonía para mapear y medir los efectos de la contaminación minera en zonas como la cordillera del Cóndor y reservas como El Chaco.
Los datos de Maap Biomas demuestran el nivel de deforestación que se ha incrementado en la zona, lo que a su vez confirma el indicio que expone Guzmán. Además, los gráficos muestran claramente que la mayoría de la deforestación minera se encuentra fuera del límite de las zonas autorizadas para realizar minería. Específicamente, se estima que 90.4% (904 hectáreas) sería minería ilegal.
Pero, ¿cómo afecta el avance de esta minería a comunidades como Guiyero, que se encuentran a aproximadamente a una hora de camino de este espacio? La respuesta se encuentra en el gráfico previamente expuesto. Allí se pueden ver todos los afluentes que se ven afectados por la contaminación de las actividades mineras, que también alcanzan al Río Coca. Este alimenta directamente a otros afluentes menores como el río Tiputini o el río Piraña, claves en el desarrollo de la vida en Guiyero.
—Esto es un indicio de que, de seguro, la minería ilegal está expandiéndose por estos ríos. Porque, además, hay que recordar que la minería aurífera se realiza generalmente al borde de los ríos para poder tener un mejor acceso a la limpieza del material extraído. Hay estudios pequeños sobre el avance de esta actividad en zonas como el Río Coca, que colindan con el Yasuní—, dice.
El experto asegura que estos estudios detectan las actividades mineras a través del análisis del agua. Esto, debido a que para la limpieza del oro que se extrae se usan metales pesados como el plomo para que el material se aglutine. Esto, a su vez, deja restos en el agua que se pueden detectar.
—Se ha detectado presencia de plomo en afluentes cercanos al Yasuní, lo que significa que la minería ilegal se está expandiendo por la zona. Y esto es grave, porque el plomo es un metal pesado que se queda tanto en el agua, en la tierra y en los animales que están en estos espacios. Son metales que no salen del cuerpo y que pueden ocasionar enfermedades graves como cáncer, tumores y hasta la muerte—, dice.
La contaminación por plomo puede llegar a las personas fácilmente a través de la comida o el agua que se consume. Y esto hace, a su vez, que estos contaminantes se queden en el cuerpo de las personas e incluso puedan ser trasladados de generación en generación.
Según un estudio de la revista Bionatura, la minería ya ha dejado huella en zonas donde la extracción ha ido cobrando fuerza en la Amazonía ecuatoriana. La investigación apunta a que el aumento de operaciones extractivas ha incrementado también la cantidad de metales pesados, sobre todo plomo, magnesio y mercurio, en los suelos cercanos a zonas mineras.
Al realizar pruebas de orina, sangre y cabello a más de 200 pobladores de comunidades cercanas a espacios de extracción minera en Ecuador, la investigación detectó altos niveles de plomo y mercurio en sus organismos. Los resultados encontrados revelaron que los niveles de estos metales pesados en los cuerpos de los pobladores superaban el límite máximo establecido por organizaciones de salud.
Daniel Guillén, médico experto en toxicología, explica que los compuestos como el plomo y mercurio son metales pesados que, por su composición, tienen un peso molecular alto y no se pueden eliminar del cuerpo. “Cuando éstos entran al cuerpo, tienen efectos en la salud y afectan diferentes órganos”.
—El plomo, por ejemplo, afecta al sistema nervioso y puede llegar a dañar a las neuronas, especialmente las del cerebro. El plomo afecta también a la médula ósea. Los daños en sí son muy diversos, dependiendo de cada metal, pero en general causan lesiones celulares en el cuerpo. (…) Algo importante del plomo es que se lo ha relacionado con el retardo mental y la pérdida de habilidades cognitivas. (…) En cuanto al riñón, los metales pesados pueden derivar hasta en una insuficiencia renal—, dice el galeno.
El experto detalla que el principal problema de estos contaminantes es que no pueden eliminarse del cuerpo y generan efectos acumulativos. Es decir, mientras las personas estén en contacto con estos compuestos, su concentración crece en su cuerpo aumentando la posibilidad de sufrir consecuencias, que pueden llegar a derivar en la muerte.
—Ese es el problema: no se eliminan y si se eliminan es en muy baja escala. Los compuestos, por su peso, no pueden ser metabolizados y los que están diluidos en la sangre, causan daño donde vayan. Si la contaminación es muy alta, los metales se acumulan en el pelo haciendo que éste empiece a quebrarse.
En el caso del mercurio, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), su presencia en el cuerpo puede generar trastornos neurológicos y del comportamiento, “con síntomas como temblores, insomnio, pérdida de memoria, efectos neuromusculares, cefalea o disfunciones cognitivas y motoras”. Para la institución, éste compuesto es “uno de los diez productos o grupos de productos químicos que plantean especiales problemas de salud pública”.
Y si de algo más hay que preocuparse, los estudios señalan que la presencia de metales pesados pueden afectar al desarrollo de los fetos en etapas de gestación e incluso pueden verse transmitidos desde las madres a sus hijos, expandiendo la huella de la contaminación.
—Estos registros ya deben ser una alerta para tomar en cuenta que el avance de la minería está llegando a lugares que se consideraban prístinos. Y una vez más, esto es muy grave”, agrega Carlos Guzmán.
De este modo, se puede ver que la minería es una actividad extractiva más que empieza a cercar a más zonas como Guiyero y que, aunque su actividad aún no se detecta a grandes escalas, su fantasma se acerca.
Y algo peor, según informes de inteligencia de Policía Nacional, la minería ilegal ha sido una forma de financiamiento de los grupos de delincuencia organizada que operan en el país.
Para conocer la versión estatal y la situación en datos de esta zona, se consultó al Ministerio del Ambiente y al Ministerio de Minas y Energía sobre las condiciones en las que se encuentra el parque nacional Yasuní y la explotación minera y petrolera en sus alrededores. Además, se intentó conocer qué tipo de acuerdos se mantienen con las empresas autorizadas para la extracción de recursos para mantener el ambiente y garantizar la calidad de vida de las comunidades que habitan estos espacios. Sin embargo, hasta el cierre de este reportaje no se recibió respuesta alguna.
Por su lado, la comunidad ha levantado sus reclamos contra la industria petrolera, ya que el Estado no existe en estos espacios olvidados por la burocracia, esa que solo los toma en cuenta cuando se busca ampliar la explotación, como se comunicó a las comunidades en los últimos años, algo a lo sé negaron.
Agua lluvia
De vuelta en la comunidad, el ruido, la música y los pasos desordenados de un partido de fútbol se sienten entre las personas que señalan y ven a los extraños que han llegado desde la ciudad. Todos los fines de semana en Guiyero se organizan pequeños campeonatos que reúnen a todas las comunidades cercanas, entre risas, gritos y alcohol.
En medio del partido, una mujer mayor se acerca a una de las bancas y pregunta por el motivo de nuestra visita. Al hablarle sobre el acceso al agua que tienen en la zona, la mujer entra en confianza.
—Yo tengo tres hijos y dos que ya murieron. Una de ellas murió hace unos tres años cuando tenía tres meses. Cuando la sacamos al hospital en El Coca nos dijeron que estaba intoxicada por contaminantes en el agua, porque nosotros en la casa tomamos agua del Río Piraña y hoy nos dicen que ya no podemos tomar agua de ahí. Antes de eso otro de mis hijos también murió y creo que fue por lo mismo—.
—¿Y usted sigue tomando agua de ahí?—, le pregunto
—Sí, no hay muchas más opciones. Recién pusieron esa agua por tubería pero mi casa está lejos y no llegamos, así que seguimos bajando a coger agua del río para beber y cocinar. Aunque ahora la hervimos porque nos dijeron que eso es bueno para matar a los bichos que tiene—
Esta es la realidad de todas las personas que viven en la comunidad. Todas consumen agua del río o del líquido que llega contaminado de la represa que abastece a las casas más cercanas a la vía empedrada abierta por las petroleras.
Por esto, las personas crearon una nueva opción para abastecerse usando uno de sus recursos más comunes: el agua lluvia. Los habitantes de Guiyero han optado por colocar canaletas en cada una de sus casas y en el pequeño ‘coliseo’ ubicado en el centro de la comunidad, para captar el agua lluvia. Esta baja por mangueras y se acumula en baldes oxidados, reciclados de las petroleras, donde guardan el agua para el uso diario.
—Nosotros decidimos crear un sistema de recolección de agua lluvia para tener más agua y así ver si podemos seguir sobreviviendo, porque como puede ver, aquí esto es cosa de supervivencia— dice Germán.
Sin embargo, esta agua no está exenta de contaminación. Diana Zúñiga, ingeniera ambiental, ya en la ciudad, cuenta que los sistemas hídricos funcionan como una esfera. Así, el agua que cae en forma de lluvia es un resultado del agua que se evapora desde la tierra y los ríos. Por esto, la misma contaminación que se encuentra en tierra firme sube hasta condensarse en las nubes y luego cae en forma de lluvia, “con los mismos contaminantes”.
Germán asegura que por esto se pide una solución de fondo y estructural, “porque nunca se han preocupado por la comunidad y por las nacionalidades”, dice.
—Hoy nos amenaza el petróleo, la minería y la contaminación. Toda la vida hemos vivido amenazados y ahora no tenemos mucho más que hacer y el Gobierno tampoco nos ayuda. Yo ya he visto cómo la minería avanza en El Coca y en los ríos de Pompeya, por donde se entra a la comunidad. Nos hemos parado duro toda la vida, pero necesitamos también que nos regresen a ver—.
A lo largo de su historia la nacionalidad waorani ha sido un pueblo guerrero y fuerte, donde hombres y mujeres han participado activamente en la defensa de su territorio. Hoy, su lucha continúa contra la minería, contra el petróleo y en la defensa por la vida.
—Queremos pedir a las autoridades que nos regresen a ver, porque nosotros somos Waorani, defensores de la naturaleza y el ambiente. Solo pedimos que nos permitan vivir en paz y tranquilos en nuestro territorio—, son las palabras de Rosa Agua, abuela de Germán, quien es una de las herederas de las primeras ancianas que se levantaron contra la explotación petrolera con su llegada a su territorio.
Pero la lucha se mantiene también en las nuevas generaciones. De vuelta en la casa de Germán Awá, sus hijas se juntan con sus tías y abuelas, sentadas sobre la madre que marca la entrada a la sala. En una suerte de clase oral y práctica, las mujeres adultas enseñan a las pequeñas a preparar uno de los tintes que utilizan para realizar sus artesanías.
—El rojo sale de una planta. Es de una palma a la que hay que hervirle por toda la noche para que salga el tinte, pero antes hay que trabajarle, deshojarle y frotarle con un cuchillo bien afilado. Luego a esto se le hierve y como ve sale un tinte muy rojo que luego le dejamos por un día más con las fibras para hacer los bolsos o las hamacas— así explica el proceso una de las mujeres, mientras en wao detalla el paso a paso a una de las pequeñas.
El rojo en la olla es cada vez más fuerte y llega el turno de una de las niñas. Ella agarra el cuchillo con firmeza y con ayuda de la mano de una de sus tías empieza a tallar el tallo de la palma. A sus espaldas, su hermana empieza a tocar su cabello, lo rebusca como buscando rastros de alguna impureza y, una vez terminado el análisis, empieza a trenzarlo. Después me explican que esta es una de las formas de interacción y cariño entre las mujeres de la comunidad.
Este espacio, sin embargo, no solo sirve para este tipo de actividades. El rechinar de las maderas de la casa de Germán luce el atardecer y el bajar del sol en medio de la inmensidad del Yasuní. Mientras sus hijas y su familia continúan con la lección, el hombre se levanta de su hamaca y camina lentamente hacia la entrada, donde la sinfonía de manos, cuchillos y el cabello continúa.
—Así es como nosotros aprendemos todo lo necesario en la comunidad. Así también es como se cuentan las historias de nuestros antepasados y así aprenden nuestras hijas sobre la lucha de los wao. Porque ellas y ellos tienen que seguir con nuestra lucha, que es una lucha por nuestra familia y por nuestra vida. Ya ha visto usted, esta es nuestra vida y queremos que se mantenga así.
La casa de Germán, al caer de la noche, se convierte en un punto de encuentro entre las nuevas y antiguas generaciones. Todos tiene un solo objetivo: mantener su vida, su forma de ver el mundo, sus ríos, su comida, su casa: esa que va más allá de las maderas tapiadas. La selva en sí misma.
Este reportaje fue producido en el marco de una beca, con el apoyo de Earth Journalism Network